Alejandro apenas se había cabeceado durante la noche, mientras sentía el mismo peso en el pecho que lo había acompañado la noche anterior. Miró hacia la habitación y vio a Vanesa todavía dormida, envuelta en la manta. El ligero movimiento de su pecho al respirar era una señal de calma, pero Alejandro sabía que la calma no era real, solo un momento suspendido antes de la tormenta.
Quería quedarse, hablar con ella cuando despertara, pero los compromisos en la empresa eran ineludibles. Siendo el jefe, tenía que liderar una reunión con los socios clave para resolver un tema urgente relacionado con la inversión en el nuevo proyecto. Retrasarlo no era una opción, y enviar a alguien en su lugar no sería suficiente para calmar las tensiones internas.
Antes de irse, tomó una hoja de papel y se sentó en la mesa del comedor, pensando en qué escribir. Finalmente, se decidió:
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Vanesa,
Sé que te he fallado demasiadas veces y que las palabras ya no bastan. Hoy tengo unas reuniones importantes que no puedo posponer, pero quiero que sepas que estaré de vuelta lo antes posible. Te prometo que esta noche hablaremos, y esta vez no habrá excusas. A las 7:30 p.m estaré aquí. Por favor, espérame. Necesito que lo hablemos.
Alejandro.
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Dejó la nota junto a una taza de té recién hecha sobre la encimera. Miró una última vez hacia la habitación, con el corazón apretado, antes de salir por la puerta.
En la oficina, la tensión en la sala de juntas era palpable. Alejandro entró con pasos firmes, aunque por dentro estaba dividido. Los socios, cinco personas sentadas alrededor de una imponente mesa de cristal, lo esperaban.
—Señores, gracias por venir en tan corto plazo —dijo Alejandro al tomar asiento en la cabecera—. Tenemos que resolver los detalles del acuerdo con los inversores para asegurarnos de que el proyecto avance sin contratiempos.
La discusión comenzó de inmediato. Hablaban de números, proyecciones y contratos. Mientras uno de los socios exponía un gráfico en la pantalla, Alejandro recordaba el rostro cansado de Vanesa, sus ojos hinchados por el llanto, el tono frío de su voz cuando le había dicho que no podía seguir viviendo así. Y sobre todo, que iba a ser ¡Papá!
—Alejandro? —dijo uno de los socios, interrumpiendo sus pensamientos.
—¿Si? —respondió rápidamente, enderezándose en su silla.
—Queremos saber tu opinión sobre el cronograma de entregas.
Alejandro respiró hondo y respondió lo necesario, pero su atención se desvanecía nuevamente en cuanto terminaba de hablar.
El tiempo avanzaba con lentitud insoportable, pero finalmente, después de tres horas de discusión, se cerraron los puntos críticos. Los socios comenzaron a levantarse, estrechando manos y recogiendo sus cosas. Alejandro se despidió rápidamente, sin quedarse a las formalidades habituales, y salió directo hacia otra reunión que había propuesto fuera del edificio.
Aquello tomó cuatro horas cuando finalmente llegó al edificio King, con tres reuniones pendientes, apenas había comido y sentía que el tiempo apenas le daba.
Asistió a las juntas y al final de la tarde volvió a su escritorio.
Al encerrarse en su oficina, y revisar varios correos echó un breve ojo al reloj de muñeca: 6:38 p.m Tomó el teléfono y marcó a la extensión de su secretaria.
—Gabriela, ¿puedes venir a mi oficina?
Pocos minutos después, Gabriela, entró al despacho con una tableta en mano.
—Dígame, señor Adán.
Alejandro respiró hondo, apoyando las manos sobre el escritorio.
—Necesito que canceles la reunión de las siete. Es algo personal, y debo salir temprano hoy.
Gabriela levantó la vista de su tableta, claramente sorprendida.
—¿La reunión con los arquitectos para el proyecto Arcadia? Señor Adán, eso será complicado. Han estado ajustando sus agendas por semanas para poder reunirse con usted.
—Lo sé, pero no puedo quedarme esta noche. ¿Podemos reprogramarla para mañana o, a más tardar, pasado mañana?
Gabriela revisó su tableta rápidamente, desplazándose por las fechas con el ceño fruncido.
—Me temo que no hay espacio en su agenda hasta dentro de tres semanas. Y por lo que veo aquí, ellos tampoco están disponibles hasta el mes siguiente.
Alejandro sintió cómo el peso del compromiso profesional caía sobre sus hombros, apretando como una soga. Su mandíbula se tensó y apretó los puños contra el escritorio.
—Entonces, ¿no hay otra opción? —preguntó, con una pizca de frustración en la voz.
—No, señor —respondió Gabriela, con el tono tranquilo de quien sabe manejar la crisis.
Alejandro cerró los ojos por un momento, luchando contra el impulso de simplemente ignorar la reunión y marcharse. Ese proyecto era tan importante que por un momento se sintió ridículo de intentar cancelar una oportunidad como aquella.
—¡Cancélalo!, y agéndalo para el mes que esté disponible —instó incrédulo de si mismo. Gabriela asintió con la cabeza e inclinó la vista en la tableta moviendo los dedos con agilidad, antes de marcharse.
De repente, un correo interrumpió su intento de ponerse de pie “Reunión urgente con Kim Ho, 19:15. Confirmar asistencia.”
Alejandro sintió un leve escalofrío recorrerle la espalda. Kim Ho era el pez gordo, de los más importantes del nuevo proyecto: el centro comercial que marcaría un antes y un después en la compañía. No era habitual que alguien como él pidiera una reunión improvisada, y mucho menos fuera del horario agendado. Ignorar esa cita podría ser un error irreparable para su carrera. Pero asistir significaría algo grave: faltar a la reunión que él mismo había prometido a Vanesa.
El dilema lo dejó inmóvil durante unos instantes. Sabía que esa noche no era una cualquiera. Vanesa había dejado claro, tanto en sus palabras como en su mirada, que estaba al límite. Pero también sabía que su futuro profesional estaba en juego. Se masajeó las sienes, tratando de encontrar una salida que no lo haría quedar como un irresponsable en ninguno de los dos frentes.
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Editado: 10.12.2024