Emma se miró al espejo de su baño, complacida con la mascarilla de arcilla verde que cubría su rostro. Cada detalle en su espacioso departamento reflejaba la elegancia que la rodeaba: desde los mármoles italianos hasta los finos acabados en tonos beige y oro que adornaban las paredes. El suave aroma de una vela de jazmín y sándalo flotaba en el aire mientras la música clásica llenaba el espacio con tranquilidad.
Vestida con una bata de spa blanca impecable y zapatillas de terciopelo, Emma dejó que el vapor de un té de hierbas recién servido se mezclara con el aire perfumado. Era su momento favorito del día: el ritual de cuidarse. Pero, justo cuando levantaba la taza para dar un sorbo, un sonido insistente la sobresaltó.
El interfono del edificio zumbó con fuerza. Emma arrugó el ceño. Era raro que alguien la buscara sin previo aviso, y mucho menos a esa hora. Se acercó al panel y presionó el botón.
—¿Si? —preguntó con voz serena, aunque un ligero malestar se filtraba en su tono.
—¡Soy Alejandro! Déjenme pasar. Es urgente —respondió una voz masculina cargada de desesperación.
Emma chasqueó la lengua, alejándose del interfono con una mezcla de disgusto y sorpresa. ¿Qué hacía Alejandro allí, irrumpiendo en su espacio? Presionó nuevamente el botón.
—¿Alejandro? No sé qué haces aquí, pero no tengo intención de dejarte entrar. No tienes nada que buscar en mi casa.
Antes de que pudiera continuar, el sistema se desconectó abruptamente. Emma se quedó mirando el panel, incrédula. Unos minutos después, sonó el teléfono de la seguridad interna del edificio.
—Señorita Martínez, el señor Adán está aquí abajo que insiste en subir. ¿Lo dejo pasar?
—Ya les dije que no —respondió cortante Emma—. No tienen por qué dejarlo pasar. ¿Queda claro?
—Por supuesto, señorita —respondió la voz al otro lado de la línea.
Emma respiró hondo, tratando de recuperar la calma, pero algo en la insistencia de Alejandro le incomodaba profundamente. No pasaron ni cinco minutos antes de que oyera un golpe insistente en la puerta de su departamento.
La preocupación arropó a Emma de repente, ¿Qué hacía Alejandro allí? Sino le cayera tan mal de seguro que lo interrogaría. Pero su orgullo podía más.
—¡Emma, abre la puerta! —La voz de Alejandro era inconfundible y desesperada.
Emma cerró los ojos, apretando la mandíbula. ¿Cómo había logrado burlar la seguridad? Caminó con paso decidido hacia la puerta, pero no la abrió.
—¿Qué parte de "no estás invitado" no entendiste? —dijo desde el otro lado, cruzando los brazos bajo la bata.
—Necesito hablar con Vanesa. Sé que está aquí —respondió Alejandro, golpeando la puerta de nuevo.
—¿Perdiste el juicio? —Emma abrió la puerta apenas unos centímetros, lo suficiente para enfrentarlo con una mirada afilada, su rostro aún cubierto por la mascarilla verde—. Vanesa no está. ¿Qué le hiciste ahora? ¡He!
—No estoy para tus comentarios, Emma —replicó Alejandro, empujando la puerta hasta entrar al departamento. Su mirada recorrió rápidamente el lugar, buscando cualquier indicio de la presencia de su esposa—. ¿Dónde está? Sé que la estás escondiendo.
Emma lo fulminó con la mirada, cerrando la puerta de golpe tras él.
—¡Por Dios, Alejandro! ¿Cómo te atreves a entrar aquí como un loco? Vanesa no está aquí, y no tengo idea de dónde puede estar.
—No te creo —respondió él, caminando hacia la sala y revisando detrás de los muebles como si esperara encontrar a Vanesa escondida—. Tú siempre la cubres.
Emma sintió cómo la ira burbujeaba dentro de ella. Se plantó frente a Alejandro, bloqueándole el paso hacia el dormitorio.
—Escucha bien, Alejandro. No sé qué hiciste esta vez, pero te aseguro que Vanesa no está aquí. Y si lo estuviera, ¿qué te hace pensar que te dejaría verla después de todo lo que le ha hecho?
Alejandro se detuvo, mirándola con el ceño fruncido.
—Vamos a tener un bebé —soltó esperando una sorpresa en Emma que no llegó—. Lo… ¿Lo sabías?
—Déjala en paz —ordenó Emma creyendo entender lo que ocurría—. Cada vez que le das tus promesas y tus disculpas, la dejas peor que antes. ¿De verdad crees que aparecerte así te va a redimir?
Alejandro apretó los puños, frustrado.
—No tengo tiempo para tus juicios, Emma. Necesito saber dónde está.
Emma dio un paso adelante, desafiándolo con la mirada.
—Te lo diré una vez más: no está aquí. Y si sigues molestando, llamaré a seguridad para que te saquen.
El silencio entre ambos era tenso, cargado de emociones encontradas. Alejandro la miró, buscando algún rastro de mentira en sus palabras, pero Emma no parpadeó.
Alejandro dudando se dio la vuelta y salió de allí.
Emma permaneció en el lugar, inmóvil, su pecho subiendo y bajando rápidamente. Cuando la calma volvió, se dirigió al baño, limpiándose la mascarilla mientras pensaba en lo ocurrido. Alejandro estaba desesperado, eso era evidente. Pero algo en su comportamiento le dio una mala espina. ¿Y si realmente Vanesa estaba en problemas?
Luego tomó su móvil y le marcó a su amiga preocupada, pero solo recibió el buzón de voz, haciéndola caminar en círculo imaginando lo peor.
Mientras Alejandro volvió al coche más desesperado que nunca. Decidió sin mucho convencimiento ir a su siguiente sospecha. Cuando Alejandro estacionó frente a la casa del padre de Vanesa, suspiró denso y se obligó a bajar del auto. Era una residencia imponente pero sobria, ubicada en un vecindario exclusivo, con un jardín perfectamente cuidado y luces cálidas que iluminaban la entrada. Aunque Alejandro sabía que Vanesa y su padre no tenían una relación tan cercana en las últimas semanas, había una posibilidad —por remota que fuera— de que ella estuviera allí. Después de todo era su padre.
Respiró hondo antes de salir del auto, ajustándose la chaqueta. Su plan era simple: actuar como si todo estuviera bajo control y obtener cualquier indicio del destino de Vanesa sin revelar sus verdaderas intenciones.
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Editado: 10.12.2024