Alejandro abrió la puerta de su departamento en la penumbra de las tres de la madrugada. Tras la larga y sofocante noche en la mansión, lo único que deseaba era un momento de paz. La reunión había sido agotadora, y la desvelada lo hacía sentir aún más exasperado. Caminó directo a la cocina, deseando beber algo de agua para calmar la sequía en su garganta.
Al encender la luz, un destello morado a trajo su atención. Allí, sobre el bote de basura, vio una caja de pastel arrugada y algo sucia. Frunció el ceño, reconociéndola de inmediato. Vanesa había mencionado con ilusión que cortarían un pastel juntos a su regreso. Sin embargo, ahora estaba ahí, desechado. Alejandro sintió una punzada de culpa, preguntándose si su tardanza habría herido los sentimientos de su esposa.
Con cuidado, sacó la caja de la basura y abrió la tapa. El pastel estaba un poco magullado, con algunas partes deshechas. Entonces, sus ojos captaron algo escrito en la superficie, letras formadas con jalea de mora, ahora ligeramente corridas y borrosas. Se inclinó, tratando de descifrar el mensaje. Poco a poco, las palabras tomaron forma en su mente, y cuando finalmente logró entenderlas, sintió cómo su respiración se detenía.
"Felicidades, futuro papá."
Alejandro quedó inmóvil, con la vista fija en esas letras temblorosas de jalea de mora. Su mente intentaba lo mismo, pero las palabras parecían flotar en el aire, etéreas e irreales. ¿Papá? Una mezcla de sorpresa, confusión, y algo muy parecido al temor le recorrió el cuerpo. No podía procesar lo que acababa de leer, y durante unos segundos, simplemente se quedó observando el pastel, como si el mensaje pudiera cambiar de repente.
Se incorporó suavemente y clavó su vista a la nada, yéndose al cristal de la sala, ahí entre su asombro percibió una figura en el sofá. Caminó con lentitud, vio un brazo delgado asomando desde el borde del mueble y, en la penumbra, distinguió la figura de Vanesa, dormida. Se acercó lentamente y notó que, a pesar de que su rostro estaba tranquilo, sus ojos estaban hinchados, evidencia de lágrimas que probablemente había derramado mientras lo esperaba. A su lado, descansaba un paquete de pañuelos usados.
Acurrucado junto a ella estaba el pequeño gato, una bolita de pelo gris que dormía plácidamente, ajeno a la tensión en el aire.
Alejandro se arrodilló junto al sofá, mirándola con una mezcla de culpa y ternura. Todo el malestar que había sentido durante la noche parecía insignificante comparado con lo que experimentaba ahora. Alargó una mano temblorosa y, con delicadeza, acarició el rostro de Vanesa, apartando un mechón de su cabello. Ella entreabrió los ojos, somnolienta, en su mirada había un brillo con una mezcla de cansancio y algo más frío.
—No me toques —dijo, con un filo en su voz que lo hizo retirar la mano como si se hubiera quemado.
Vanesa se incorporó lentamente, sentándose, sin mirarlo directamente, mientras el silencio entre ambos se hacía más pesado. Su espalda estaba tensa, sus movimientos calculados, y aunque parecía tranquila, había un aire frío que hacía que Alejandro se sintiera como un extraño en su propia casa.
—Vanesa, por favor... —empezó a decir él, pero ella lo interrumpió con un gesto seco de la mano.
—Por favor, ¿qué? ¿Que te escuche? ¿Qué finja que esto no pasó? —Su mirada se clavó en él, y aunque su tono no era elevado, cada palabra caía como un martillo. Alejandro intentó acercarse de nuevo, pero cuando extendió la mano hacia ella, Vanesa lo detuvo.
—No —dijo con una voz helada, mientras se levantaba del sofá y se alejaba un par de pasos, dándole la espalda. Cruzó los brazos y habló sin volverse—. No quiero escuchar ninguna explicación, ni justificaciones vacías, Alejandro. Ya me las sé todas.
—Vanesa... —insistió él, tratando de sonar calmado, aunque su corazón latía con fuerza. Sabía que había llegado tarde, que había fallado, pero no podía soportar su actitud mezclado con las emociones que galopaban su pecho.
—No puedo seguir así —dijo ella, sin mirarlo, sus palabras saliendo despacio, como si las estuviera saboreando antes de soltarlas—. ¿Sabes cuánto tiempo estuve esperando? Cuántas veces miré el reloj, pensando que tal vez esta vez llegarías a tiempo.
Él guardó silencio, sintiendo cómo cada palabra lo hundía más.
—Y no lo hiciste. —Vanesa giró la cabeza lo justo para mirarlo por encima del hombro, pero su expresión era dura, distante—. Pero esta vez no es solo por mí, Alejandro. Esta vez... —su voz tembló un poco, pero rápidamente recuperó el control—... no pienso seguir esperando por ti.
Alejandro se quedó inmóvil, su mente atrapada entre las palabras que no sabía cómo decir. Tragó saliva y finalmente soltó, en un murmullo:
—Vanesa... lo del pastel... ¿Es cierto? ¿Vamos a tener un bebé?
Ella dejó escapar un suspiro largo, cansada, como si esa pregunta confirmara algo que ya había asumido. Giró del todo para mirarlo, cruzando los brazos con gesto cerrado.
—Sí, vamos a tener un bebé. Pero no te preocupes, él me tendrá a mí, no vas a tener que dejar de trabajar en exceso. Así que tranquilo mi hijo no va a ser un problema para ti.
Vanesa intentó pasar por su lado, pero él la detuvo con un gesto firme.
—¿Por que no me lo habías dicho? —interrogó con sumo interés—. ¿Desde cuándo lo sabes?
Vanesa soltó una risa irónica no propia de ella, que heló a Alejandro al grado que sus dedos soltaron su antebrazo y la miró fijamente.
—¿Sabes cuántas veces he intentado decírtelo? —aseveró—. Tú nunca tienes tiempo para mi. ¿Qué hubiera cambiado?
Alejandro frunció el ceño, sintiendo cómo las palabras de Vanesa lo golpeaban con la fuerza de un trueno. Retrocedió un paso, desconcertado, mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar.
—Lo que haz hecho es muy egoísta —zanjó él mirándola con desesperación.
—¿Egoísta yo? —río Vanesa sin gracia—. El que ha sido realmente egoísta en esta relación haz sido tú. Estos últimos tres años, no haz visto más allá de tus narices.
#1403 en Novela romántica
#540 en Chick lit
amor celos, hijos inesperados intriga pasion, ceo millonario humor intriga
Editado: 10.12.2024