El Hijo del Alpha

Lobo

Kennet se mantuvo al margen del festejo de Matías, observando desde la distancia la interacción de todos los personajes reunidos. Margarita había salido con el pastel de chocolate logrando que los niños gritaran de emoción.

Josefa adornó el jardín con algunas luces y papeles de colores junto a una mesa larga donde Matías era el centro de atención. El pequeño sonreía ampliamente mientras le cantaban las mañanitas, así escuchó que Margarita gritó a todos.

El hombre lobo percibía con facilidad la felicidad de los presentes, sin embargo, su atención estaba sobre la mujer de sonrisa amplia, pero de ojos tristes. Valentina de la Rosa aplaudía, cantaba, aun así, un aura de tristeza danzaba en su expresión.

Al crecer como un hombre lobo desarrollas tus sentidos al grado de hacerlos casi perfectos, el motivo: sobrevivir, aunque con el paso de los años y al igual siendo presas de la tecnología viviendo en una ciudad te acostumbras a otras cosas.

El olfato en un bosque era lo que los protegía del peligro o les decía donde conseguir comida. Los humanos tenían olores particulares, justamente adaptados a su vida cotidiana, desarrollaban el olor que los hacía felices.

Para los enfermos era diferente, simplemente se disfrazaban con el hábitat, hasta que la enfermedad siguiera su curso, por lo regular su aroma se mezcla con el medicamento. Valentina no tenía un olor por debajo del que le pertenecía al rancho colibrí.

Animales, frutas, árboles, tierra, sol, todo eso permanecía sobre ella, pero sin pertenecerle. Algo que también influía era el tipo de enfermedad que el cuerpo estaba combatiendo, al recuperarse su olor volvía tenuemente y con el paso del tiempo.  

Sin embargo, a Kennet le pesaba saber que tal vez Valentina estaba cursando una enfermedad persistente. Gracias a las palabras de Matías.

—Gustas pastel de chocolate, papá —dijo Matías tendiéndole un plato con ambas manos.

—Es mi favorito —agregó tomándolo de sus manos.

—El mío también —afirmó con alegría el pequeño.

Kennet alzó la vista y notó a Valentina observándolos sin disimulo, el hombre lobo sonrió antes de llevarse el primer bocado de pastel a la boca. La castaña giró el rostro con molestia, no había manera de sacarle una sonrisa a esos labios, pensó.

Hubo un silencio y después un murmullo que llamó la atención de Kennet. Un hombre entró con una caja de regalo grandísima. Se llevó la atención de casi todas las mujeres, pero el invitado solamente observaba a la dueña del rancho, quien se acercó a recibirlo.

—Lamento llegar tarde —se disculpó

—Bienvenido, Rafael. Matías estaba por aquí —dijo buscando a su pequeño quien se acercó emocionado por el regalo.

—¡Es para mí!

—Claro, ¿Quién es el cumpleañero?

—No tenías por qué molestarte —indicó Valentina.

—Para mí es un placer consentir al hijo de la mujer más hermosa de todo el rancho —coqueteó descaradamente.

Kennet rodeó los ojos al notar una ligera sonrisa en los labios de Valentina. Él había sido más original que ese hombre y no logró nada.

—Rafael es el dueño de la botica más grande del pueblo —dijo Josefa juntó a él sorprendiéndose. Ella también comía un poco de pastel —. Y le gusta Valentina… —aclaró. Pero ya él había sido lo suficientemente obvio.

—Parece que es correspondido —agregó Kennet comiendo de su pastel. Josefa comenzó a reírse a carcajadas.

—Valentina tiene una piedra en el pecho en vez de corazón. Es nuestro témpano de hielo, la mujer que todos quieren; sin embargo, que nadie puede obtener, al menos aún no a pasado…  

—Lo deja cortejarla, por lo tanto, no le es indiferente…

—Valentina es educada…

—Difiero un poco.

—Nah, ustedes empezaron con el pie izquierdo, solamente necesitan hablar. Verás que la verdadera Valentina se asomara…

—¿Por qué me dices todo esto? —cuestionó Kennet.

—Porque tengo dos ojos y por el bien de mi pecoso —dijo antes de alejarse dejando al hombre lobo confundido.

Las mujeres de ese rancho eran peculiares. A lo lejos miró a Valter acercarse, Josefa le llevó un poco de pastel, hubo una interacción que Kennet no pudo dejar pasar.

Continuaron las horas del festejo, Matías empezó a abrir los regalos y la atención de todos se concentró en el pequeño del rancho.

—Seren se irá —murmuró Shelby cerca de Kennet. La rubia señaló la puerta principal. Ambos se apartaron y como lo había dicho, la rubia esperaba fuera.

—¿Te irás? —cuestionó duramente Kennet acercándose.

—Alguien debe hacerse cargo de los pendientes de la empresa…

—Pero ese es mi deber.

—Amo Kennet de momento sus deberes son otros. El heredero de blå skog queda a su cuidado y entre más rápido, logre llevarlo consigo será lo mejor.

—Seren, eso puede tardar meses o años —aseguró Kennet.

—Tendrá todo el tiempo que requiera, le diré a su madre que está ocupado en su búsqueda.




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