Era evidente que el nuevo había comenzado con buenas vibras. La suite del hotel estaba bañada por una luz grisácea que se filtraba a través de las cortinas de lino pesado, difuminando los contornos de la habitación. A pesar de la claridad en el ambiente, había una calma inusual, como si el tiempo se hubiera desacelerado.
Vanesa estaba recostada en la cama, rodeada por almohadas, con el ordenador portátil apoyado sobre sus piernas. Aunque la pantalla frente a ella mostraba correos sin abrir y un documento a medio redactar, su atención no estaba completamente en lo que hacía. De vez en cuando, sus dedos descansaban sobre el teclado mientras sus ojos vagaban hacia la figura de Alejandro, quien hablaba en un tono bajo pero firme al otro lado de la habitación.
Él estaba de pie junto a la ventana, vestido con una camisa blanca sin abotonar del todo y unos pantalones oscuros. Su cabello ligeramente desordenado le daba un aire más relajado de lo habitual, pero su postura y el tono de su voz dejaban claro que estaba resolviendo asuntos importantes. Gabriela, su asistente, le respondía al otro lado de la llamada, su voz apenas audible para Vanesa.
—Cancela todo, Gabriela. No hay margen para cambios. Si alguien tiene problemas, que me escriba, pero no voy a atender reuniones esta semana. —Alejandro hizo una pausa, cruzando un brazo sobre el pecho mientras sostenía el móvil con el otro—. No, no hay excepciones.
Desde la cama, Vanesa levantó la vista de su portátil y lo observó. Había algo en su expresión que la desconcertaba: una mezcla de determinación y algo más suave, más personal. Aunque Alejandro era conocido por su capacidad de tomar decisiones rápidas y contundentes, en ese momento parecía estar actuando con una intención que trascendía lo profesional.
Ella volvió la atención a su pantalla, intentando concentrarse en el informe que estaba escribiendo para su propio proyecto, pero las palabras no fluían como debería. Su mente volvía, una y otra vez, a la noche anterior y al peso de las palabras que él había dicho.
—No es negociable, Gabriela. Avísame si surge algo crítico, pero confío en que puedes manejarlo. —Alejandro finalizó la llamada con un gesto decidido y dejó el móvil sobre la mesa.
—¿Todo bien? —preguntó Vanesa, sin levantar la vista del ordenador, pero sintiendo la intensidad de su mirada antes de que él respondiera.
—Todo bajo control. —Su voz era tranquila, casi reconfortante, mientras se acercaba al minibar y se servía un vaso de agua. Luego, mirándola con interés, añadió—. ¿Tú cómo vas?
Vanesa se encogió de hombros.
—Intentando trabajar, pero parece que mi cerebro no está de acuerdo.
Él sonrió apenas, como si comprendiera más de lo que ella estaba dispuesta a admitir. Luego Alejandro se acercó y cerró el portátil con un golpecito seco.
—Yo he cancelado todo —susurró suave—. Quiero que hagas lo mismo por estos días…
Antes de que Vanesa pudiera responder, alguien llamó a la puerta de la suite.
—Debe ser el desayuno. —Vanesa dejó el portátil a un lado y se levantó con cuidado. Aunque su embarazo aún no era tan evidente, sus movimientos reflejaban una precaución que antes no tenía.
Alejandro la observó mientras caminaba hacia la puerta.
Vanesa abrió la puerta y se encontró con un empleado del hotel que empujaba un carrito cubierto con una variedad de platos cuidadosamente dispuestos. El aroma de arroz, vegetales al vapor y caldo recién hecho llenó el aire de inmediato, mezclándose con un ligero toque dulce de frutas frescas.
—Buenos días, señora. Aquí está su desayuno. —El empleado hizo una leve reverencia antes de empujar el carrito dentro de la habitación.
—Gracias. —Vanesa le sonrió con amabilidad y le permitió pasar.
Alejandro se acercó, ayudando a colocar el carrito cerca de la mesa junto al ventanal. El empleado se retiró con otra reverencia, cerrando la puerta tras de sí.
—Huele increíble —comentó Alejandro mientras destapaba los platos uno por uno, revelando una variedad de delicias tradicionales coreanas. Había kimchi, sopa de algas, arroz blanco perfectamente cocido y una selección de guarniciones que incluían espinacas marinadas y pepinos en escabeche.
—Es un festín. —Él tomó asiento en la mesa, sirviendo una taza de té verde para cada uno antes de mirarla—. Ven, siéntate.
Vanesa lo hizo, aunque su atención seguía dividida. Mientras colocaba un poco de arroz y kimchi en su plato, sus pensamientos volvían al día anterior. La intensidad con la que Alejandro había respondido a Kim Ho.
—¿Qué ocurre? —preguntó él de repente, interrumpiendo sus pensamientos.
Vanesa levantó la mirada, sorprendida por la pregunta directa.
—Nada. —Intentó sonreír, pero sabía que no era lo suficientemente convincente.
Alejandro inclinó la cabeza, sus ojos oscuros fijos en ella con una intensidad que la hacía sentir expuesta.
—No parece nada.
Ella suspiró, dejando los palillos a un lado.
—Solo estoy... procesando. Todo esto. —Hizo un gesto vago con la mano, abarcando tanto el desayuno como, aparentemente, toda su situación actual—. Sé que todo esto lo haces por tu hijo. Pero realmente me ha sorprendido que cancelaras tú agenda. Las palabras de Kim Ho, pueden mucho en ti.
Alejandro asintió lentamente, como si estuviera considerando sus palabras con cuidado antes de responder.
—Es normal sentir eso. —Su tono era más suave ahora, casi reconfortante—. Pero quiero que sepas que no tiene nada que ver con Kim Ho, no exactamente, y no solo por mi hijo sino también por ti.
Vanesa lo miró, buscando en sus palabras algún indicio de obligación o compromiso forzado, pero no encontró nada de eso. En su lugar, había una sinceridad que la desconcertaba tanto como la tranquilizaba. No auguró palabras como si no encontraría las adecuada se limitó a observarle mientras ambos comían en silencio.
—He preparado algo para después de desayunar —añadió Alejandro después de un rato.
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Editado: 10.12.2024