Aquella mañana Roger le acompañó al edificio King. Cuando llegó a la empresa, su asistente, Gabriela, lo estaba esperando en el vestíbulo, con una carpeta en la mano y una expresión ansiosa.
—Señor Adán, buenos días —saludó ella, ofreciéndole una leve sonrisa, aunque su voz reflejaba cierta preocupación—. Recibió dos llamadas desde el extranjero, querían hablar con usted y se negaron a mencionar de que se trataba; Parecía urgente.
Alejandro, seguía caminando sin detenerse mientras ella lo seguía a pasos apresurados, y sin apenas dirigirle una mirada entró al ascensor.
—También tiene el informe actualizado de los gastos del proyecto Arcadia —siguió informando su secretaria—. Además, el señor Kim Ho envió esta mañana algunos correos pidiendo ajustes en la propuesta inicial. Y, el equipo de marketing necesita su aprobación para la campaña de lanzamiento, y Recursos Humanos requiere su firma en los contratos de los nuevos empleados.
Alejandro asintió, con una mirada segura y un gesto leve de impaciencia muy característico de él.
—Deja los nuevos contratos en mi oficina —murmuró, sin apartar la vista de las puertas del ascensor—. Y no interrumpa mis reuniones, no quiero distracciones.
La secretaria asintió rápidamente y guardó silencio, comprendiendo que la conversación había terminado. Cuando las puertas del ascensor se abrieron en el piso de dirección, ella se inclinó un poco, en señal de respeto, y se retiró sin hacer ruido.
Alejandro llegó a su oficina, un espacio elegante y sobrio, con ventanas enormes que mostraban la ciudad bajo un cielo gris que anunciaba lluvia. Apenas se sentó en su escritorio, abrió el ordenador y comenzó a revisar los correos de Kim Ho. Sus ojos se deslizaban por cada línea con atención, procesando los detalles de los cambios solicitados. Su mente trabajaba meticulosamente, calculando las ganancias y los riesgos. Para él, el proyecto Arcadia no era más que otro peldaño para aumentar su influencia y sus ingresos.
De pronto, la puerta se abrió de golpe, obligándolo a levantar la vista bruscamente; ante sus ojos estaba Natalia, sin haber solicitado permiso para entrar. Alejandro se tensó en automático.
—¡Señorita! —exclamó su secretaria desde la puerta, intentando detenerla—. No puede entrar sin autorización.
Pero Alejandro, después de un instante de molestia, levantó una mano indicándole a la secretaria que se retirara.
—Está bien, déjala pasar —dijo, con una voz fría y calculadora.
La secretaria, algo aturdida, salió de la oficina, cerrando la puerta detrás de ella.
Natalia, que hasta ese momento parecía decidida, dio un paso atrás.
—Lamento la interrupción, Alejandro —se disculpó, con un falso tono humilde, aunque en su postura se percibía una pizca de orgullo—. Tu madre me contó lo que sucedió… en su casa. Estoy realmente arrepentida y quiero hacer las paces. Pensé que, como gesto de buena voluntad, podría invitarlos a una cena a ti ya Vanesa, está noche.
Alejandro la observó, su rostro inmutable, como si estuviera estudiando cada gesto en Natalia.
—No puedo, estoy ocupado. Si es todo, retírate.
Natalia, sin embargo, insistió con una leve sonrisa, dejando ver su lado persuasivo.
—Por favor, Alejandro. No es solo una invitación, es una oportunidad para hablar con tranquilidad. Sé que las cosas no terminaron bien en nuestra amistad.
Lo último lo dijo vacilante como si recordarlo fuera peligroso.
Alejandro suspiró, mostrando un destello de impaciencia.
—Me lo pensaré —susurró finalmente, con un tono seco que dejaba claro que no tenia la mínima intención de asistir.
En ese instante, el teléfono de Natalia comenzó a sonar. Ella revisó el número y su expresión se volvió intranquila.
—Disculpa, tengo que atender esto —murmuró Natalia antes de salir de la oficina apresuradamente.
Alejandro la observó mientras se iba, su expresión volviendo a la misma frialdad de siempre. Apenas la puerta se cerró tras ella, presionó el botón de la interfaz comunicándose con su asesor de imagen.
—Investiga que está tramando mi madre…
Apenas dio tiempo a una respuesta positiva del otro lado del interfaz cuando ya había soltado el botón. Luego volvió a su computadora, como si nada hubiera ocurrido, centrado nuevamente en sus intereses y en los negocios que, para él, siempre seria más importantes que cualquier relación personal.
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Editado: 10.12.2024