El Hijo del Ceo

018

El coche negro se detuvo frente a la enorme mansión, cuyos ventanales resplandecían con las luces cálidas que iluminaban la noche. Alejandro suspiró con resignación. No había querido asistir a esta reunión, mucho menos para celebrar un cumpleaños que para él carecía de significado. Pero su madre, fue realmente insistente.

—Hijo, solo será una noche —le decía ella con una sonrisa firme, casi como una orden disfrazada de solicitud—. Te lo mereces.

Alejandro la miró, enarcando una ceja con indiferencia. Sabía que su madre tenía su propio plan, un plan que involucraba reuniones, conversaciones incómodas, y probablemente, una cierta invitada de su pasado.

Al cruzar el umbral de la mansión, Alejandro fue recibido por una explosión de decoración lujosa: flores frescas, lámparas de cristal y mesas decoradas con platos de porcelana fina. No cabía duda de que su madre no había escatimado en gastos para la ocasión. De inmediato, reconoció a su tío, el hermano de Andrea, y a su primo, Julián, quien sostenía la mano de una niña pequeña de ojos brillantes y sonrisa traviesa. Apenas tenía un año la última vez que la vio.

—¡Alejandro! —exclamó el tío con entusiasmo, dándole una palmada en la espalda—. ¡Cuánto tiempo sin verte!

Alejandro le desarrolló una sonrisa tensa y asentada. No tenía mucho que decir, así que solo musitó un seco "sí, mucho tiempo".

La niña de cinco años, que parecía pegada a la pierna de Julián, tiró de la manga de su hermano para acercarse a Alejandro, mirándolo con un brillo de curiosidad. Alejandro le dedicó una mirada seria, esperando que se intimidara y se alejara, pero la pequeña no parecía fácil de espantar.

—¿Eres el cumpleañero? —preguntó la niña con la voz más dulce del mundo. Llevaba un vestido blanco con lazos rosados, y parecía absolutamente encantada de conocerlo.

—Supongo que sí —respondió él, sin demasiado entusiasmo.

—Y ¿por qué no estás feliz? —insistió ella, cargando la cabeza hacia un lado como si fuera una pregunta lógica y fácil.

Alejandro alzó una ceja, sin saber cómo responderle. La verdad es que lo último que quería era celebrar.

—Porque es... complicado —dijo finalmente, intentando evitar los ojos grandes y brillantes de la niña.

—Yo también a veces no quiero celebrar mi cumpleaños porque me quitan los regalos —le dijo ella, y él tuvo que morderse el labio para no reír—. Pero luego me los dan otra vez. ¿A ti también te los quitan?

Alejandro no supo qué responder y acabó soltando una breve risa. Era difícil ser frío con alguien tan honesta y desinhibida como ella.

—No, a mí no me quitan nada —respondió, con un tono casi amable—. Simplemente... no soy fan de los cumpleaños.

—Eres raro —respondió la niña. Mirándola de arriba abajo, Alejandro alzó ambas cejas, sorprendido por la respuesta.

—Y tú eres una niña muy directa, ¿no? —preguntó él con una sonrisa irónica.

La niña avanzaba con total seriedad y luego, agarrándolo de la mano, lo jaló hasta una mesa con tartas y dulces.

—Mira, al menos cómete un pastelito. Son como regalos, pero se comen, así que nadie te los quita —explicó con toda la lógica infantil que solo ella podía tener.

Mientras Alejandro tomaba uno de los pastelitos para cumplir con el mandato de su pequeña prima, vio desde el otro lado del salón a Natalia. Ella le lanzó una mirada desde lejos, y su expresión dejó en claro que estaba exclusivamente allí por él.

Andrea quien no se concentraba en nadie más que en su hijo, se acercó, aprovechando el momento.

—Ay, Natalia —dijo, alzando la voz para llamar su atención—. Ven, querida. Alejandro, ¿no te alegra verla?

Alejandro intercambió una mirada tensa con Natalia, quien se sintió profundamente halagada. Su relación nunca había sido especialmente buena desde que se marchó, y menos ahora que su madre insistía en presentarla como "la amiga ideal", en contraste con la mujer con la que él realmente se había casado, un matrimonio por contrato que Andrea reprobaba.

—Alejandro —dijo Natalia, con un tono casi protocolario—, feliz cumpleaños. ¿Ya te han convencido de comer pastel?

—Parece que mi prima tiene más influencia sobre mí que cualquiera —respondió él, y la niña, a su lado, soltó una carcajada.

Natalia miró a la niña con ternura y luego alzó la vista hacia Alejandro, como si estuviera evaluando si quedaba algo en él que recordara del joven que conoció. Finalmente, sonriendo levemente murmuró:

—Bueno, al menos alguien aquí tiene buen gusto.

Andrea, en cambio, los miró a ambos con una sonrisa de satisfacción, como si hubiera logrado algún avance en su plan de acercarlos. Alejandro solo resopló, tomó otro pastelito y se lo ofreció a la niña.

—Supongo que debo seguir comiendo regalos, ¿no? —le dijo, alzando el pastelito como si fuera un brindis, provocando otra risita en la pequeña.

—No sabía que se te daban tan bien los niños —instó Natalia con una voz risueña—. Serías un excelente padre.

Alejandro levantó la mirada de la pequeña, sorprendido por el comentario de Natalia, y su expresión se endureció al instante.

Andrea entusiasmada al escucharla, aprovechó para hacer otro intento de acercamiento entre Alejandro y ella.

—Oh, querida —dijo Andrea, mirando a Natalia—, ¿no sería hermoso que en un futuro alguien aquí también tenga pequeños como ella?

La tensión revoloteó de golpe. Incluso hubo un silencio abrupto que golpeó el ambiente de repente.

Su tío buscando romper con aquella tensión alzó la voz:

—¡Bien, bien! ¡Es hora de cantar el "Cumpleaños feliz" para Alejandro! —exclamó con entusiasmo, dando una palmada en el hombro de su sobrino.

Alejandro contuvo el impulso de retroceder y se esforzó por esbozar una sonrisa. Así pasó gran parte de la noche en la celebración familiar.




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