El amanecer trajo consigo una mañana gris, casi como un reflejo del estado mental de Alejandro. Las pocas horas de sueño lo habían dejado en un estado de letargo físico y mental. Su rutina matutina transcurrió en piloto automático: ducha, traje, café. Pero en su interior, el caos era un huracán que no se detenía.
Vanesa seguía sin aparecer, y la preocupación lo carcomía. A pesar de su desesperación, sabía que debía mantener la compostura. En su mundo, mostrar debilidad no era una opción.
Al llegar a la oficina, Gabriela lo esperaba con su habitual puntualidad y una tableta en la mano.
—Buenos días, señor Adán. Su agenda está especialmente apretada hoy. Tiene reuniones consecutivas desde las nueve hasta el almuerzo. Y, sobre lo de anoche… —hizo una pausa, como si dudara en mencionar el tema—, el director Kim Ho, ha pedido una explicación por la cancelación de la reunión con el comité ejecutivo. Lo quiere por escrito.
Alejandro se mostró sin mucho interés, tomando los documentos que le entregaba.
—Gracias, Gabriela. ¿Algo más?
—Sí, su madre llegó temprano. Insistió en verlo antes de su primera junta. Está en su agenda como prioridad.
Alejandro frunció ligeramente el ceño. Las charlas de Andrea rara vez traían algo bueno, pero sabía que no podía evitarla.
—Está bien, dile que pase después de que revisen estos informes.
Se adentró en su oficina, cerrando la puerta tras de sí. El silencio del lugar lo envolvió, pero no lo tranquilizó. Se sentó en su escritorio, intentando concentrarse en las cifras y gráficos frente a él, pero su mente no dejaba de regresar a Vanesa.
"¿Dónde estás?" , pensó por enésima vez. Su preocupación se mezclaba con el peso de la culpa. Aunque no lo admitiera fácilmente, sabía que había fallado e herido sus sentimientos. Y también pretendía estar en la vida de su hijo, las palabras que ella le dijo aquella noche sobre su infancia, cavaron hondo en él.
El ruido de la puerta al abrirse lo sacó de sus pensamientos. Andrea entró al despacho con la misma determinación que siempre la caracterizaba. Era una mujer de carácter fuerte, acostumbrada a que su opinión fuera escuchada y respetada.
—Buenos días, madre —dijo Alejandro, sin levantarse de su silla.
Andrea no respondió de inmediato. En cambio, caminó hacia el escritorio con pasos firmes y dejó caer una revista sobre la superficie de cristal con un golpe seco.
— ¿Qué significa esto, Alejandro?
Él bajó la mirada hacia la portada de la revista. Una fotografía borrosa lo mostró a él afuera del edificio de Emma la noche anterior. El titular sensacionalista no dejaba lugar a dudas: "El magnate Alejandro Adán, fuera de control. Intenta allanamiento de morada".
Alejandro cerró los ojos por un segundo.
—No significa nada, madre. Es un malentendido.
Andrea lo fulminó con la mirada, cruzándose de brazos.
—¿Un malentendido? ¡Por el amor de Dios, Alejandro! Eres el director ejecutivo de esta empresa, una figura pública. No puedes darte el lujo de protagonizar escándalos. ¿Qué estabas haciendo allí?
Él levantó la vista, su expresión fría como el hielo.
—Buscaba a Vanesa, se fue del apartamento…
—¡Buscando a Vanesa! —replicó Andrea, dando un paso hacia él—. Desde que te casaste con esa… mujer, has perdido el rumbo. Te manipula, te tiene como un perrito faldero, haciendo todo lo que ella quiere, y ahora te dedicas a buscarla de esa manera tan… corriente.
Alejandro se levantó lentamente, enfrentándola con la mirada.
—No es nada de lo que estás insinuando, necesitaba hablar con ella urgente no es asunto tuyo.
—Alejandro si esa mujer se fue déjala ir, que más da…
—No puedo —instó—. Vanesa…, está embarazada.
El silencio que siguió fue casi palpable. Andrea lo miró como si no pudiera procesar lo que acababa de escuchar. Su rostro pasó de la incredulidad al horror en cuestión de segundos.
—¿Qué… qué has dicho?
—Vanesa está embarazada…
Alejandro no había terminado la frase, cuando un golpe seco y sordo golpeó el suelo como un eco. Y el se precipitó en un intento de sujetar el cuerpo de su madre.
Andrea abrió los ojos lentamente, parpadeando varias veces mientras sus pupilas se ajustaban a la luz blanca y fría de la habitación. A su alrededor, el silencio era interrumpido únicamente por el suave pitido de un monitor cardíaco. Reconoció de inmediato el olor a desinfectante que siempre odiaba. Estaba en un hospital.
Confusa, giró la cabeza y vio a Alejandro sentado junto a su cama, con el rostro visiblemente tenso. Estaba inclinado hacia adelante, con las manos entrelazadas y la mirada fija en ella. Al notar que despertaba, se levantó de inmediato, acercándose.
—¿Madre? ¿Cómo te sientes? —preguntó con voz cautelosa, pero su preocupación era evidente.
Andrea lo miró fijamente por un momento, como si tratara de conectar los fragmentos de sus pensamientos.
—¿Qué… qué hago aquí? —preguntó, llevando una mano a su frente—. ¿Qué pasó?
—Te desmayaste en mi oficina —explicó Alejandro, tratando de sonar tranquilo, aunque su voz tenía un leve temblor—. El médico dijo que fue por un pico de tensión. Decidimos traerte aquí para asegurarnos de que todo estuviera bien.
Andrea respiró hondo.
—Tuve… una pesadilla —dijo ella, sus palabras arrastradas, como si aún estuviera procesando lo que decía.
—¿Una pesadilla? —repitió Alejandro, con el ceño fruncido.
Andrea asintió lentamente, incorporándose con cuidado sobre las almohadas.
—Sí… soñé que me decías algo terrible. Algo… completamente absurdo —hizo una pausa, mirando a Alejandro directamente a los ojos—. Me dijiste que Vanesa estaba embarazada.
Alejandro se quedó en silencio, su rostro se endureció levemente mientras Andrea hablaba. Ella, por su parte, soltó una pequeña risa nerviosa.
—Fue tan real que por un momento creí que era cierto. Pero claro, no puede ser. Tu y esa mujer ni siquiera se soportan ¿Cómo podrían siquiera intimar?
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Editado: 10.12.2024