El Hijo del Ceo

007

Vanesa apenas había avanzado unos pasos en el salón cuando notó que otro hombre, de aspecto elegante y distinguido, se acercaba hacia ella. Era de complexión marcada, rasgos asiáticos, con el cabello cuidadosamente peinado hacia atrás y un traje negro que denotaba un gusto impecable. Él le dedicó una amplia sonrisa y, sin titubear, inclinó ligeramente la cabeza en un gesto respetuoso.

—Señora… —dijo en un tono cálido, con un ligero acento extranjero. Al presentarse, extendiendo una mano con una elegancia que no dejaba dudas sobre su experiencia en estos ambientes—. Soy Kim Ho, vicepresidente del Grupo Hanjo. Creo que no he tenido el placer de verla en eventos anteriores de la empresa.

Vanesa levantó ambas cejas con un suave movimiento que intentaba disimular su asombro, algo sorprendida por la presentación, ella recordaba perfectamente el nombre mencionado de la cena con Alejandro.

—Encantada, señor Kim Ho. Es la primera vez que acompaño a Alejandro en una gala como esta —respondió ella, estrechando su mano con la misma formalidad.

—Por favor, llámeme Ho —insistió él con una sonrisa—. Y permítame decirle que su elegancia y belleza iluminan esta sala como nada en este lugar. En mi país, se dice que el resplandor de una mujer así puede inspirar fortuna y éxito.

Ella sonrió suavemente, sorprendida por el modo en que él parecía verla como si fuera la única persona en el lugar.

—Es usted muy amable, Ho —dijo Vanesa, sintiéndose más cómoda, aunque de reojo notaba que algunas miradas y cámaras ya se habían dirigido hacia ellos.

—Solo estoy diciendo la verdad —respondió él sin apartar sus ojos de ella.

Al notar las cámaras, añadió en un tono confianzudo.

—Parece que otros también están de acuerdo conmigo. Hoy usted se ha convertido en el centro de atención, ¿señorita?

—Vanesa Adán.

Mientras Kim Ho continuaba hablando con ella, algunos periodistas y fotógrafos se acercaron a capturar el momento. Los flashes no cesaban, y la conversación entre ellos generaba una pequeña conmoción a su alrededor, como si estuvieran observando una escena digna de portada. Kim Ho, sin embargo, permanecía imperturbable y no parecía molesto por el interés de los reporteros que si estaban autorizado a estar dentro; al contrario de molestarle que lo fotografiaran, mantenía su expresión encantada y continuaba conversando con Vanesa como si los dos tuvieran una amistad antigua, y una confianza entrañable.

—Debería considerar visitar Seúl algún día —le invitó, mientras ella escuchaba con atención—. Sería un honor mostrarle el país, los paisajes y la cultura. Creo que te encantaría mucho

Vanesa lo miró ligeramente divertida por el entusiasmo de su acompañante.

—Me encantaría conocer Seúl algún día, de verdad —dijo, agradeciendo la propuesta—. He oído que es una ciudad hermosa y llena de historia.

—Y yo estaría más que encantado de ser su guía personal —agregó Kim Ho, con una leve inclinación—. Sería un privilegio inmenso.

Fue en ese momento cuando Vanesa notó una figura familiar entre los invitados. Alejandro acababa de entrar al salón y se abrió paso entre las personas con una expresión impasible. Sin embargo, sus ojos encontraron rápidamente la escena: Vanesa conversando con Kim Ho, ambos sonriendo mientras los fotógrafos seguían capturando el momento. Alejandro tardó apenas un segundo en recomponerse y, con un porte relajado, avanzó hacia ellos, visualizando una comodidad en Vanesa que le resultó incómoda. Quizás se debía a que ella lucía demasiado a gusto en esa conversación.

Cuando Alejandro intentó acercarse demasiado aquella escena fue interceptado por uno de los socios canadiense que también asistirían en busca de información.

El canadiense empezó a hablarle sobre un próximo proyecto de inversión, y Alejandro, con su entrenamiento diplomático, logró mantener una sonrisa mientras asentía, aunque su mente estaba ya buscando una manera de cortar la charla para unirse a su esposa, y aprovechar la oportunidad para hablar con su futuro socio. Mientras esperaba actuando profesional tomó una de las copas de vino de una bandeja de las que cruzaban por su lado.

Vanesa, mientras tanto, notó de reojo la figura de Alejandro y la breve distracción en su expresión.

—Señora Vanesa, ¿podría permitirme el honor de invitarla a una copa de vino? —dijo Kim Ho, haciéndole un gesto hacia una mesa cercana, donde las copas de cristal reflejaban la tenue luz dorada de la sala.

Vanesa negó.

—Agradezco el gesto, pero he decidido no tomar está noche.

Kim Ho la miró con atención mientras le hacía unas preguntas sobre sus gustos y preferencias en vinos e indagando por qué había decidido dejar de tomarlos.

Finalmente, Alejandro consiguió salir de la conversación con su socio y se dirigió hacia ellos con una mezcla de calma y determinación que resultaba ajena a él. Al acercarse, saludó a Kim Ho con una sonrisa controlada, aunque en sus ojos se notaba una advertencia sutil.

—Kim Ho, veo que ya conoces a mi esposa —dijo Alejandro con tono cortés, pero con una intensidad apenas disimulada—. Vanesa, mi amor, espero que estés disfrutando de la noche.

—Sí, claro —respondió ella, con una sonrisa serena. Luego, volvió a mirar a Kim Ho—. El señor Ho ha sido muy amable al invitarme a conocer un poco más de la cultura coreana.

—Alejandro, tienes una esposa encantadora —respondió Kim Ho, sin perder su compostura y mirando a Alejandro directamente, con ese toque de cortesía que parecía estar lleno de dobles significados—. Ha sido un verdadero placer conocerla.

Alejandro mantuvo la sonrisa, aunque en su tono se percibía una leve firmeza que no pasó desapercibida para Vanesa.

—Te agradezco, Kim Ho. Vanesa es, sin duda, mi mayor fortuna —contestó él, colocando su mano en la parte baja de la espalda de su esposa.

Hubo un intercambio sutil de miradas discretas y confusas que dejó el ambiente en silencio unos cortos segundos.




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