La mansión de Andrea era un reflejo de su dueña: elegante, imponente y llena de detalles que hablaban de un linaje de poder y prestigio. Andrea estaba sentada en un amplio sillón de terciopelo azul, con una taza de té perfectamente servida en la mesita frente a ella. En su regazo descansaba Fiocco , un pequeño bichón maltés de impecable pelaje blanco, al que acariciaba con una mezcla de afecto y desdén, como si incluso su mascota tuviera que cumplir con un estándar de perfección.
Frente a ella, Natalia, mantenía una expresión entre solidaria e indignada mientras escuchaba.
—No sabes lo que es, Natalia —dijo Andrea, dejando la taza con cuidado en su plato y suspirando con un aire teatral—. Alejandro está irreconocible. Esa mujer... Vanesa. Ha hecho de mi hijo un completo extraño.
Natalia avanzaba lentamente, inclinándose un poco hacia adelante para mostrar interés, mientras sus labios formaban una mueca discreta.
—Creo que subestimamos a Vanesa, desde que la vi en el departamento aquel día supe que tenía un aire... ¿cómo decirlo? Ambicioso —dijo Natalia con un tono cuidadosamente calculado, como si eligiera cada palabra con pinzas—. Pero jamás imaginé que llegaría tan lejos. Es evidente que tenía todo planeado desde el principio.
Andrea levantó una ceja, satisfecha con el comentario de su interlocutora. Siguió acariciando el suave pelaje de Fiocco mientras asentía.
—Subestimé a esa mujer, Natalia, y eso es lo que más me duele. La vi como una joven ingenua, la hija de un abogado venido a menos, preocupada por evitar problemas judiciales para su padre. Pero no. Vanesa jugó sus cartas con una astucia que raya en lo siniestro.
Natalia entrecerró los ojos, como si reflexionara.
—Y luego, lo del embarazo... —comentó Natalia como si reflexionara, dejando que sus palabras colgaran en el aire por un momento antes de añadir con un leve toque de sarcasmo—. Qué casualidad, ¿no? Justo cuando las cosas parecían estar más tensas entre ellos.
—¡Exacto! —exclamó Andrea, apretando la mandíbula. Fiocco levantó la cabeza brevemente, pero volvió a acomodarse al sentir las caricias de su dueña—. Ella sabía que Alejandro no iba a durar mucho con ese contrato absurdo de matrimonio. Lo sabía. Así que se aseguró de atarlo con un hijo. Y ahora él está... obsesionado con ella. ¿Te puedes imaginar? Mi propio hijo amenazándome con que renunciara a mi lugar en la empresa si no aceptaba a esa oportunista como parte de la familia.
Natalia ladeó la cabeza, adoptando un aire comprensivo.
—Pensé que Vanesa era de buena familia —indagó Natalia—. Tenía entendido que su padre era uno de los mejores abogados de la ciudad.
—Lo es —musitó con desdén—. Pero ya sabes cómo es la ambición, siempre se desea mas y se es capaz de hacer cualquier cosa contar de conseguirlo.
—Claro… Es increíble cómo algunas personas saben manipular tan bien, Andrea. Pero, sinceramente, no creo que Vanesa tenga la capacidad de mantener esa fachada por mucho tiempo. Tarde o temprano, Alejandro se dará cuenta de lo que realmente es.
Andrea soltó una risa amarga.
—Eso espero, Natalia. Porque no voy a permitir que esa mujer se adueñe de lo que es mío, de lo que le pertenece a mi familia. Alejandro tiene que entender que el legado de los Adán no está en juego.
De pronto, el sonido de unos pasos firmes resonó en el mármol de la entrada principal. Ambas mujeres levantaron la vista, y Fiocco soltó un leve gruñido antes de acomodarse de nuevo. Un hombre alto, de cabello plateado perfectamente peinado y con un traje gris oscuro impecable, apareció en el umbral del salón. Su porte irradiaba autoridad, y su presencia hizo que Natalia se enderezara en su silla.
—Fabio —dijo Andrea con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. Se levantó con elegancia, dejando a Fiocco en el sillón, y caminó hacia él con las manos extendidas—. Qué bueno que pudiste venir.
Fabio Adan, el exesposo de Andrea y padre de Alejandro, observa la escena con una mezcla de curiosidad y desconfianza.
—Andrea —respondió con voz grave mientras estrechaba su mano brevemente—. Tener que viajar desde las islas Maldivas por tú insistencia no fue nada fácil, dime... ¿Qué es tan urgente?
Andrea lanzó una mirada significativa hacia Natalia antes de volver la atención a Adán.
—Estoy preocupada, Fabio. Muy preocupada. Alejandro va a arruinar todo lo que hemos construido. Tú sabes tan bien como yo lo importante que es proteger nuestro legado... y nuestra herencia.
Fabio Adán frunció el ceño.
— ¿De qué estás hablando exactamente? —preguntó con cautela.
Andrea tomó aire profundamente y luego exhaló con deliberación, como si estuviera a punto de confesar un terrible secreto.
—Alejandro dice que si no acepto a Vanesa en la familia, debo renunciar a mi puesto en la empresa. Y tú sabes lo que eso significa. Esa mujer va a meterse en nuestros asuntos, en nuestras propiedades... No puedo permitirlo, Adán. Y te llamé porque tú creaste todo esto, tuya fue la idea de casarlos para salvar la empresa y ahora ella quiere quedarse con todo.
Natalia, quien hasta ahora había permanecido en silencio, añadió con un tono suave:
—Es evidente que Vanesa tiene otros intereses. No parece el tipo de persona que esté dispuesto a quedarse como simple espectador.
Fabio mantuvo su expresión impenetrable, pero sus ojos brillaron con un destello de inquietud. Andrea aprovechó el momento.
—Sé que tú tampoco quieres que nuestro esfuerzo termine en las manos equivocadas. Por eso te llamé. Necesito que hables con Alejandro. Si alguien puede hacerlo entrar en razón, eres tú.
El salón quedó en un tenso silencio mientras Fabio Adán contemplaba las palabras de Andrea. En el fondo la conocía y sabía lo dramática que podía ser, ese fue uno de los principales motivos de su divorcio, lo radical que era en todo y de cierta forma manipuladora.
—Hablaré con Alejandro, Andrea —dijo con voz grave, calmada, pero cargada de autoridad—. Pero quiero dejar algo claro: no me voy a meter en su vida privada. Si bien se casó porque yo se lo pedí, el decidirá si quiere o no seguir con Vanesa, es su decisión. Lo que me preocupa es que no pierda el enfoque en la empresa.
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Editado: 10.12.2024