El sol se deslizaba suavemente por el horizonte mientras Alejandro y Vanesa caminaban hacia el muelle, el ambiente de Seúl aún vibrante con el bullicio de la tarde. Después de un día de exploración y risas, él había planeado una última actividad que ambos nunca olvidarían: un paseo en barco por el río Han. Con una brisa fresca acariciando la piel y la promesa de una vista espectacular de la ciudad, parecía el plan perfecto para terminar el día.
—¿Lista para un paseo en barco? —preguntó Alejandro, con una sonrisa traviesa mientras la guiaba hacia un pequeño bote turístico decorado con luces suaves que daban un aire mágico a la escena.
Vanesa lo miró de reojo, una ligera duda asomándose en sus ojos. No era exactamente una fanática de los paseos en barco, pero al ver la sonrisa confiada de Alejandro, no pudo resistirse. Había algo en su presencia que hacía que todo pareciera más divertido, incluso si involucraba agua.
—Espero que no se me mueva el estómago —bromeó Vanesa, tocando ligeramente su abdomen.
—Te prometo que será relajante —respondió Alejandro, sin darse cuenta de la sombra de duda que aún flotaba sobre su mirada.
Se acomodaron en el bote, ambos sentados al borde con una vista espectacular de la ciudad y el agua que se extendía ante ellos como un lienzo tranquilo. El río Han era amplio y hermoso, rodeado de parques verdes, rascacielos que se reflejaban en la superficie y puentes iluminados que daban un toque casi mágico al entorno.
Vanesa se recostó ligeramente en el respaldo, disfrutando de la brisa que le acariciaba el rostro. Sin embargo, a medida que el bote comenzó a moverse, algo en su estómago no estuvo tan de acuerdo con la idea. Al principio, no fue mucho, solo una pequeña incomodidad, pero pronto esa sensación se intensificó. El movimiento suave del barco y las ondas del agua parecían tener un efecto inesperado en ella.
—¿Te pasa algo? —preguntó Alejandro, notando que Vanesa fruncía ligeramente el ceño, su mano reposando sobre su estómago con una expresión algo confundida.
Vanesa lo miró, sintiendo una ligera sensación de mareo.
—Creo que... no soy tan fanática de los paseos en barco como pensaba. Este movimiento me está afectando un poco.
Alejandro la observó preocupado. Era evidente que no estaba disfrutando del paseo tanto como él esperaba, y eso le hizo sentir un poco culpable. Pero, como siempre, intentó disimularlo con una sonrisa.
—No te preocupes, será solo un momento. El río es bastante tranquilo. Tal vez si miras al horizonte, te ayude.
Vanesa asintió, tomando una respiración profunda mientras sus ojos seguían el curso del río. Sin embargo, las olas suaves del agua y el ligero balanceo del barco no tardaron en hacer efecto. La sensación de mareo se intensificó, y en su estómago comenzaba a formarse una incomodidad palpable. Quiso disimularlo, pero no pudo evitar que sus labios se torcieran en una mueca.
—Creo que... debería respirar un poco más. —Vanesa intentó sonreír, pero su tono de voz traicionaba la idea de que algo no iba bien.
Mientras tanto, Alejandro, completamente desprevenido de lo que estaba por venir, disfrutaba tranquilamente del paisaje. Había algo encantador en la forma en que Vanesa miraba todo con curiosidad, pero no podía evitar notar su incomodidad. Decidió acercarse mas a Vanesa y antes de que pudiera levantarse, el bote dio un giro más brusco que el esperado. El pequeño balanceo fue suficiente para desestabilizar a Vanesa.
Con una mano en la cabeza, ella intentó mantenerse firme, pero sin previo aviso, una ligera presión subió por su garganta.
Ella se aferró a la orilla del barco dispuesta a dejarlo salir. Pero no ocurría. Sin embargo. Sin previo aviso, Alejandro terminó cayendo de rodillas, directamente sobre el borde el borde del barco y terminó la tarea que Vanesa había comenzado.
Ambos se miraron, paralizados. Vanesa no pudo evitar soltar una risa, observando a Alejandro, que ahora se encontraba en una situación tan comprometida como ella.
—¿Te… te estás riendo? —dijo Alejandro, entre asombrado y avergonzado.
Vanesa no pudo detenerse. La escena era tan absurda que, sin pensarlo, la risa se escapó de su boca.
—Lo siento… es solo que… ¡no puedo creer que esto esté pasando! —respondió, sujetándose el estómago mientras las carcajadas se desbordaban.
Alejandro, aún con el rostro rojo y una expresión de vergüenza total, se echó hacia atrás, intentando limpiar su rostro con una toalla pequeña que había encontrado en el bote. Pero Vanesa no podía dejar de reír. La idea de que un momento tan romántico se había transformado en una catástrofe cómica no hacía más que intensificar la situación.
—¡Esto es un desastre! —dijo él—. ¡Esto no estaba en el itinerario!
Vanesa, aún con lágrimas en los ojos de tanto reír, le miró con ternura.
—¿Qué itinerario? ¡Lo que no me imaginaba era que te iba a ver vomitar como un niño! —se burló, mientras trataba de respirar profundo para calmarse.
—El día iba bien, lo he arruinado con esto último ¿verdad? —preguntó él.
—No sé… tal vez si me haces un masaje de pies para que se me pase el mareo, se compensa —respondió Vanesa, media divertida.
Después de un par de minutos en los que ambos intentaron recomponerse, el barco comenzó a calmarse, y el paisaje de Seúl volvió a aparecer ante ellos, ahora mucho más tranquilo. La ciudad, iluminada por la noche, parecía estar observando todo con una sonrisa cómplice, mientras se dirigían de regreso al puerto, sin duda había sido una experiencia inolvidable.
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Editado: 10.12.2024