El Hijo del Ceo

031

Alejandro y Kim Ho, compartían una conversación amena sobre el futuro del proyecto Arcadia, ambos conscientes de la importancia de lo que estaban discutiendo. Sin embargo, había algo más en el aire, una sensación enrarecida que no tenía nada que ver con los negocios.

Cuando la charla tocó a su fin, Kim Ho, se levantó, dejando la taza de té vacía sobre la mesa.

—Gracias, Alejandro. Ha sido un placer tenerte aquí. —Extendió la mano, su gesto formal pero cálido, como siempre.

Alejandro aceptó el apretón de manos, sus dedos firmes y seguros, como si estuviera sellando más que una simple conversación de negocios. Kim Ho le dedicó una mirada cautelosa, pero respetuosa, sabiendo que detrás de las palabras de Alejandro había mucho más en juego que una simple alianza empresarial.

—El placer es mío, Kim Ho. Espero que podamos seguir construyendo algo valioso. —Respondió Alejandro con su tono habitual, pero había algo suave en su voz.

Con una última reverencia, Kim Ho, pronunció:

—Iré por su…

En ese instante, la figura de Vanesa apareció en el umbral de la puerta, acompañada por la ama de llaves de Kim Ho, Sun-Hee. Ella llevaba en sus manos un paquete cuidadosamente envuelto en seda roja, con bordados dorados que brillaban a la luz tenue de la habitación. La expresión de Vanesa era tranquila, pero había algo en su postura que denotaba una mezcla de sorpresa y satisfacción.

Vanesa cruzó la habitación hacia donde Alejandro estaba, y la mirada que él le dedicó fue de inmediato más atenta. Algo en su presencia, en la manera en que ella se movía con esa elegancia tan natural, hizo que la tensión en su cuerpo aumentara, como si de repente su mundo girara en torno a esa figura a la que estaba tan acostumbrado.

En ese momento, Kim Ho detuvo su mirada por un instante en el paquete que Vanesa sostenía en las manos, antes de volver a fijarse en su rostro. La sorpresa fue evidente, y un destello de curiosidad cruzó sus ojos.

—¿Eso es…? —Kim Ho, se acercó con cautela. Vanesa notó que su tono era un tanto más suave, como si algo lo hubiera desconcertado.

—Es un regalo tradicional —explicó Sun-Hee, sin inmutarse—. A las futuras madres se les ofrece para bendecir a los niños por nacer. Es una muestra de buenos deseos para la familia.

Sun-Hee, con su sonrisa amable, se acercó a Alejandro, haciendo una reverencia.

—Este es un regalo tradicional para las futuras madres, Señor Adán. Es costumbre en Corea darlo a las mujeres que esperan un hijo. —La ama de llaves habló con una dulzura que no hacía sino acentuar la importancia del gesto.

Vanesa, interesada por el gesto, sonrió tímidamente.

—Es muy hermoso, gracias. —Su tono era de agradecimiento, pero también de sorpresa por la solemnidad del regalo. No podía evitar preguntarse por qué la ama de llave había decidido hacer algo tan personal para ella, después de comentarle que estaban esperando un bebé.

El silencio que siguió a esas palabras fue cargado de una atmósfera inesperada. Kim Ho, la miró con una intensidad que hizo que Vanesa se sintiera un poco incómoda, sin comprender completamente el motivo de su reacción. Sin embargo, lo que le causó más inquietud fue la mirada fugaz que Alejandro le lanzó. Su expresión cambió por un instante, de la seriedad calculada a una especie de tensión que Vanesa no alcanzó a entender por completo.

Kim Ho finalmente se deshizo de su sorpresa, pero no sin antes lanzar una mirada rápida hacia Alejandro, como si estuviera buscando una reacción.

—¿Estás esperando un bebé, Vanesa? —preguntó Kim, su tono de alegría—. Alejandro no me comentó nada.

Ella soltó una risa suave, nerviosa, y miró a Alejandro de reojo.

—Sí —admitió con una sonrisa tímida.

La revelación cayó de lleno en la sala. Kim Ho abrió los ojos con sorpresa genuina, mientras Alejandro, a su lado, mantenía una expresión indescifrable. Aunque intentó parecer despreocupado, Vanesa podía sentir el leve cambio en su postura, esa rigidez que lo delataba.

—¡Felicidades! —exclamó Kim Ho, con entusiasmo genuino—. Eso es maravilloso, Vanesa. Alejandro, tienes que estar muy orgulloso.

—Lo estoy —respondió Alejandro, con una sonrisa que, sorprendió a todos en la sala.

Vanesa sintió la mano de Alejandro deslizarse hacia la suya, y aunque el gesto fue cariñoso, también denotaba un sutil “gesto protector”.

Kim Ho, aparentemente inconsciente, se inclinó hacia Sun-Hee, dándole una instrucción en coreano. Ella asintió y se retiró rápidamente de la habitación.

—Esto merece un brindis, aunque sea con té —dijo Kim Ho, volviendo a enfocarse en ellos con una sonrisa afable—. Un bebé es una bendición, y me siento honrado de que compartan esta noticia aquí.

Vanesa miró a Alejandro, buscando su aprobación. Él asintió casi imperceptiblemente, pero ella notó que su mandíbula seguía tensa.

Minutos después, Sun-Hee regresó con una bandeja, sirviendo té en delicadas tazas de porcelana. La conversación continuó, pero Alejandro permanecía en un silencio que contrastaba con su usual carisma. Aunque respondía a las preguntas de Kim Ho con cortesía, estaba claro que quería marcharse.

Cuando finalmente terminaron, Alejandro se puso de pie con elegancia.

—Kim Ho, agradecemos tu hospitalidad, pero creo que es hora de retirarnos. Ha sido un día largo. Además se que mañana tomamos un vuelo de regreso.

Kim Ho asintió, aunque una sombra de decepción cruzó su rostro.

—¿Tan rápido? —preguntó, con una mezcla de incredulidad y descontento en su tono.

Alejandro asintió, manteniendo su postura firme.

—Lamento que el tiempo haya sido tan breve, pero hay compromisos que no puedo ignorar —aclaró Alejandro.

Kim Ho no se inmutó.

—¿No crees que es un poco injusto? —dijo Kim Ho, sin apartar la mirada de Vanesa—. Has hecho que viaje durante horas, en su estado, solo para irse al día siguiente.

Vanesa parpadeó, sorprendida por la intensidad de sus palabras, mientras Alejandro entrecerraba los ojos, midiendo cada palabra que vendría a continuación.




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