El Hijo del Ceo

009

A la mañana siguiente Alejandro, después de haberse tomado una taza de café bien cargado, se asomó entre la ranura de la puerta de su habitación, observando como su esposa dormía plácida, se detuvo a contemplarla más de lo que solía hacerlo habitualmente. Recordó por un instante la tensa conversación que habían tenido la noche anterior en el auto. Y se había propuesto resolver el dilema de las llaves antes de llegar a la empresa esa mañana.

Después de unos minutos cerró la puerta con cierto cuidado casi como si buscara no despertar a Vanesa y salió del edificio.

Roger lo había dejado frente al portón de la mansión Adán.

La mansión de la madre de Alejandro era imponente, una propiedad digna de admiración que se extendía en amplios jardines y columnas de mármol que parecían estar esculpidas en la misma elegancia de su dueña. Cada detalle, desde los ventanales de cristal hasta el suelo de madera pulida, emanaba una grandeza refinada, una mezcla de estilo clásico y moderno que convertía la residencia en un verdadero símbolo de estatus.

Alejandro caminó por el vestíbulo en silencio, sus pasos resonando en el mármol frío. Llevaba el rostro serio, sus labios una línea tensa que reflejaba la frialdad con la que había llegado. No había avisado de su visita, pero su madre estaba acostumbrada a sus visitas inesperadas. A los pocos minutos, apareció en la entrada del salón principal, vestida con una elegancia intemporal, con una sonrisa que se desvaneció al ver la expresión de su hijo.

—Alejandro, qué sorpresa. No esperaba verte hoy —dijo ella con una leve inclinación de la cabeza, un dejo de preocupación asomando en su mirada.

Alejandro no perdió el tiempo con formalidades. Su voz salió directa, en un tono que era casi glacial.

—Necesito las llaves de mi departamento, madre.

La mujer lo miró, sorprendida por el tono frío de su hijo. Sin embargo, mantuvo la compostura y le respondió con suavidad.

—¿Las llaves? ¿Y por qué las necesitas ahora? —quiso saber, intentando entender la razón de su visita repentina.

Alejandro pasando una mano por su cabello en un gesto de impaciencia controlada. Sus ojos, fríos y serios, la miraron sin rodeos.

—Porque Vanesa me ha hecho saber que Natalia estuvo en nuestro departamento ayer —respondió, sin quitarle la vista de encima—. Me enteré de que tú le diste la llave, y francamente, madre, no estoy de acuerdo con lo que hiciste.

La sorpresa en el rostro de su madre fue evidente, aunque trataba de disimularla con una sonrisa tranquila.

—Oh, Natalia... Sabes que es como una hija para mí. Pensé que no te molestaría que ella pudiera ir y venir a tu hogar. Después de todo, tú y ella han sido amigos durante tanto tiempo… ¿Tan malo te parece?

Alejandro mantuvo su expresión firme, sin permitir que el argumento de su madre lo disuadiera.

—Sé perfectamente la amistad que hubo entre Natalia y yo. Pero eso fue hace mucho tiempo, éramos unos críos, crecimos juntos hasta la adolescencia, ¿pero darle las llaves de mi departamento, en qué estabas pensando? —instó con una dureza que pocas veces empleaba con su madre—. No tienes idea de cómo estuvo Vanesa anoche y tengo que admitir que eso que hiciste ya fue demasiado lejos.

Su madre pareció descolocarse un instante, pero pronto recuperó su puerta habitual, aunque su tono adquirió un matiz algo defensivo.

—Alejandro, no tienes por qué dramatizar. Natalia solo quería verte, y pensé que sería un buen gesto permitirle estar cerca de ti. Sabes lo mucho que te quiere, y si te soy sincera, Vanesa puede llegar a ser un poco distante con las personas… a Natalia, en cambio, le importa lo que sucede contigo.

Alejandro apretó los labios impaciente, aunque mantenía la calma, su voz reflejaba un tono de desaprobación inconfundible.

—Esto no puede volver a suceder. No fue lo acordado.

Ella bajó la mirada por un momento, un leve indicio de incomodidad cruzando su expresión. Sin embargo, Andrea no estaba acostumbrada a ceder fácilmente, y pronto alzó la cabeza, enfrentando a su hijo con una elegancia casi desafiante.

—Alejandro, no pretendía causar problemas entre ustedes. Pero, querido, tal vez deberías preguntarte por qué esto ha molestado tanto a Vanesa. Es que mírate, jamás habías actuado así, esa mujer te está manipulando —aseguró suavemente, aunque sus palabras llevaban una clara intención.

Alejandro sintió cómo esas palabras hacían eco en su mente, pero no permitió que desviaran su atención.

—La incomodidad de Vanesa se trata por la atribuciones que te has estado tomando —respondió, en un tono definitivo—. Por favor, entrégame las llaves.

Ella lo observó por un largo momento, quizás evaluando si insistir en su postura o ceder ante la gravedad inusual en su hijo. Finalmente, con un suspiro, se giró y tomó un pequeño llavero de plata de una mesita cercana. Alargó la mano con las llaves, aunque sus ojos aún reflejaban una mezcla de desilusión y orgullo herido.

—Aquí tienes, Alejandro. No entiendo por qué te pones de su lado. Ni siquiera es algo tan grave esa mujer quiere hacerlo ver cómo un delito estridente.

Alejandro tomó las llaves, guardándolas con cuidado en el bolsillo de su abrigo. La miró por última vez, sintiendo un leve remordimiento ante la expresión contenida de su madre, pero se desentendió del sentimiento.

—Tengo que ir a la empresa —añadió sin mas—. Estaré muy ocupado. Y por favor, avisa antes de invitar a alguien a mi casa.

Sin esperar respuesta, Alejandro se dio la vuelta y salió de la mansión, dejando a su madre en un silencio que resonaba en las paredes de mármol. Caminó hacia el coche con el peso de aquella conversación aún latente en su mente, sabiendo que la relación con su madre no sería la misma después de aquello.




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