El Hijo del Ceo

026

Vanesa giró la llave de su departamento con algo de pesadez. Eran cerca de las diez de la noche, y el día había sido largo. Entre su visita a su padre y el torrente de emociones que la había envuelto, sintió que lo único que necesitaba era una ducha caliente y su cama. Sin embargo, en cuanto abrió la puerta, un cálido aroma la envolvió, uno que reconoció al instante.

Se detuvo en seco, desconcertada. Desde la cocina llegaba el sonido de cacerolas moviéndose y, con ellas, la figura de Alejandro apareció en la entrada del pasillo. Llevaba un delantal negro que, por alguna razón, le daba un aire más relajado del que Vanesa estaba acostumbrada.

—Ah, llegaste justo a tiempo —dijo él con una sonrisa contenida, limpiándose las manos en un paño.

Vanesa parpadeó, todavía tratando de entender la escena. Alejandro solía llegar siempre a media noche y casi nunca cenaba en casa.

— ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó, aunque la respuesta era evidente.

—Cocinando. ¿Qué parece? —respondió Alejandro, levantando una ceja con un toque de diversión. Luego señaló hacia la cocina—. Espero que tengas hambre, porque estoy preparando algo especial.

Vanesa dejó su bolso en el perchero y avanzó hacia él con pasos medidos, como si no estuviera segura de qué esperar.

—¿Especial? —preguntó, cruzándose de brazos.

—Tu favorito. Pasta con camarones en salsa cremosa de albahaca.

Vanesa se detuvo en seco, sintiendo cómo una pequeña chispa de calidez se encendía en su pecho.

—Mmm…mi favorito…

Alejandro avanzando, volviendo a la cocina para revolver algo en una olla.

—Y del bebé también.

La sonrisa de Vanesa se desvaneció por la sorpresa.

—¿La comida favorita del bebé? —preguntó, confusa pero curiosa.

Alejandro giró la cabeza para mirarla con una expresión tranquila, casi inocente.

—Claro. Él está en tu vientre, así que supongo que lo que te gusta a ti también le gustará a él, ¿no?

Vanesa se quedó mirándolo, sin saber si reír o sentirse conmovida. Finalmente, optó por lo primero, soltando una pequeña carcajada que resonó en la cocina.

—Esa lógica es un poco... peculiar —dijo, sacudiendo la cabeza.

Alejandro encogió los hombros con una mirada ligera mientras retiraba la olla del fuego.

—Bueno, no soy un experto, pero lo estoy intentando. Ese plato solo lo he hecho una vez.

Vanesa lo observó por un momento más, notando cómo su actitud era diferente. No estaba tratando de impresionarla, pero había algo genuino en sus gestos. Casi sin darse cuenta, se encontró con una sonrisa de nuevo.

—Bueno, vamos a ver si le gusta al bebé —dijo finalmente, dejándose caer en una de las sillas del comedor.

—Antes de que cenemos, hay algo que quiero mostrarte —dijo Alejandro de repente, con un tono que sugería cierta intriga.

Vanesa levantó la mirada, arqueando una ceja.

—¿Qué es?

Él no respondió de inmediato. En su lugar, desapareció por un momento en dirección a la sala, para luego regresar con una bolsa de papel blanco.

—Es algo pequeño, pero espero que te guste.

Alejandro le extendió la bolsa con cierta timidez, y Vanesa la tomó con curiosidad. Dentro encontré un conjunto de bebé: un pequeño enterizo blanco con estampado de estrellas grises, acompañado de un gorrito y unos calcetines diminutos. Era sencillo pero adorable.

Vanesa sacó el conjunto con cuidado, sus dedos rozando la tela suave mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro.

—¿Te gusta? —preguntó Alejandro, su tono tranquilo pero con un destello de expectación en los ojos.

Vanesa asintiendo, casi sin palabras.

—Es… perfecto. Gracias Alejandro.

Él inclinó la cabeza, cruzándose de brazos mientras la observaba.

—Pensé que sería bueno empezar a prepararnos. Ya sabes, pequeñas cosas para cuando llegue.

Vanesa lo miró de nuevo, y por un instante, algo en su interior se agitó. Había sinceridad en cada palabra, en cada gesto, había sacado el tiempo suficiente para ir a una tienda a mirar ropas de bebé, la nostalgia la alcanzó al recordad la bella emoción que sintió ella cuando compró el par de medias.

—Es un buen comienzo —respondió finalmente, guardando el conjunto de vuelta en la bolsa con cuidado.

—Yo también tengo algo que mostrarte —Ella entró a la habitación, momento después salió y le extendió la cajita a su esposo.

Alejandro abrió la caja con cuidado casi como quien espera ver algo misterioso dentro; al ver las diminutas medias, no pudo evitar esbozar una sonrisa sutil.

—¿Qué piensas? —susurró Vanesa deseando también saber si le agradaba.

—Son tan pequeñas y suaves, me gustan —confesó.

Ambos se regalaron una sonrisa fugaz antes de apartar la ropita del bebé con cuidado.

Ambos se sentaron a la mesa, y Alejandro sirvió la cena. Mientras comían, la conversación fluyó con naturalidad. Hablaron sobre nombres de bebés, posibles colores para el cuarto, incluso sobre qué música sería apropiada para relajarlo. Por un momento, todo parecía sencillo, casi como si fuera un equipo.

Cuando terminaron, Vanesa dejó los cubiertos en el plato y miró a Alejandro, quien recogía los utensilios con la misma eficiencia tranquila de siempre.

—Hoy fui a ver a mi padre —dijo de repente, rompiendo el momento de silencio.

Alejandro levantó la vista, interesado.

—¿Cómo está?

—Bien. Fuimos juntos a la lápida de mi madre. Hace tiempo que no lo hacía, y sentí que... necesitaba estar ahí.

Alejandro asintiendo, dejándole espacio para continuar si lo deseaba.

—Fue... reconfortante. Hablar con él, recordar a mi madre. A veces, me pregunto si ella estaría orgullosa de lo que estoy haciendo ahora, si aprobaría las decisiones que he tomado.

Alejandro dejó los platos en el fregadero y se sentó frente a ella, apoyando los codos en la mesa.

—Estoy seguro de que lo estaría. Por lo que he visto, eres fuerte, y estás haciendo lo mejor que puedes por ti y por el bebé. Eso es algo digno de admirar.




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