La casa de Kim Ho era una obra maestra que combinaba la elegancia moderna con el respeto por la tradición coreana. El exterior estaba adornado con detalles minimalistas, pero el interior revelaba una mezcla de tatamis, puertas corredizas de papel y muebles contemporáneos que gritaban lujo discreto. Alejandro y Vanesa cruzaron el umbral con la misma sincronía que habían mantenido desde que aterrizaron en Seúl.
—Es un honor recibirlos en mi hogar —dijo Kim Ho, inclinándose levemente. Su sonrisa era amplia, pero había un brillo calculador en sus ojos, como si evaluara cada detalle de sus invitados.
Vanesa, vestida con un sencillo pero elegante vestido azul, correspondió la reverencia de manera un poco torpe, mientras Alejandro inclinaba apenas la cabeza, manteniendo la compostura.
—El honor es nuestro, señor Kim —respondió Alejandro con tono firme.
Kim Ho les indicó que lo siguieran a una sala decorada con paneles de madera y una mesa baja preparada para la ocasión. Sobre ella descansaban delicados platillos tradicionales y una tetera de porcelana.
—Espero que disfruten de esta cena especial. He hecho una excepción para recibirlos como amigos, no como socios.
El comentario hizo que Alejandro tensara la mandíbula. Sabía que Kim Ho rara vez mezclaba negocios con su vida personal, lo que hacía esta reunión un gesto significativo... y también desconcertante.
—Aprecio mucho su hospitalidad —respondió Alejandro, aunque no pudo evitar que su mirada se desviara hacia Vanesa.
Kim Ho la miró con una sonrisa cálida.
—En parte, debo confesar, esta reunión es gracias a su encantadora esposa. Desde que la conocí en la gala de negocios, su sinceridad y gracia me impresionaron. Es raro encontrar a alguien tan genuino en nuestro círculo.
Vanesa, un poco sorprendida, sonrió tímidamente.
—Gracias, señor Kim. Es un placer estar aquí.
Alejandro apenas pudo contener un gesto de incomodidad. No era común que alguien más que él recibiera el crédito en estas situaciones, y mucho menos que los elogios hacia su esposa lo dejaran con una sensación de celos inesperados.
Kim Ho, percibiendo la tensión, decidió suavizar el ambiente.
—Mientras nosotros hablamos de negocios, mi ama de llaves puede acompañar a la señora Adán. Estoy seguro de que las dos se llevarán bien.
Vanesa asintió, agradecida por la oportunidad de escapar de la atmósfera formal.
—Claro, no hay problema.
La ama de llaves, una mujer mayor con un rostro amable y ojos pequeños que brillaban con sabiduría, se acercó e hizo una reverencia antes de guiar a Vanesa hacia una habitación contigua.
La ama de llaves, que se presentó como Sun-Hee, condujo a Vanesa a una sala adornada con motivos tradicionales coreanos. En una esquina, un jarrón de cerámica contenía ramas de cerezo, y la luz suave de una lámpara de papel llenaba el espacio con calidez.
—Hay muchas cosas curiosas —soltó Vanesa genuinamente mientras observaba una figura.
—Esa figura es muy importante, señora Adán, ¿le interesaría escuchar una historia tradicional mientras esperamos? —preguntó Sun-Hee con una sonrisa traviesa, como si ya supiera la respuesta.
Vanesa, curiosa, asintió.
—Claro, me encantaría.
Sun-Hee se sentó en el suelo con gracia, invitándola a hacer lo mismo.
—En Corea, tenemos una leyenda llamada «Chunhyangga». Es la historia de Chun-Hyang, la hija de una humilde mujer, y Mong-Ryong, el hijo de un noble. Su amor era puro, pero el destino y las diferencias sociales intentaron separarlos.
Vanesa se inclinó un poco hacia adelante, intrigada.
—¿Qué pasó?
Sun-Hee juntó las manos en su regazo, sus ojos brillando con emoción.
—Cuando Mong-Ryong fue enviado lejos para cumplir con sus deberes, un magistrado corrupto quiso obligar a Chun-Hyang a casarse con él. Ella se negó, incluso cuando la encarcelaron y la torturaron. Todo porque había jurado fidelidad a su verdadero amor.
Vanesa sintió un nudo en la garganta.
—¿Y cómo terminó?
Sun-Hee sonrió, sabiendo que había capturado toda su atención.
—Mong-Ryong regresó como un oficial de alto rango y descubrió lo que había sucedido. Salvó a Chun-Hyang y castigó al magistrado. Su amor venció todos los obstáculos, demostrando que el verdadero amor no se rompe, no importa cuán difíciles sean las circunstancias.
Vanesa dejó escapar un suspiro, pensando en su propia relación con Alejandro. Tal vez no era tan épica como la de Chun-Hyang y Mong-Ryong, pero... había algo ahí, ¿no?
—Es una historia preciosa. Gracias por compartirla.
Sun-Hee la miró con una sonrisa sabia.
—El verdadero amor siempre encuentra su camino, señora Adán. Solo necesita valor y paciencia.
Vanesa sonrió, aunque no pudo evitar sentir que esas palabras tenían un peso mayor del que aparentaban.
Mientras tanto, en la sala principal, Alejandro y Kim Ho habían avanzado en su conversación. Kim Ho sirvió té mientras hablaban, pero su tono era más personal que profesional.
—Alejandro, debo decir que pocas veces me permito estas reuniones informales. Pero su esposa... ella tiene algo especial. Me recordó a mi madre: franca, directa y con un corazón puro.
Alejandro tragó el sorbo de té, incómodo.
—Vanesa tiene ese efecto en las personas.
Kim Ho rió suavemente.
—Parece que usted no está acostumbrado a que alguien más sea el centro de atención.
Alejandro levantó una ceja, pero no respondió.
Kim Ho continuó, con una sonrisa más seria esta vez.
—No lo tome como una crítica. Es un recordatorio. A veces, el verdadero poder en una relación no viene de la fuerza o la estrategia, sino de saber cuándo dejar que alguien más brille.
Alejandro, sintiendo el peso de las palabras, simplemente asintió.
Kim Ho tomó un sorbo de té, permitiendo que el silencio llenara el espacio por un momento antes de cambiar sutilmente la dirección de la conversación.
#1403 en Novela romántica
#540 en Chick lit
amor celos, hijos inesperados intriga pasion, ceo millonario humor intriga
Editado: 10.12.2024