El Hijo del Alpha

Cambia pieles

Valentina se sentó en el sofá de su habitación como pudo, se dejó caer y alzó la falda para ver su rodilla, quitó la ortesis que le daba rigidez. Pasó sus dedos sobre la cicatriz, era horrenda, jamás pensó que alguna vez sentiría algo así, por una parte, de su cuerpo.

Había días donde prefería ni siquiera mirarla, o hacer como que no existiera, odiaba esa parte de su cuerpo, era un recordatorio constante del dolor, y del mal que la asecha.

El cáncer fue desgastante para ella y para todos los de ese rancho, volver a caminar lo convirtió en un reto, necesitaba salir adelante junto a esas tierras sin importar su propio sufrimiento, cuidar a Matías también se llevó parte de todo su tiempo.

Los medicamentos la hicieron sentirse más enferma de lo que estaba, se lo aseguraron, podía estar bien si cumplía con cada medida, pero ahora creía que fueron solo mentiras para que no se rindiera.

Su cuerpo libraba una batalla en su interior con lo que fuera que estuviera regresando, tal vez más agresivo o no. Sin embargo, solamente haciendo esos estudios iba a saber.

Rendirse ahora que el padre de Matías regresó le parecía imposible, le prometió a su pequeño colibrí que siempre iba a estar con él, le dio su palabra y eso pesaba para Valentina más que cualquier familia paterna.

—Mi mamá insistió en que trajera este té —dijo Josefa entrando sin tocar, no tenía que hacerlo, era libre en la vida de Valentina.

—¿Llamó al médico? —cuestionó Valentina negándose a tomarlo.

—Sabes que sí, no trae el hospital porque no puede, pero no dudes de su perseverancia.

Única—mente me resbalé… —mintió

—Eres demasiado diestra para moverte en los corrales, a otro perro con ese hueso —dijo sentándose en la cama frente a ella.

—Tuve un poco de dolor y la pierna no me respondió, ¿contenta? —declaró de mala gana Valentina.

—Un poco —alzó los hombros ligeramente.

—Soy una mujer adulta, puedo cuidarme sola…— enfatizó Valentina, pero Josefa no cambió la forma como la miraba desde su lugar. 

—Podrás tener canas en ese cabello y mi mamá seguirá preocupándose como si fueras una chiquilla.

—No quiero que ellos sepan de mi condición —admitió Valentina.

—Tu terquedad por no verte débil ante los demás, aunque el papá de Matías se comportó como todo un caballero, realmente es un hombre muy atractivo…

—No tiene nada de atractivo —negó la castaña.

—Ojos son los que te faltan para verle ese rostro tallado a mano, sin duda Matías será así de galán —animó Josefa.

—Deja de alardear a ese desconocido —regañó Valentina.

—Lo estoy sabroseando —corrigió Josefa alzando un dedo —. Qué suerte tuvo Ximena…

—Debió quedarse con él y ahorrarme los problemas que tengo —murmuró Valentina.

—Claro que no, si no, no tendríamos a Matías, y a mi güerito pinto lo amo con todo mi ser.

Josefa hablaba de Matías con mucho cariño, le decía pinto por las pecas que tenía en el rostro, una peculiaridad que le daba un rostro inigualable, era rubio de ojos azules, los rulos de su cabello caían sobre su rostro y a veces estos brillaban con la luz del sol como hilos de oro.

Valentina recordaba en él a veces a su madre, una mujer de hermosa apariencia, era un recuerdo nítido que poco a poco iba perdiendo fuerza con el paso de los años, sin embargo, vivía con el recordatorio constante de que alguna vez en ese rancho ese cabello rubio danzó entre los corrales.

—¿Qué piensas hacer? —cuestionó Josefa regresándola de sus pensamientos.

—Tengo que guardar al semental nuevo…

—Me refiero al padre de Matías, al parecer quiere ser parte de la vida de su hijo, ¿se lo permitirás?

—Como dices, es su padre y no puedo negar que hable con él.

—Sabes a lo que me refiero, ellos no van a vivir en el rancho por mucho tiempo —recordó Josefa.

—Matías no se irá de este lugar, es su hogar —aseguró.

—Y si él desea ir con su papá, que pasaría si descubre su naturaleza y necesite estar con los suyos —mencionó.

—Deja de hablar con Camelia…

—Yetzel me explicó lo que significa una manada para ellos —aclaró Josefa.

Había tenido tiempo de entender ese mundo desconocido gracias a Yetzel, un hombre lobo solitario que perdió a su familia, un hombre lobo que necesitó de un lugar para vivir y que encontró en el rancho colibrí lo que estaba buscando.

—No quiero tener esta conversación, Josefa, yo sabré lidiar con ese hombre lobo.

—Ni siquiera lo estoy dudando, Valentina. Pero eres mi mejor amiga y no quiero que salgas lastimada por terca —señaló —. Crees que no he pensado en la posibilidad de que Ximena regresé, Matías es nuestro niño, sin embargo, siempre has dicho que harás lo que sea mejor para él, solo quiero saber que estás prepara para lo que sea… aunque no sea el rancho colibrí su mejor opción.

—En su momento tendré que lidiar con ello, ahora solo importa que Matías no sepa la verdad de su nacimiento.




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