El Hijo del Ceo

034

La casa de Andrea estaba silenciosa, pero la tensión que flotaba en el aire era palpable. Desde que las noticias sobre el embarazo de Vanesa se habían hecho públicas, Andrea había notado un cambio sutil en Natalia. Durante años, había albergado la esperanza de que su amiga de la infancia y su hijo terminaran juntos, pero ahora, la realidad parecía destrozar esas ilusiones.

Caminando por el pasillo de la planta superior, Andrea llevaba una bandeja con una taza de té caliente. Se detuvo frente a la habitación de invitados, la puerta ligeramente entreabierta, y escuchó el sonido inconfundible de un cierre de maleta. Sus cejas se fruncieron y, con un ligero golpe, empujó la puerta. Lo que vio la dejó perpleja.

—¿Natalia? —preguntó, entrando con cautela.

Natalia, que estaba arrodillada junto a la cama, colocando ropa doblada dentro de una maleta, levantó la vista rápidamente. Su expresión reflejaba sorpresa al principio, pero pronto se endureció, como si ya hubiera ensayado lo que iba a decir.

—Andrea… No esperaba que subieras. —Su tono era educado, pero distante.

Andrea dejó la bandeja sobre la cómoda y cruzó los brazos, observando a Natalia con atención.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó, aunque la respuesta era obvia.

Natalia suspiró, cerrando la maleta con un movimiento decidido antes de sentarse en el borde de la cama.

—Me voy. He decidido regresar a Europa. Mi vuelo sale esta noche.

El desconcierto de Andrea dio paso a una mezcla de incredulidad y preocupación. Caminó hacia la cama y se sentó junto a Natalia, aunque respetando un pequeño espacio entre ambas.

—¿Irte? ¿Por qué? Creí que estarías aquí al menos hasta el fin de semana.

Natalia bajó la mirada, jugueteando con el anillo delgado que llevaba en el dedo.

—Porque no tiene sentido que me quede más tiempo. Alejandro no está interesado en mí, Andrea. Lo he intentado, pero… ya no quiero humillarme más. —Sus palabras salieron cargadas de una mezcla de frustración y dolor, pero también con una resolución que Andrea no había visto antes.

Andrea frunció el ceño, moviendo la cabeza como si intentara deshacerse de la idea.

—Natalia, eso no es cierto. Tú y Alejandro siempre han tenido una conexión especial. Él te aprecia, simplemente está… distraído ahora mismo.

Natalia soltó una risa breve, amarga.

—¿Distraído? —repitió, levantando la vista para encontrarse con los ojos de Andrea—. Andrea, no es una distracción. Él eligió a Vanesa. Por más que quiera negarlo, lo veo en la forma en que la mira, en cómo se comporta cuando está con ella. Y ahora, con lo del embarazo… —Hizo una pausa, su voz quebrándose ligeramente—. Es obvio que no hay lugar para mí en esta historia.

Andrea extendió una mano, colocándola suavemente sobre el hombro de Natalia.

—Sé que esto duele, pero no deberías tomar una decisión tan apresurada. Alejandro es un hombre complicado. Él necesita tiempo para aclarar sus sentimientos.

Natalia negó con la cabeza, apartando suavemente la mano de Andrea.

—No quiero esperar más, Andrea. Esta claro qué la mujer que quiere en su vida es a ella no a mí. Pero ahora entiendo que él nunca me ha visto de esa manera. Y está bien… —Hizo una pausa, respirando profundamente—. Pero no voy a quedarme aquí, viéndolo construir una vida con otra persona. Me merezco algo mejor que eso. Después de todo la idea nunca fue mía, sino tuya. Es cierto acepté por qué Alejandro es un buen partido, y como me dijiste que su matrimonio solo era una falsa pensé que podía caber la posibilidad, pero no.

Andrea la miró fijamente, buscando las palabras adecuadas, pero no las encontró. La firmeza en la voz de Natalia dejaba claro que su decisión era definitiva.

—Por favor, Natalia, piénsalo mejor. Quédate unos días más. Tal vez las cosas cambien… —intentó Andrea, aunque sabía que sus palabras sonaban vacías incluso para ella.

Natalia se levantó, tomó la maleta y caminó hacia la puerta, deteniéndose solo un momento:

—Dale una oportunidad —hablo sincera—. Si quieres a tu hijo, dale una oportunidad a Vanesa, intenta acercarte quizás no es la mujer que crees.

La casa quedó en completo silencio. Andrea caminaba deambuló de un lado a otro por un largo rato quizás una hora sintiendo temor a todo lo que estaba ocurriendo, sus pasos resonando en el vacío que parecía haberse instalado desde que Natalia se había ido. Las cortinas estaban medio corridas, permitiendo que la tenue luz de la tarde inundara las estancias con un resplandor melancólico.

Finalmente salió de la habitación y bajó las escaleras y se sentó en el amplio sofá, rodeada por la opulencia que una vez había considerado un reflejo de su éxito y estabilidad. Ahora, esos mismos muebles de diseño y los cuadros cuidadosamente seleccionados en las paredes le parecían ajenos, como si no fueran más que piezas decorativas en una vida vacía.

Tomó una copa de vino que había servido antes de subir a la habitación de Natalia, pero apenas había probado. Giraba el cristal en su mano, observando cómo el líquido reflejaba la luz, pero sin verdadero interés. Sus pensamientos eran una maraña de recuerdos, dudas y un leve rastro de culpa que, por más que intentara ignorar, se hacía más fuerte con cada momento de soledad.

Alejandro siempre había sido su centro. Desde que su esposo la dejó, había volcado toda su energía en criar a su hijo, asegurándose de que nada le faltara. Se convirtió en su roca, su consejera, y en cierto modo, en su única compañera. Pero ahora, con Alejandro construyendo una familia propia, Andrea se sentía descolocada y sola.

—¿Qué me queda? —murmuró para sí misma, dejando la copa sobre la mesa de centro.

El eco de sus palabras resonó la estancia, llenándola con una tristeza que nunca antes había permitido que se manifestara. Siempre había sido fuerte, la mujer que tenía todas las respuestas, pero ahora, en esa soledad, sentía que el mundo que había construido a su alrededor era solo una fachada.




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