Toda la sala de estar estaba sumergida en la penumbra, cuando Alejandro dejó sus llaves y las luces se encendieron al detectar movimiento. Vanesa había activado los sensores. Se aflojó la corbata y, antes de entrar a su habitación, se detuvo al ver por la ranura de la puerta abierta a Vanesa sobre la cama. Se escuchaban risas y lo que él dedujo como diversión en una video llamada con Emma, mientras su esposa comía palomitas sobre su sábanas favoritas. ¿Quería provocarlo?, pensó él. Para cualquiera podrían ser una simple sábanas pero para Alejandro, no.
Vanesa sobre la cama, sujetando el teléfono con una sonrisa relajada, como si estuviera pasando uno de los mejores momentos de su día. Alejandro entró, apenas notó su presencia, su expresión cambió.
La sonrisa en los labios de Vanesa se desvaneció de inmediato.
—Tengo que dejarte, Emma —dijo Vanesa y presionó el botón para colgar sin esperar respuesta.
—Hola, Alejandro —dijo, en un tono lleno de tensión mientras se incorporaba lentamente sobre la cama.
Colocó el teléfono a un lado y tomó un puñado de palomitas.
Alejandro se dirigió al vestidor sin contestarle al saludo verbalmente, aunque con su vista había respondido todo.
—¿Hiciste algo para cenar? —preguntó Alejandro con un dejo de cansancio en la voz.
—Pasta con salsa bechamel.
—Odio la salsa bechamel.
—¿Enserio? —musitó nerviosa como si apenas se acordara de aquello—. Bueno, se me antojó y la hice. Olvidé que la detestabas.
Alejandro la miró interrogativo, necesitando saber por qué la voz de su esposa sonaba tan extraña, avanzó un par de pasos hacia la cama y notó cómo Vanesa se tensaba, aunque intentaba no mostrarlo. Ella apartó el bol de palomitas a un lado y se puso de pie, dirigiéndose con prisa hacia la puerta del baño. Alejandro la siguió con la mirada, extrañado.
—¿Qué haces? —preguntó él, sospechando que algo se le escapaba.
—Nada... nada importante, solo... voy a darme una ducha —respondió ella con un tono apresurado, cerrando parcialmente la puerta del baño, como si quisiera impedirle el paso.
Al entrar Vanesa abrió la llave de paso, instalando el sonido del agua en la habitación.
Eso solo despertó más la curiosidad de Alejandro. Sin decir nada, caminó directamente hacia la puerta del baño y, antes de que Vanesa pudiera reaccionar, la empujó con suavidad, abriéndola por completo.
Lo que encontró al otro lado lo dejó sin palabras. En el suelo, acurrucado junto a una toalla, había un pequeño gatito de pelaje gris y ojos enormes que lo miraban con una mezcla de curiosidad y susto.
—Qué demo... —exclamó Alejandro, volviendo la vista hacia Vanesa, quien apretaba los labios, visiblemente nerviosa.
—No es lo que estás pensando —jadeó Vanesa con un matiz preocupado.
Alejandro se quedó en silencio, observando al pequeño animal que ahora maullaba en voz baja, como si supiera que era el centro de atención.
—¿Ah, no? —arqueó una ceja su esposo—. No es lo que estoy pensando, ¿acaso no estoy viendo un animal en mi baño?
—No quería que lo vieras así —dijo ella finalmente, bajando la mirada—. Sé que no lo vas a entender.
—¿Desde cuándo está aquí? —preguntó, en tono bajo, reprimiendo el impulso de levantar la voz.
Vanesa se mordió la mejilla interna como si buscara encontrar la respuesta.
—Desde esta mañana. Lo encontré en la calle... solo, temblando. No podía simplemente dejarlo ahí.
—¿Dónde?
—Fuera del centro comercial…
Alejandro dejó escapar un suspiro, pasando una mano por su rostro. Vanesa sabía a la perfección que él odiaba a los animales sobre todo a los gatos. Él soltó un bufido y lanzó una mirada de fastidio al pequeño animal, que ahora se movía lentamente hacia él, maullando tembloroso en voz baja.
—Tiene que irse —sentenció con la voz tan seria que Vanesa no se atrevió a replicar.
Alejandro se dio la vuelta saliendo de la habitación en dirección a la cocina.
Vanesa cubrió al minino con una de las batas de baño sedosas. Luego, lo tomó en brazos y siguió a Alejandro hasta llegar a la cocina.
Alejandro la miró de reojo sin prestarle atención realmente observando como Vanesa dejaba al animal en el sofá, antes de sacudirse las manos y acercarse.
El estaba improvisando algo simple de comer a lo que Vanesa se acercó a lavarse las manos para intentar ayudarle.
Alejandro observaba cómo Vanesa se acercaba al fregadero y comenzaba a lavarse las manos con movimientos lentos, como si necesitara tiempo para encontrar las palabras. Su presencia en la cocina era inusual; Desde hacía meses, no se habían visto compartir un momento parecido como si fueran una pareja común y corriente. Vanesa parecía estar eligiendo cada gesto con cuidado, lo que solo aumentaba la sospecha de Alejandro.
—¿Qué estás haciendo? —cuestionó él.
—Pensé en ayudarte a hacer algo de tu agrado —dijo ella finalmente, intentando sonar casual mientras sacaba una tabla de cortar y algunos vegetales del refrigerador—. Al fin y al cabo… mañana es tu cumpleaños, quiero que pases una buena noche.
Él arqueó una ceja, poco convencido, mientras sacaba pan y queso de la alacena. ¿Así que ahora le interesaba preparar la cena juntos?, pensó él. Su tono sonaba amable, casi atento, pero ahora no podía evitar sentirse reticente.
—¿Mi cumpleaños? —repitió con una ligera sonrisa irónica, cortando el pan sin mirarla—. ¿O es que estás haciendo todo esto para convencerme de que me quede con ese gato?
Vanesa lo miró sorprendida y soltó el cuchillo con el que iba a picar los vegetales, impactada por la suposición.
—No es por eso, Alejandro —respondió, retomando su tarea con algo de prisa—. No quiero presionarte con lo del gato. Solo quería... hacer algo por ti. ¿Es tan raro?
Alejandro la miró, intentando descifrar si esas palabras eran sinceras o parte de una estrategia más sutil. ¿De verdad esperaba que él creyera que estaba ahí, solo por la víspera de su cumpleaños? Su mirada fue hacia el sofá, donde el pequeño gato gris dormía profundamente, enredado en la bata de Vanesa. Los ojos enormes del animal se abrieron por un instante, captando la atención de Alejandro, y volvió a cerrarlos.
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Editado: 10.12.2024