Vanesa despertó lentamente, pestañeando mientras la suave luz del amanecer se colaba por las grandes ventanas de su dormitorio. Se estiró con languidez y, al girarse, notó algo inesperado sobre la mesita de noche: una taza de té, humeante y fragante, que parecía recién preparada. Sorprendida, tomó la taza entre sus manos, dejando que el calor se filtrara en sus dedos mientras inhalaba el sutil aroma a jazmín. Era un pequeño detalle, simple pero inesperado, que le dibujó una sonrisa involuntaria.
Curiosa, salió de su habitación con paso ligero, aún en pijama y descalza, avanzando por el elegante pasillo de su departamento. El lugar era amplio y lujoso, decorado con un estilo minimalista que reflejaba su personalidad: muebles de líneas modernas, arte abstracto en las paredes y un suelo de mármol impecable.
Al llegar a la sala, vio a una joven de uniforme azul y cabello recogido en una coleta que, concentrada en su tarea, guardaba con cuidado los utensilios de limpieza en su bolso. La chica levantó la vista al notar a Vanesa.
—Buenos días, señorita. Ya he terminado de limpiar el piso. Todo está listo, así que ya me retiro —le dijo, con una voz amable y respetuosa.
Vanesa la observaba, aún con la sorpresa del té en las manos, sintiendo un arrepentido aprecio por ese gesto silencioso. Sin dudarlo, fue hacia su bolso, sacó un billete y se lo entregó a la joven con una sonrisa sincera.
—Gracias por tu trabajo… y por el té —le dijo, con un tono cálido que rara vez usaba con extraños o cualquier chica que enviaba la agencia de limpieza.
La chica la miró sorprendida, sus mejillas enrojeciendo ligeramente mientras aceptaba la propina.
—Gracias por la propina. Pero no hecho ningún té, señorita.
Tras despedirse, salió del departamento, Vanesa la acompañó hasta las puertas del ascensor el cual llegó y se abrió con un suave "ding".
Para su sorpresa de él salió una figura que, al instante, atrapó su atención. Un hombre de porte elegante, alto, de cabello canoso y bien peinado, con una presencia tan impecable como imponente. Vestía un traje oscuro a la medida, y su rostro, de expresión serena y madura, irradiaba una mezcla de autoridad y nostalgia. La chica de limpieza le dio el paso con un tímido "buenos días", y el hombre avanzando con una leve sonrisa se dirigió a la puerta del departamento de Vanesa quien lo observaba.
—¡Papá! —exclamó, sorprendida y contenta a la vez.
El hombre la vigilaba con ternura en los ojos, esos mismos ojos que ella había heredado. Extendió los brazos y la abrazó con calidez, sosteniéndola en un abrazo fuerte, de esos que siempre le recordaban los momentos más seguros de su vida. Luego, con una mirada que parecía llevar en sí todo el peso de los recuerdos compartidos, le aceptó la entrada cuando ella le permitió el paso.
— ¿A qué se debe esta sorpresa? —preguntó Vanesa.
Su padre recorrió con la vista el departamento cuando la puerta del ascensor se cerró. Era un lugar pulcro, elegante, tan perfectamente ordenado que le hacía recordar los rasgos meticulosos de su hija. Se volvió hacia ella, sonriendo con un dejo de orgullo.
—Quería verte, saber cómo… Cómo estás, hace más de una semana que no vas a verme —admitió, en un tono que, aunque afectuoso, dejaba entrever algo de indignación—. Y quería preguntarte también… ¿cómo está Alejandro?
La pregunta sobre Alejandro le removía sentimientos que últimamente había tratado de guardar en silencio, sin demasiada claridad. Al levantar los ojos, vio a su padre observándola con una mezcla de curiosidad y preocupación, como si con esa visita esperara encontrar algo en ella que le revelara una verdad que aún no había compartido.
—No había ido a verte porque pensé que estabas en el viaje de caridad que estabas planeando —contestó con total naturalidad.
—Sabes que me importa que estés bien.
Vanesa respiró hondo y forzó una sonrisa, tratando de mostrarse tranquila ante las palabras de su padre, ella sabía la culpa que oprimía el pecho de su padre por haberla involucrado en sus negocios.
El bufé de abogados de su padre habían hecho un fuerte acuerdo con la empresa King ante un capital malversado, del cual podría haberse visto afectada gravemente la institución, su padre como excelente abogado se había ofrecido a ganar aquel juicio que, le haría ganar millones. Sin embargo tenía que hacer algunos arreglos no muy limpios que de cara al futuro podría complicar las cosas para su bufé, así que como garantía de que aquel pacto no saldría de sus bocas, Alejandro aceptaría casarse con su hija en modo gananciales y así aseguraría el patrimonio familiar de ambas familias y no correr el riesgo de que alguna de las dos se traicionaran.
El contrato era fácil un firmar un matrimonio como garantía, cada uno seguía su vida, no había mucho más: el problema, que el rumor de que el exitosísimo CEO Alejandro Adán se había casado se filtró como pólvora y su reputación se vio amenazada. Temiendo que los medios en busca de información de aquel matrimonio encontrarán cosas comprometedoras, ambos se vieron obligados hacer público su boda quedando atrapados en aquel matrimonio que debían aparentar. Desde entonces su padre siente mucha culpa y le preocupa que su hija no sea feliz, sin embargo Vanesa, aceptó seguir con aquel matrimonio haciéndole creer a su padre que la química había funcionado y que ella era feliz, para evitar que su padre quisiera cancelar el trato y eso llevará a investigaciones y por ende podría terminar en un posible juicio que llevara a cárcel a su padre.
—Todo está bien, papá —dijo con un tono ligero, aunque sentía una punzada en el pecho al pronunciar esas palabras—. Alejandro y yo… estamos bien, de verdad.
El padre la observaba en silencio, con una mirada aguda que parecía traspasar la superficie de sus palabras. No era un hombre fácil de engañar, y Vanesa lo sabía. Después de todo, él había pasado su vida en el mundo de los negocios, detectando la verdad detrás de rostros calculados y palabras diplomáticas. Pero ella intentaba mantenerse firme, sin dejar entrever sus propias dudas.
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Editado: 10.12.2024