El Hijo del Alpha

Mi hijo

Habían pasado tres horas desde que Ximena dio a luz, el doctor llegó después que Santiago lo mandó llamar con premura. Su hija menor tuvo un sangrado de consideración, por lo menos fue lo que Valentina le aseguró debido a la actitud de Margarita, quien salió de la habitación como si hubiera visto un fantasma.

Valentina les pidió no decir nada hasta saber la verdad, el bebé de Ximena permanecía en una cuna improvisada que Camelia creó en otra habitación.

La mayor de las hijas de Santiago observó con atención al bebé que ahora mostraba rasgos normales de un ser humano, un rostro angelical como cualquier recién nacido. Se preguntó varias veces si había sido su imaginación.

—No volverá a cambiar —aseguró Camelia —. Por lo menos no dentro de los próximos años de desarrollo…

—¿Qué quieres decir? —cuestionó sin dejar de mirarlo.

—Solamente sabrás la verdad cuando hables con Ximena, sin embargo, no es la primera vez que soy testigo del nacimiento del hijo de un hombre lobo...

—El hijo de un lobo—repitió Valentina —. ¿Hombres lobos?, me estás diciendo que existen los hombres lobo…

—Hemos entado a las afueras de estas tierras, Valentina. Tu misma has sido testigo de las sombras en la frontera, los seres que aúllan con profundidad.

Valentina alzó la mirada y giró su rostro hacia Camelia. Por un momento recordó su encuentro con una bestia, la herida de su pierna izquierda donde casi sus garras la alcanzaron, pensó que había sido un lobo cualquiera, sin embargo, jamás lo creyó del todo. Ese día su caballo tuvo que correr a tope para salvarla y debió disparar más de una vez. Había quedado en sus pesadillas, pero al ver a esa criatura todos sus sentidos se activaron.

Nació con la nariz arrugada dándole un aire lobuno y unos ojos azul cielo tan transparentes que calaron en su interior.

—Pareces muy tranquila —mencionó Camelia.

—Alguien debe estarlo —indicó Valentina —. Cuida de él, que nadie más se acerque, tenemos que mantenerlo en secreto, no quiero que mi papá se entere.

Valentina buscó a Josefa y Margarita. La menor esperaba fuera de la capilla familiar, un lugar a donde había dejado de ir, pero sabía que Margarita estaría allí.

—No puedo hacer que salga —mencionó Josefa al verla acercarse. El amanecer no tardaría en tomar el cielo.

—Ayuda a Camelia con el bebé. Sé que te estoy pidiendo mucho, pero esto tiene que ser un secreto, no podemos decir lo que vimos, solo asustaríamos a papá, por lo menos no hasta saber la verdad…

—¿No tienes miedo? —cuestionó Josefa.

—De que serviría, además es un bebé, uno que sé ira de aquí en cuando Ximena se sienta bien.

—En realidad, me pareció tierno con sus orejitas puntiagudas como un cachorrito.

—Como siempre mirando el lado bueno de las cosas —bromeó Valentina.

—Y mi madre queriendo traer al sacerdote, suerte con eso… —dijo antes de alejarse.

Margarita permanecía hincada frente al altar. Valentina se acercó lentamente, el lugar estaba perfectamente ordenado, limpio, con flores decorando y dando un agradable aroma. Había pasado mucho tiempo desde que entró la última vez.

Desde la última vez que suplicó porque le devolviera a su madre siendo una niña. Después de que su hermana se fuera y los abandonara se alejó de Dios, el resentimiento tomó su corazón al grado de no querer saber más de ese lugar y de a quien veneraba Margarita. Porque fue cruel con ella, por dejarla sin madre, sin hermana… olvidada.

—He visto muchas cosas en mi vida, Valentina, pero jamás he sido testigo de algo así. Ese bebé no es normal, no es humano… es algo que ni siquiera puedo describir.

—Es un hombre lobo…

—¿Qué carajos dices? —cuestionó rápidamente, se arrepintió de decir una grosería dentro de la capilla, golpeó su boca rápidamente tres veces.

—Camelia me lo ha dicho…

—Esa bruja, le vas a creer a esa mujer.

—De momento es la única respuesta que tengo… o tú has tenido una aquí dentro —dijo señalando la cruz.

—No, no tengo ninguna respuesta, pero no es nada bueno. Tu hermana hizo algo terrible para traer un bebé así al mundo.

—La estás condenando, no lo esperaba de ti Margarita, que no me has pedido ver el lado bueno.

—¡Me refería a su regreso! No a esa criatura —gritó y bajó la voz al mismo tiempo. Margarita se levantó y tomó asiento en una de las bancas —. Esto es más de lo que puedo procesar.

—Se irán, en cuanto Ximena se encuentre bien se llevará al bebé y no volverá jamás.

—Tu padre no lo permitirá.

—Ximena sé ira, no importa lo que mi papá diga. Solamente tenemos que esperar un poco y guardarlo como un secreto.

—Tu hermana lloró durante el parto, pero lo hizo con tanto pesar, como si traer a ese niño al mundo fuera lo peor que le hubiera pasado. He visto tantos partos y no había felicidad en sus ojos, ni siquiera ilusión—confesó Margarita. Valentina había sentido lo mismo.




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