Andrea abrió la puerta de la oficina de Alejandro y, como siempre, irrumpió con esa autoridad serena que pocas personas podían igualar. Su entrada era perfecta, y su expresión impenetrable; Nadie habría adivinado que llevaba algo en mente hasta que cruzó la oficina y dejó caer una revista sobre el escritorio de su hijo.
Alejandro, quien estaba revisando informes, apenas alzó la vista, pero alcanzó a notar la imagen en la portada. Allí estaba Vanesa, su esposa, riendo con Kim Ho en la reciente gala de negocios. Alejandro había estado presente en esa gala y no le había dado importancia a qué los fotografiaran, pero al ver la expresión de su madre, adivinó que para ella no era un detalle menor.
—Alejandro —dijo Andrea, manteniendo un tono sereno, aunque su mirada era firme—, no sé tú, pero esto… no me parece la imagen que debería dar la esposa del presidente de King.
Alejandro apenas alzó una ceja, volviendo a mirar la revista con indiferencia. En su mente, este tipo de asuntos eran distracciones irrelevantes. Su matrimonio con Vanesa no era más que un acuerdo de conveniencia, algo que ambos comprendían. Con un leve suspiro, se limitó a responder sin emoción alguna.
—Madre, ya lo sabía. Pero no veo que sea algo que deba preocuparnos. Vanesa está en su derecho de socializar como considere, y solo estaba ayudándome a impresionar a Kim Ho.
Andrea frunció apenas el ceño, sin perder su compostura. No le sorprendía la reacción de su hijo; En realidad, era lo que esperaba. Pero, aún así, no estaba dispuesta a callarse por completo. Definitivamente no iba a desaprovechar el momento de cuestionar las actitudes de su nuera.
—Tal vez… —dijo, su madre dejando su comentario en el aire, como si estuviera pensativa—, solo pienso que Natalia se hubiera comportado de otra manera. Ella siempre ha sabido cómo estar a la altura en eventos de este tipo.
Alejandro la miró, y por un segundo una chispa de confusión cruzó su mirada. Sabía que su madre estaba sugiriendo algo más profundo, una posibilidad que había rondado su mente antiguamente, aunque nunca le había prestado mucha atención. Sin embargo, se mantuvo imperturbable, sin delatar nada.
—Te agradezco tu punto de vista, madre —respondió, en un tono que podía parecer frío pero que en el fondo contenía una pequeña nota de respeto hacia su opinión—. Pero Vanesa es mi esposa. Y sabe cómo manejarse… en su propio estilo.
Andrea asintió, aunque su expresión dejaba claro que no estaba del todo conforme con aquella respuesta.
—Estas cambiando hijo —soltó en un timbre melancólico—. Sabes que siempre hemos sido tú y yo, yo siempre he mirado tus intereses y últimamente ella, te está distanciando.
—¿Insinúas que Vanesa me está manipulando? —aunque su tono era interrogativo, no esperaba respuesta realmente era más ironía que otra cosa.
—Alejandro —dijo suavemente, aunque esta vez con un toque de decepción en la voz—. No estoy aquí como tú representante que soy. También soy tu madre y me hiere sentir que esa mujer te aleja de mi, solo mira, el viernes me dejaste esperando. Natalia te invitó a cenar, ¿recuerdas? Quería hacer las paces contigo, y hasta puso todo de su parte para que tuvieran una cena agradable. Y tú... ni siquiera diste aviso de tu ausencia. Primero me quitaste las llaves de tu departamento y ahora…
Alejandro desvió la mirada por un momento, sin un atisbo de arrepentimiento en el rostro.
—Ya sabes que mi prioridad son otras.
Andrea suspiró, pero esta vez de manera comprensiva, como si estuviera acostumbrada a que su hijo priorizara el trabajo. Al final, ella misma era la primera en apoyar esa dedicación. Sin embargo, no podía evitar sentir que, todo era culpa de Vanesa.
—Lo sé, Alejandro. Y sabes que no tengo problema en que trabajes cuanto sea necesario, siempre y cuando sigas avanzando como hasta ahora. Solo… no descuides a quienes te quieren. Natalia te quiere mucho; No sería mala idea que, alguna vez, le devolvieras la misma atención que ella te da.
Alejandro ascendió, sin comprometerse realmente, y su madre lo supuso. Ella suspiró una última vez y, viendo que ya no obtendría más, retrocedió para salir de la oficina.
—Eso es todo, querido, estaré en mi oficina —dijo con una sonrisa ligera—. No te quito más tiempo, sé que tienes mucho por hacer. Solo… piénsalo.
Cuando Andrea se marchó, Alejandro miró la revista unos segundos más antes de empujarla hacia un lado. Había algo en las palabras de su madre que resonaba en su mente, pero rápidamente desechó esos pensamientos y se concentró en sus informes.
Esa misma tarde Vanesa salió del vestíbulo de su casa y caminó hacia el auto que esperaba en la entrada. Roger, estaba atento, con la mirada calmada que siempre le inspiraba a ella un sentido de confianza.
—Señora Vanesa, buenas tardes —saludó Roger, abriendo la puerta con un gesto profesional, pero cálido.
—Hola, Roger. ¿Podrías llevarme al mismo centro comercial de la otra vez? —preguntó ella con una sonrisa amistosa, mientras acomodaba su bolso en el asiento de cuero y se sentaba con elegancia.
—Por supuesto, señora. Será un placer —contestó Roger, cerrando la puerta suavemente antes de rodear el coche y tomar el asiento del conductor.
El trayecto fue breve y en silencio, como ella lo prefería cuando iba sola. Desde el asiento trasero, Vanesa observaba la ciudad a través de la ventana, pero su mente estaba en otra parte, lejos de las vitrinas y luces de la calle. Había algo que necesitaba decir, y solo al ver la figura de Roger en el espejo retrovisor se animó a hablar.
—Roger… —susurró finalmente, inclinándose un poco hacia adelante, y él giró apenas la cabeza, atento—. Hay un favor que quería pedirte, si no es una molestia para ti.
—Dígame, señora Vanesa. Usted sabe que puede contar conmigo para lo que necesita —respondió él con una sonrisa honesta, dispuesta como siempre.
—Mañana temprano, se que es tu día libre, pero… ¿Podrías llevar una corona de flores al cementerio? Es para la lápida de mi madre —dijo ella, casi en un susurro, como si le doliera sacar aquellas palabras de su interior.
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Editado: 10.12.2024