Valentina se acercó a los corrales, precisamente ese día tenían que marcar nuevo ganado, y revisar las condiciones del semental que compró en una subasta.
Algunos le aseguraron que era un toro difícil de domar, que su temperamento estaba algo alterado por culpa del manejo de su antigua granja, donde el maltrato para hacerlos obedecer era constante.
La castaña entendía que manejar ganado jamás sería fácil, pero creía firmemente que no era necesario maltratarlos por gusto, eran animales inteligentes que tratados con respeto podían ser tan dóciles como un cachorrito. Además, que estaba educando a Matías y nunca iba a darle un ejemplo distinto a como ella fue criada.
Matías estaba atento a las técnicas de como marcaban al ganado, le gustaba ver a su madre trabajar, ciertamente Valentina resaltaba en el corral por su presencia, su vestimenta femenina y su cabello suelto danzando con el viento debajo de su sombrero negro.
—Debería dejarnos a nosotros trabajar al semental —dijo José esperando que Valentina desistiera, pero no fue así.
No era la primera vez que le pedía que les dejará a ellos trabajar con los animales, sin embargo, su patrona siempre le gustaba ayudarlos, no dejarlos con la carga, eso lo apreciaban, pero a veces a José le saltaba la preocupación por ella.
Tal vez eran los años que tenía trabajando en ese rancho, el haberla visto crecer y tenerle cariño le hacía salir su instinto paternal.
—Sabes que voy a ayudarlos, José.
—Pero es que luego Margarita nos anda jalando las orejas por dejarla meterse en los corrales.
—Todos le tienen miedo a Margarita —bromeó Valentina.
—Patrona, Margarita, enojada, asusta al mismísimo demonio —aseguró el hombre mayor.
—De eso estoy segura, José —secundó Valentina entrando con cautela dentro del corral del toro.
Valentina observó las pesuñas del animal, se notaba que no lo habían atendido como era debido. Estaba alterado y bufaba pesadamente en un rincón.
—No hay que hacerle confianza, patrona.
—Tranquilo, José, solo quiero revisar su condición. En la subasta no pude verlo de cerca.
—Tiene muy dañadas las pezuñas, parece que no se las recortaron en mucho tiempo. Está segura de que fue una buena compra...
—Solo vi sus ojos —admitió Valentina. Era verdad, únicamente observó su mirada triste y llena de miedo mientras los hombres lo rodeaban para juzgarlo.
—Eso mismo dice Matías cada vez que trae un nuevo animal. Ahora resulta que hasta las lagartijas se ponen tristes —declaró José buscando una de las cuerdas.
Valentina sonrió por la inocencia de su pequeño colibrí, lo observó atento al manejo del ganado del otro extremo, había insistido en ayudarles y ella aceptó, pero debía mantener distancia.
Suspiró al recordar la situación que estaban pasando, los extraños que llegaron a su rancho opacando su felicidad, porque era plena desde que Matías la llamó mamá por primera vez.
—¡Valentina! Sal del corral —ordenó José preocupado. La castaña notó al toro incómodo y dio un par de pasos por la cuerda que pasó el hombre mayor por sus cuernos para buscar estabilizarlo.
Valentina intentó moverse con la misma destreza de siempre, pero su rodilla no le siguió el paso. Una punzada horrible de dolor la obligó a soportar un grito, no era un buen momento.
Había ocasiones que el dolor era insoportable, el médico le aseguraba que era mental, pero como iba a serlo si la pierna le ardía.
El toro dio un par de pasos antes de perder el control, Valentina se tuvo que tumbar al suelo y buscar arrastrarse mientras José jalaba al animal, los gritos de Matías no tardaron.
El animal enardecido se golpeó contra uno de los barrotes y comenzó a sangrar de la nariz. El toro perdió el control, José la cuerda y Valentina miró su mala fortuna cuando comenzó a moverse hacía ella.
Buscó quitarse rápidamente, si la pisaba le destrozaría la pierna sin problema alguno, el toro pesaba cerca de los novecientos kilos pese al mal estado en el que estaba.
El ambiente se volvió tenso, en segundo, los gritos, el bufido del toro. Giró su cuerpo contra la tierra esperando el impacto o que el toro errara, hubo un momento donde sintió como su cuerpo era cubierto. Un ruido parecido a un gruñido sacudió todo el rancho y después todo pasó, dando paso a un silencio rotundo.
—Mamá, mamá, ¿estás bien? — la voz de su pequeño colibrí la regresó a la realidad.
Valentina abrió los ojos, estaba en el suelo cubriéndose con sus propios brazos, la mirada azul de Matías y su cabello rubio fue lo primero que divisó entre los barrotes del corral. Cubierta de tierra, alejó el sombrero que había caído cerca de ella, confundida, sacudió ligeramente su cabeza.
—Sí —atinó en contestar. Giró su cuerpo para ver que había sucedido, Kennet estaba allí de pie mientras el toro había retrocedido hasta una esquina.
—Papá te salvó, mamá. Él simplemente espantó al toro —dijo con asombro Matías.