El Hijo del Ceo

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El amanecer trajo consigo un aire de calma que no se había sentido en días. Alejandro había dormido por fin. Desde que Vanesa quedó en el departamento, algo dentro de él pareció encontrar equilibrio. Su ansiedad, antes desbordante, ahora estaba contenida, y su mente había tenido el descanso necesario para afrontar un nuevo día.

Con pasos decididos, Alejandro caminó hacia la oficina de su madre. Aún estaba preocupado por su salud después del desmayo del día anterior. Ya que cuando la llamó para avisar que pasaría a verla ella ya se había marchado, así que no pudo verla personalmente.

Al abrir la puerta, una escena inesperada lo recibió. Andrea estaba cuchicheando con Natalia, quien no tenía motivos aparentes para estar allí. La presencia de Natalia le sorprendió tanto que su expresión fue un reflejo de pura confusión, aunque se esforzó por ignorarla.

—Mamá —dijo Alejandro con voz firme, enfocándose en su madre—. Vine a ver cómo te sientes. No tenías que venir a trabajar hoy; podrías haberte tomado el día.

Andrea, como si hubiera sido sorprendida haciendo algo indebido, enderezó su postura y lanzó una mirada rápida a Natalia antes de responder.

—Estoy bien, querido. No hay necesidad de preocuparte.

—De todas formas, Natalia —dijo Andrea, dirigiéndose a la otra mujer con un tono que insinuaba que ya no era necesaria su presencia—, ¿puedes dejarnos solos un momento?

Natalia, sin inmutarse, se levantó y pasó junto a Alejandro con una sonrisa demasiado cercana para su gusto.

—Alejandro, fue un gusto verte. Siempre tan apuesto —murmuró con una voz melosa antes de salir.

Él no respondió, incómodo por la actitud de Natalia, pero se obligó a mantener la compostura. Cuando la puerta se cerró, Andrea se levantó de su silla, cruzando los brazos con una mezcla de inseguridad y orgullo.

—Quiero disculparme por lo que pasó ayer en el hospital —comenzó, con un tono que parecía sincero—. Tenías razón. Ese niño lleva nuestra sangre, y me dejé llevar por las emociones del momento. Sé que el niño no tiene la culpa de... de la madre que le ha tocado.

Aunque Alejandro mantuvo la calma exterior, las palabras de su madre le atravesaron como dagas.

—¿A qué viene esto, mamá? —preguntó, sin ocultar su molestia.

—A que quiero que hagamos las paces. No tiene sentido seguir discutiendo. Pero creo que deberíamos empezar a informarnos con un abogado. Mientras planificas el divorcio con Vanesa, podrías añadir en la cláusula la custodia del niño. No es justo que lo críe alguien como ella.

La propuesta encendió una chispa de ira en Alejandro.

—Claro que no voy a hacer algo así. Ni siquiera estoy considerando el divorcio.

Andrea entrecerró los ojos, como si la respuesta la desafiara personalmente.

—Natalia estaría dispuesta a ser una buena madrastra para ese niño —sugirió con tono persuasivo, pero lo único que logró fue aumentar la irritación de su hijo.

Alejandro levantó una mano, exasperado.

—Basta, mamá. Natalia no me interesa, y no va a interesarme. Vanesa tiene razón, siempre intentas controlar mi vida.

—¿Ves? Vanesa ya está metiéndote ideas contra mí —dijo Andrea, claramente a la defensiva—. Quiere alejarte de tu propia familia.

Las palabras de su madre lo empujaron al límite. Con voz dura y firme, replicó:

—No es Vanesa quien está arruinando esto. Eres tú, con tus intentos constantes de controlar mi vida.

Andrea abrió la boca, pero no pudo articular una respuesta. La mirada de Alejandro estaba llena de determinación y como su enojo iba en aumento prefirió retirarse:

—Como veo estás mejor de lo que esperaba. Yo voy a mi oficina.

Se dirigió hacia la puerta, pero antes de salir, se detuvo y lanzó una última declaración que perforó el aire como un cuchillo.

—Ah, mamá, Vanessa es la madre de mi hijo, mi esposa y la mujer que quiero a mi lado. Si no puedes respetar eso, entonces presenta tu renuncia. Porque como mi esposa, el edificio King también es suyo.

Andrea quedó inmóvil, pálida e impactada. La puerta se cerró tras Alejandro con un golpe seco, dejando a su madre sola con las palabras que acababan de destrozarla. Por un momento sintió a su hijo como su enemigo, siempre habían sido ella y él y jamás hubo alguien que se interpusiera en su relación, por eso, detestaba la presencia de Vanesa porque ella le estaba robando lo único que sintió que siempre tendría: la atención de su hijo.

Alejandro salió de la oficina de su madre con pasos firmes, dejando atrás el aire cargado de tensión. Apenas avanzó unos metros por el pasillo cuando Gabriela, su asistente, lo alcanzó. Se movía con cuidado, como si no quisiera invadir su espacio, pero sabía que debía informarle de algo importante.

—Señor Adán —llamó en un tono profesional, aunque con un toque de cautela.

Él se detuvo, todavía molesto por lo ocurrido con su madre, pero se obligó a escuchar.

—¿Qué pasa, Gabriela?

—Le escribí el correo al señor Kim Ho, explicando lo sucedido con el retraso en los planos y el incidente del equipo de diseño. Eso fue debido a que usted se marchó en plena reunión y no pudieron terminar el acuerdo, el señor Kim Ho, se negó a escuchar a su representante y tampoco quiso que le atendiera nadie más.

Alejandro asintió, recordando la molestia de Kim Ho, uno de los inversores más importantes.

—¿Y cómo lo tomó?

—Tuvo que viajar de urgencia a Corea —continuó Gabriela, manteniendo su tono profesional—. Pero envió una respuesta. Dice que entiende la situación, pero espera verlo en Corea a fin de mes como una forma de disculpa personal por los inconvenientes. Y que allí puedan discutir lo que quedó pendiente.

Alejandro respiró hondo. No era una sorpresa; Sabía que Kim Ho valoraba las relaciones cara a cara más que cualquier otra cosa.

— ¿Pudiste agendar el viaje? Mi agenda está más apretada que nunca.

Gabriela se mostró segura.

—Sí, señor. Logré ajustarlo sin afectar los compromisos prioritarios. El vuelo está confirmado para el día 28, y la reunión con el señor Kim Ho se programó para el día siguiente.




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