El Hijo del Ceo

023

Después de estar más de tres horas en el hospital, Alejandro salió dándose cuenta de que la noche lo recibía con su manto de sombras dejando ir el atardecer. Respiró profundamente, sintiendo el aire fresco que apenas calmaba el tumulto en su interior. No tenía un plan claro, pero no podía seguir vagando en círculos. Revisó su reloj: ya no iría a la empresa, quiso volver al departamento.

Mientras conducía el auto de su madre, su teléfono sonó. Era Roger, su chofer. Alejandro contestó rápidamente.

—¿Qué pasa, Roger?

—Señor, disculpe la molestia, pero creí que debía informarle. La señora Vanesa llegó al departamento hace unos minutos. Vino en un taxi, parece que está recogiendo más de sus cosas.

Alejandro sintió cómo su corazón se aceleraba.

—¿Está sola?

—Sí, señor. Está empacando, lleva un par de maletas ya.

—Voy en camino. No dejes que se vaya antes de que yo llegue, ¿entendido?

—Haré lo posible, señor.

Alejandro colgó, pisando el acelerador con urgencia.

Cuando llegó al departamento, apenas tuvo tiempo de quitarse el abrigo antes de entrar apresuradamente. Encontró a Vanesa en la sala, cerrando una maleta y con otras dos listas junto a la puerta. Estaba vestida con ropa cómoda, pero sus movimientos eran rápidos, como si quisiera terminar antes de que él llegase.

—Vanesa… —su voz era baja, pero había un filo en ella que la detuvo por un momento.

Ella levantó la vista, sin sorpresa, aunque su expresión no era tan severa como él había esperado. Sus ojos, sin embargo, mantenían una distancia fría.

—Alejandro —respondió, continuando con lo que hacía—. No quiero discutir. Solo estoy aquí para recoger mis cosas.

Él respiró profundamente, esforzándose por no mostrar alteraciones.

—¿Podemos hablar un momento?

—No tengo nada más que decirte —dijo ella, tirando del cierre de una maleta.

— ¿Dónde estabas? —preguntó, manteniendo su tono sereno, aunque sus ojos la escudriñaban—. Estuve buscándote por todos lados.

Alejandro no obtuve respuesta.

—Vanesa, por favor —su voz sonó casi como una súplica—. Sé que la he cagado, pero te pido que me escuches.

Vanesa cruzó una mirada rápida, como si intentara protegerse de sus palabras.

—Me estoy quedando en un hotel, Alejandro. No es asunto tuyo.

Él avanzó un paso, con cuidado de no intimidarla, pero sin ocultar su intención de quedarse cerca.

—Claro que es asunto mío, Vanesa. Estamos esperando un bebé. No puedes simplemente desaparecer y tomar estas decisiones sin incluirme.

Ella lo miró, un destello de lucha interna cruzando su mirada antes de contestar.

— ¿Incluirte? ¿En qué momento me has incluido tú? —Su tono no era tan duro como antes, pero aún había reproche—. Siempre tomas decisiones, sin importarte lo que yo piense o sienta.

Alejandro apretó los labios, pero no apartó la mirada.

—Tienes razón —admitió, aunque su voz mantuvo la firmeza—. He cometido errores, lo sé. Pero esto es diferente. No puedo cuidarte y a nuestro hijo si no estás aquí. Te pido por favor, que…, me perdones.

Vanesa desvió la mirada, como si intentara esconder algo.

—No necesito que me cuides, Alejandro. Estoy bien sola.

—¿De verdad? —preguntó él, su tono ahora más bajo, cargado de algo que no podía disimular—. ¿De verdad quieres criar a nuestro hijo sola? ¿Sin su padre? Te lo pido, por favor. Hago lo que quieras.

Ella lo miró, sus ojos mostrando una mezcla de dolor y resistencia.

—Lo que quiero es paz, Alejandro. Algo que nunca tengo contigo.

Alejandro dio un paso hacia ella, dejando que su tono se suavizara, aunque sus ojos no perdieron intensidad.

—Lo entiendo, Vanesa. Sé que mi manera de hacer las cosas te ha lastimado, que muchas veces he sido egoísta o terco, pero he estado pensando en lo que me dijiste... y no quiero que esa sea la historia de nuestro hijo. No quiero repetir lo mismo que hizo mi padre conmigo. Me cegué, es de humanos cometer errores. Lo siento.

Ella lo miró, sorprendida por el cambio en su voz.

—Alejandro yo…

—Necesito que te quedes. —La interrumpió. Las palabras salieron con una sinceridad que incluso a él lo desarmó—. Quiero estar cerca, quiero ver cómo crece tu vientre, cómo cambias día a día. Quiero ser parte de todo esto, Vanesa. Necesito ser parte de la vida de mi hijo.

Vanesa soltó un suspiro, apartando la mirada como si no quisiera ilusionarse con lo que él estaba diciendo.

—Eso suena muy bonito, pero ¿y luego qué? ¿Vas a volver a controlar todo, a desaparecer sumergido en el trabajo y reuniones.

Alejandro negó con la cabeza, acercándose lo suficiente como para que ella pudiera sentir la calidez de su presencia sin sentirse atrapada.

—No puedo prometerte que será perfecto, pero puedo prometerte que voy a intentarlo. Quiero a ser esto no me quites la oportunidad.

Ella lo miró de nuevo, con los ojos llenos de dudas, pero también de algo que parecía esperanza.

—No puedo simplemente olvidarlo todo, Alejandro.

—No te pido que lo hagas. Solo te pido una oportunidad para demostrarte que puedo cambiar. Quédate, Vanesa. Si quieres espacio lo tendrás, después de todo estamos casados está también es tu casa y la de mi hijo…

Vanesa se quedó en silencio, su mirada fija en él mientras las maletas seguían allí, entre ellos, como un símbolo de todo lo que estaba en juego.

—No me hagas arrepentirme de esto —murmuró finalmente, su voz cargada de advertencia y vulnerabilidad.

Alejandro asintió, su alivio evidente. Sabía que esta era su única oportunidad y que tendría que demostrar con hechos lo que las palabras no podrían resolver.

Vanesa se sentó lentamente en el sillón, abrazando su vientre como un gesto reflejo, mientras Alejandro se quedó de pie, observándola con atención. Había tantas cosas que quería decir, tantas preguntas que tenía, pero sabía que debía ser cauteloso. Este era un terreno frágil.




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