El Hijo del Alpha

blå blomst

Valentina observó a Ximena fijamente, no era ajena a esa posibilidad. Muchas veces se imaginó este panorama: su hermana reclamando a su hijo. Sin embargo, jamás pensó que sería ocho años después y que eso le generaría un enojo tan fuerte.

¿A caso odiaba a Ximena? Fue la pregunta que se generó automáticamente cuando las ganas por correrla del rancho llegaron a su mente.

—Eres consciente de lo mal que te escuchas —dijo Valentina sin poder detener aquella furia en su interior.

—Todo este tiempo solamente he pensado en él.

—Pensar no te hace su madre, lo abandonaste, aun sabiendo que estaba en peligro por su condición.

—¡Me equivoqué! No soy perfecta como tu Valentina —arremetió Ximena.

—Qué escusa más pobre. No llores, que no te funcionara conmigo.

—Matías es mi hijo y eso no lo puedes cambiar —respondió a la defensiva.

—Imponerte no logrará nada. Ese niño ha crecido sin saber quien eres…

—¡Tú le mentiste! —señaló

—No, no le mentí. Le di su lugar en mi vida, es mi hijo, algo que tú no hiciste. No sabíamos nada de ti, eras una desconocida cuando pisaste estas tierras de nuevo, no vengas a reclamar a Matías, ni siquiera estás lista para afrontar lo que está pasando.

—¿De qué hablas? —cuestionó nerviosa Ximena

—Vendrán por él, intentarán llevárselo, les mentiste a tantas personas que eso tiene consecuencias. Ahora debo defender a Matías de tus errores.

—¿Ellos? La manada de Matías vendrá… si aquí tienes a Kennet, él los mandó llamar…

—Kennet está dando su vida por proteger a mi hijo, porque él se quede aquí conmigo — vociferó la castaña al recordar que el hombre lobo había ido tras aquel sonido de horror.

—¡Es una estupidez! Blå skog es una manada muy poderosa. El padre de Kringer es implacable, hasta él mismo temía de sus maneras de llevar el orden entre ellos.

—Confío en Kennet, protegeremos este rancho y a su gente, eso incluye a Matías.

—Si me encuentran me matarán —dijo con preocupación Ximena sentándose de golpe en el sillón. Lo que le hizo a Kringer seguía carcomiendo su interior.

—Te equivocaste, fue un error —declaró Valentina —. Y aunque tu presencia no sea grata, no dejaré que mueras.

—No necesito tu lástima.

—Déjate de tonterías, vienes acá esperando que te trate como una niña. No eres bienvenida, ni siquiera quiero que estés aquí, sin embargo, no deseo tu muerte.

—Hubieras preferido que nunca regresara —confesó Ximena.

—Sí —respondió secamente Valentina —. Hubiera preferido que hicieras tu vida lejos de este rancho, que hubieras encontrado realmente lo que saliste a buscar. Pero estás aquí, y no lo puedo cambiar. Sin embargo, Matías es mi hijo… y lo protegeré de todo lo que pueda hacerle daño.

—Merezco que me conozca —pronunció Ximena al borde de las lágrimas.

—Lo mereces, pero no decirle quien eres en realidad. Eso solamente el tiempo dirá… hoy no, Ximena.

Valentina dio un ultimátum, su hermana menor la miró a los ojos, asintió levemente. Antes de responder.

—Será como tú quieras Valentina…

—¡Valentina! —gritó Josefa y la castaña no perdió tiempo, salió corriendo de la habitación seguida por Ximena.

—¿Qué pasa? —cuestionó la dueña del rancho.

—Están volviendo hombres lastimados. Los atacaron…

Aquellas palabras sentaron un peso en el interior de Valentina. Miró a su alrededor como estos llegaban ayudados por las mujeres. Algunos tenían cortes en todo su cuerpo.

—¿Qué está pasando, Yetzel? —preguntó al comanche que ayudaba a dos hombres lobos.

—Nos emboscaron, Kennet ordenó retirada.

—¿Dónde está? —inquirió asustada Valentina.

—Dándonos tiempo —respondió Yetzel levemente. La castaña imaginó el peor de los panoramas.

Valentina corrió hacia las caballerizas. La rodilla le dolió, pero no le hizo caso, siguió su avance.

—¡No, Valentina! —exclamó Josefa parándose frente la puerta de Odín interponiéndose —. Kennet no te quiero a su lado… lo sabes.

—Alguien tiene que ir por él —dijo desesperada ensillando a su caballo.

—¡Somos simples humanas!  No tenemos su fuerza, solamente nos arriesgaríamos.

—¡Déjame pasar, Josefa! —ordenó

—¡No! Tendrás que echarme el caballo encima, y, aun así, no me pienso quitar Valentina.

—Aléjate, no estoy para tonterías. Su vida está en peligro…

—¡Anda! Pasa encima de mí que no pienso quitarme —declaro Josefa abriendo los brazos. Odín relinchó y dio un par de pasos desesperado por la misma actitud de Valentina.

La dueña del rancho miró a los ojos a su mejor amiga, quien estaba determinada a no dejarla salir. Valentina respiraba pesadamente, el cuerpo le dolió, en el vientre bajo sintió una opresión que la hizo gritar fuertemente.




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