El Hijo del Ceo

017

Alejandro bajó del coche y se apresuró hacia el edificio King, intentando mentalmente prepararse para el día. Aun con la prisa, distinguió en la entrada a un grupo de periodistas y fotógrafos que lo guardaban, cámaras y micrófonos listos, reflejando la anticipación del momento. Entre flashes y preguntas lanzadas al aire, distinguió a su madre, Andrea, quien se le unió rápidamente con una sonrisa calculada, colocándose a su lado como si llevara años esperando ese instante.

—¡Alejandro, aquí! ¡Míranos! —gritó uno de los reporteros, extendiendo un micrófono hacia él—. ¡Feliz cumpleaños! ¿Cómo se siente cumplir un año más y seguir al frente de una de las empresas más exitosas del país?

Alejandro forzó una sonrisa.

—Gracias, se siente… bien, aunque con mucho trabajo por delante —respondió, manteniendo su tono formal y escueto.

— ¿Habrá celebración especial esta noche? —preguntó otra reportera, aprovechando el momento.

Andrea, que lo observaba con una mezcla de orgullo y astucia, se adelantó un poco y contestó por él.

—Claro que sí. Mi hijo se merece lo mejor, y yo me encargaré de que esta noche tenga una celebración digna de él —acentuó, mirándolo con una sonrisa de complicidad que Alejandro percibió como un intento de control.

Pero las preguntas comenzaron a volverse más incisivas.

—Alejandro, ¿qué hay de los rumores sobre la relación con su esposa, Vanesa? —preguntó un periodista con un tono que destilaba curiosidad morbosa—. Se dice que su matrimonio pasa por un momento difícil. ¿Es cierto?

Alejandro presionó la mandíbula, sintiendo cómo la tensión se acumulaba en sus hombros. Sin embargo, su madre aprovechó la pausa para tomar nuevamente la palabra, dirigiéndose a la prensa con una sonrisa contenida.

—Por favor… —exclamó Andrea, fingiendo sorpresa—. No crean en esos rumores. Alejandro y Vanesa están bien, como cualquier pareja tienen sus momentos, pero créanme, no hay nada que la familia no pueda superar.

Alejandro dirigió una mirada a su madre, incómodo con su intervención, pero antes de que pudiera decir algo, otro reportero lanzó otra pregunta.

—Alejandro, ¿podrías decir algo directamente sobre Vanesa? ¿Qué le dirías hoy en tu cumpleaños?

La pregunta lo tomó por sorpresa, pero mantuvo la calma y respondió en un tono neutral, casi como si fuera una formalidad más.

—Mi esposa… bueno, ella es muy dedicada, y siempre se preocupa por mí —dijo, sin querer mostrar demasiada emoción, ni dar demasiada información.

Andrea le dio una ligera palmada en el brazo, intentando suavizar la atmósfera, pero el comentario de uno de los reporteros la tensó de inmediato.

—Andrea, ¿cómo es tu relación con Vanesa? ¿Te preocupa los rumores sobre tu nuera?

La sonrisa de Andrea se volvió tensa, y durante un segundo, pareció medir cuidadosamente su respuesta.

—Mi relación con Vanesa es… cordial. Yo solo quiero lo mejor para mi hijo —dijo, sin decir demasiado, pero dejando entrever más de lo que quizás deseaba.

La prensa captó la tensión y aprovechó para hacer una última pregunta incisiva.

— ¿Es cierto que tú, Andrea, siempre has tenido una opinión fuerte sobre el matrimonio de Alejandro? ¿Crees que esta relación influye en su desempeño como líder de la empresa?

Alejandro notó la incomodidad en el rostro de su madre y decidió intervenir, forzando una sonrisa profesional.

—Les agradezco el interés, pero en estos momentos mi enfoque está completamente en la empresa. Les aseguro que todo está en orden, tanto en mi vida personal como profesional —asumió en un tono definitivo, intentando dar por terminada la incómoda conversación.

Finalmente, Alejandro y su madre lograron ingresar al edificio, dejando atrás los destellos y preguntas persistentes de los reporteros. Apenas cruzaron las puertas, Alejandro lanzó un suspiro de frustración y se volvió hacia Andrea con expresión seria.

—Mamá, ¿de verdad era necesario eso? —le susurró con tono de reproche.

Andrea, imperturbable, alzó una ceja y lo miró con frialdad.

—Alguien tenía que tomar el control de esa situación, Alejandro. No olvides que tu imagen también es un asunto de la familia.

Él no respondió.

Ambos entraron al ascensor, Andrea, con los brazos cruzados, lo observaba como si aún quisiera darle una última lección. Él evitó su mirada, apretando el botón hacia su piso y dejando que el silencio entre ambos se hiciera denso.

—Alejandro —dijo ella, finalmente rompiendo el silencio mientras el ascensor ascendía—. ¿Vas a seguir permitiendo que Vanesa influya tanto en tu imagen?

Él suspiró, sin siquiera volverse hacia su madre.

—¿No acabas de decir allá afuera que todo está en orden? —replicó con una calma forzada, apretando los dientes—. Si eso es cierto, ¿por qué seguimos hablando de esto?

Andrea dejó escapar una leve risa, esa que Alejandro conocía tan bien, la que usaba cada vez que sentía que él no estaba actuando de acuerdo a sus expectativas.

—¿Sabes, Alejandro? Si realmente quieres manejar tu vida como quieres, deberías empezar a tomar decisiones más firmes. Esa mujer, esa… Vanesa, no entiende la importancia de lo que implica ser parte de esta familia. Estuve revisando aquel contrato…. Ya sabes yo… pienso que deberías aceptar la propuesta que le he dado a Gabriela para que te la entregue.

Alejandro no respondió, intentando controlar su propia frustración. La presión de su madre siempre había estado ahí, desde joven. Él sabía que en el fondo, Andrea creía que Vanesa era la imagen de un simple contrato, una pieza débil en su vida que ella no aprobaba.

El ascensor se detuvo en el piso de la oficina de Alejandro. Sin decir nada más, salió rápidamente y se dirigió a su oficina. Andrea se quedó un momento atrás, observándolo con una mezcla de impaciencia y frustración, antes de irse en dirección contraria.

Una vez en la privacidad de su despacho, Alejandro se dejó caer en la silla y se llevó las manos a la cara, cerrando los ojos. Cumplir años no significaba nada para él, ni siquiera recordaba la última vez que había disfrutado realmente un cumpleaños. Tomó un respiro profundo y miró hacia la ventana, intentando distraerse de la incomodidad que le había dejado la conversación con su madre. El olor atrapante del café recién hecho que le había guardado su secretaria le penetró con intensidad y se permitió probar un sorbo.




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