El Hijo del Ceo

016

Vanesa se despertó con el primer rayo de luz que se filtraba entre las cortinas, y lo primero que sintió fue el calor del pecho de Alejandro bajo su mejilla. Su esposo, aunque dormido, la sostenía firmemente, con un brazo enroscado alrededor de ella, casi como si en sueños quisiera mantenerla cerca. Era raro verlo tan relajado, sin esa barrera de frialdad que él mismo se había encargado de construir entre ambos.

Vanesa se permitió disfrutar de ese instante, sin reproches ni preguntas, solamente sumergida en esa calidez que él, aun sin darse cuenta, le estaba dando. Vanesa tenía claro qué lo ocurrido la noche anterior no cambiaría nada en la relación de Alejandro y ella, otras veces así ocurría, pero, se había propuesto disfrutar de los momentos intensos de pasión en lo que los dos descargaban las ganas de placer acumulado y se entregaban a la química que compartían.

Vanesa se incorporó ligeramente y lo observó. Los labios de Alejandro estaban entreabiertos, su respiración era tranquila y rítmica, y el brillo de la mañana comenzaba a iluminar sus facciones. Sin poder resistirse, Vanesa se inclinó hacia él y depositó un beso suave en sus labios. Un roce, apenas, que le permitió sentir el tibio contacto y recordar cuántas veces había deseado que ese gesto significara más de lo que su relación hasta ahora le había dado.

“¿Por qué me siento así?”, se preguntó, sabiendo que sus sentimientos a menudo chocaban con la realidad de la distancia de Alejandro. Con cuidado, acercó una de las manos de Alejandro a su vientre y la dejó reposar un instante mientras miraba la escena como una que jamás podría disfrutar en el futuro.

—Aquí está tu hijo —susurró, apenas un murmullo. Lástima que Alejandro no lo había escuchado.

Vanesa apreció la escena, mas de lo debido. Y luego con cuidado colocó su mano sobre la de Alejandro, sin moverse mucho estiró las manos y alcanzó su móvil, capturó el momento en una foto, una que sería muy preciada para ella.

Alejandro entre sueños retiró su mano del vientre de Vanesa y se rascó la barbilla, aún adormilado, luego dejó caer la mano de forma inerte.

Con un suspiro, su esposa se apartó de él y, con cuidado de no despertarlo, se deslizó de la cama. Caminó descalza hacia la cocina y se dispuso a comenzar con la receta del pastel de cumpleaños de Alejandro. Sabía que, quizás, él no le daría mayor importancia, pero a ella le hacía ilusión sorprenderlo, sobre todo porque pretendía escribir con jalea de mora: ¡Vas a ser papá! Amasar la harina, medir el azúcar, retirar la mantequilla… el ritual de cada paso le permitiría llenar el silencio de la mañana con el suave eco de sus propios pensamientos. La receta que siempre hacía su madre, eran demasiadas emociones juntas.

Mientras preparaba la mezcla, Vanesa imaginaba cómo sería su día, cómo sería si Alejandro, solo por esta vez, sonriera al ver el pastel, si sus labios se formarían algo más cálido que una línea apática. Aunque sabía que era improbable, una parte de ella, incansable, no dejaba de desear ver su rostro cuando leyera aquella frase que coronaria el pastel.

Con la mezcla ya en el molde, Vanesa metió el pastel al horno, cerrando la puerta con cuidado mientras echaba un vistazo al temporizador. Su cabello y sus manos estaban cubiertos de harina, y notó una ligera mancha en su mejilla que intentó quitarse sin mucho éxito. Le gustaba cocinar, y más cuando se trataba de algo especial.

En medio de aquel silencio, escuchó el zumbido de un teléfono sobre la encimera. Miró hacia el sonido y vio el móvil de Alejandro, debió de habérsele quedado la noche anterior. La pantalla iluminada mostraba un nombre en letras mayúsculas: "MADRE BIOLÓGICA". Vanesa esbozó una sonrisa ligera, siempre que se peleaban o estaban en desacuerdo, así la agendaba.

La pantalla dejó de vibrar por un segundo. Luego, volvió a encenderse dejando ver el mismo nombre.

Sin pensarlo mucho, contestó la llamada y dijo en voz baja, para no interrumpir el ambiente de la mañana:

—Buenos días.

Al otro lado, hubo un silencio momentáneo antes de escuchar la voz de su suegra, firme y algo molesta.

—¿Y Alejandro? —preguntó, sin ocultar el disgusto en el tono—. ¿Ya hasta su teléfono controlas?

Vanesa sintió una punzada de incomodidad ante el comentario, pero mantuvo su tono calmado.

—No es eso, señora. Solo escuché el teléfono y pensé que podía ser importante. Alejandro está descansando.

—¿Descansando? —replicó su suegra con sarcasmo—. Alejandro no tiene tiempo para descansar, hace media hora debió de haber llegado a la oficina, hay una rueda de prensa esperándolo para hacerle la primera foto oficial de su cumpleaños.

Vanesa se mordió el labio, intentando contenerse. Sabía que su suegra no la apreciaba; en realidad, a duras penas la consideraba parte de la familia, y cada vez que podía hablar, sus palabras dejaban entrever un juicio silencioso.

—Claro, tú siempre tan metida en todo, pero para lo que debes ahí no haces nada —añadió Andrea.

Hubo un silencio al otro lado. Luego su suegra habló rápido como si quisiera evitar que Vanesa le contestara, con una voz más fría y seca dijo:

—Dile que lo llamé —sin mucha ceremonia, y sin esperar respuesta, colgó abruptamente.

Vanesa soltó un suspiro y dejó el teléfono sobre la encimera. El zumbido se había apagado, pero el eco de la llamada la dejó con un malestar amargo. Sin embargo, miró el horno y se concentró en el aroma del pastel que empezaba a llenar la cocina.

Cuando se enderezó para ir a despertar a su esposo, Alejandro ya se había presentado en la sala de estar rápido y desesperado como si el tiempo fuera lo que definiera los últimos segundos de su vida, pasó rápidamente por la cocina sin notar el dulce aroma que llenaba el ambiente ni el ligero desorden de harina y utensilios. Y sirvió un vaso de agua acompañado de una pastilla. Vanesa, quien estaba allí preparando el relleno para el pastel, lo detuvo con una sonrisa leve y una mirada esperanzada.




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