El Hijo del Alpha

Mentiras

Valentina observó el rancho desde una de las colinas, Odín su caballo jugaba con el viento moviendo su cabeza de un lado a otro. El verano estaba golpeando con fuerza y la brisa del aire se agradecía al atardecer.

—¿Quieres volver a casa? —cuestionó acariciando su manto negro. El caballo arisco se había vuelto su mejor amigo, su compañero y un fiel corcel tanto como copo de nieve que ahora disfrutaba de su retiro pastoreando libre con los demás.

Tuvo tiempo para pensar después de la noticia del médico, había cumplido su sueño de ver el rancho progresar, y que en esas tierras muchos encontraran un hogar, un refugio tanto para animales como seres especiales y humanos. Tal vez ese había sido su propósito, pero imaginar en dejar a Matías le rompía el corazón en pedazos.

Lo haría tan fuerte, lo prepararía para ese mundo, porque ese niño amaba el rancho colibrí tanto o más que ella.

Notó un caballo acercándose a velocidad, reconoció a Yetzel, no perdió el tiempo y descendió de la colina rápidamente.

—Señorita Valentina —dijo el hombre con premura.

—¿Qué sucede? —cuestionó la castaña.

—Hombres lobo…

—¿Estás seguro?

—Sí, señorita —aseguró el comanche.

Yetzel era un hombre lobo que llegó a esas tierras buscando trabajo, pero que aseveraba que había sido guiado hasta allí. Había algo en el rancho colibrí que atraía lobos solitarios que necesitaban un lugar al cual llamar hogar. Junto a él vivía un grupo pequeño que solo quería coexistir en paz. Y que increíblemente seguían a Valentina como un líder, Camelia lo aseguraba, pero ella jamás le ha creído.

—Busca a Matías —ordenó la castaña antes de golpear los costados de Odín y correr hacia el rancho.

Era difícil para ella ocultar el origen de Matías de los de su misma especie, había un olor particular, así se lo describieron algo que era indetectable para el humano, lo vieron crecer y decidieron protegerlo, actuar como una manada aun siendo solo un grupo de hombres lobos solitarios, algunos huérfanos por culpa de otras manadas, de los cazadores, con historias tristes que de una forma Valentina empatizó.

El rancho colibrí era más que eso desde la llegada de Matías, se volvió un refugio para los desamparados. Donde humanos y hombres lobos convivían.

Recorrió lo más rápido posible, Odín era el caballo de mayor velocidad en el rancho y tal vez de todo el pueblo. Era como un rayo y Valentina un jinete diestro, sin embargo, mantenerse rígida siempre le causaba daño a su rodilla.

Bajó de Odín y lo ató en la caballeriza, Camelia la esperaba allí dentro. Valentina sentía que su corazón latía con fuerza, ya que no sabía que le esperaba.

—¿Dónde está Matías?

—Con Josefa, ellos esperan al frente del rancho, son dos mujeres y un hombre.

—¿El papá? —pronunció Valentina con dudas y con pánico.

—Puede ser, sabíamos que este día podía llegar, ahora tenemos que pensar lo que haremos…

—Sacarlos de este rancho —aseguró la castaña tomando su escopeta.

—Olvidas que son hombres lobos…

—Y yo la dueña de este lugar, nadie se llevará a Matías.

La castaña caminó con rudeza, con el arma entre sus manos. No iba a permitir que se llevaran a su hijo, iba a averiguar sus intenciones después de dejarles claro donde estaban.

Cuando le quedaban solo unos pasos notó al hombre que se acercaba, tragó hondo al percatarse del parecido, era verdad, venían por su pequeño colibrí. Apretó la escopeta y soportó el nudo en su garganta.

—¿Quiénes son y que hacen en mi rancho? —cuestionó Valentina apuntándole con su escopeta en el pecho sin dudar.

El desconocido abrió los ojos con demasía, el azul era tan profundo como el de Matías. Dio un par de pasos hacia atrás mientras la castaña no alejaba su escopeta.

—Valentina —pronunció angustiada Margarita. El hombre no dejó de observarla sin mover ni un solo músculo.

—Habla —ordenó la castaña.

—Mamá —la vocecilla de Matías la desarmó. El desconocido miró al pequeño detrás de Camelia. Quien no tuvo otra opción más que ir por él para evitar una desgracia.

—Tienes algo que me pertenece. — Kennet rompió con el silencio. Observó al pequeño, no tenía dudas ahora que habían llegado al lugar indicado después de tantos años, era idéntico a Kringer y su aroma apenas perceptible.

—¿Quién es él, mamá? —preguntó alarmado.

—Soy tú…

—Él es tu padre —interrumpió Seren. Kennet la observó con duda, estaba volviéndose loca al decirle aquella mentira. Shelby soportó un grito de sorpresa tapándose la boca con ambas manos.

—Qué carajos, Seren —murmuró Kennet.

—¿Es mi papá?, mamá —pronunció Matías.

—Ay Dios mío —dijo Josefa. Eso se había vuelto un caos.  

Valentina bajó el arma y debió componerse, no sin antes mirar al hombre desconocido con ganas de atravesarlo con una bala en la cabeza. Giró hacia Matías entregándole su escopeta a Josefa, quien la levantó hacia Kennet, tampoco sabía qué hacer, pero sentía alguien debía tener un arma.




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