Vanesa y Alejandro llegaron al departamento cargados de globos, bolsas con regalos y una mezcla de emociones. Habían sido horas intensas, pero también gratificantes. El evento había sido un éxito rotundo, y aunque estaban exhaustos, el esfuerzo había valido la pena.
—¿Dónde vamos a poner todo esto? —preguntó Vanessa, mirando las cajas apiladas que casi cubrían el recibidor.
Alejandro dejó las llaves sobre la mesa y suspiró.
—No tengo idea. ¿Crees que podamos meter algo en el clóset del bebé?
—Ni lo sueñes, esa habitación está más equipada que una tienda de bebés —Vanesa acarició sus 38 semanas de panza.
Y era cierto. Habían trabajado semanas para transformar la habitación de su hijo en un espacio perfecto: paredes pintadas de un suave color marfil, muebles de madera blanca y juguetes cuidadosamente elegidos. Todo estaba en su lugar, esperando al pequeño inquilino que, sin saberlo, ya era el centro de atención.
Después de acomodar como pudieron los regalos en un rincón del departamento, se desplomaron en su habitación matrimonial. Vanesa se quitó los tacones con un gemido de alivio.
—No puedo más. Mis pies están hinchadísimos y la espalda me mata.
Alejandro se acercó, observándola con ternura.
—Te lo dije, no tenías que estar parada tanto rato. Ven, dame un segundo.
Se levantó y fue al baño a buscar una crema. Regresó con un tubo de mentol y una almohada pequeña, que colocó detrás de la espalda de Vanessa. Ella suspiró mientras él comenzaba a masajearle los pies con cuidado, usando movimientos firmes pero delicados.
—Esto... es el paraíso. ¿Cómo aprendiste a hacer masajes tan buenos? —murmuró ella, dejando caer la cabeza hacia atrás.
—Talento natural. ¿O será amor? —respondió él con una sonrisa.
Vanesa sonrió también.
—Nunca pensé escucharte decir eso.
El ambiente era tranquilo, solo se escuchaba la respiración pausada de Vanessa y el movimiento de las manos de Alejandro, hasta que el sonido del teléfono rompió la calma. La pantalla se iluminó con el nombre de Valentín.
Alejandro dudó un segundo. Vanesa abrió los ojos y lo miró, ligeramente arqueando una ceja. No dijo nada, pero su expresión era elocuente: ¿De verdad vas a contestar ahora?
Alejandro sostuvo el teléfono un momento, pero finalmente lo dejó en la mesita de noche sin responder.
—Debe ser por lo de la inauguración de mañana. Seguro algo de última hora —comentó, tratando de quitarle importancia.
Vanessa asintió, aunque todavía lo miraba con una pizca de escepticismo.
—Espero que no sea algo urgente.
—No lo creo. Además, ahora quiero asegurarme de que estés bien. La inauguración puede esperar unos minutos más —respondió él, retomando el masaje.
Aunque intentaba mostrarse tranquilo, Alejandro no podía evitar pensar en el evento del día siguiente. Había sido un proyecto que había tomado meses de planificación y enfrentado múltiples contratiempos administrativos. Pero finalmente, todo estaba listo. El centro comercial, fruto de su alianza con Kim Ho, abriría sus puertas al público.
—Estás nervioso, ¿verdad? —dijo Vanessa de repente, sacándolo de sus pensamientos.
—Un poco. Es un gran día mañana.
—Y será perfecto. Lo has trabajado tanto que no hay manera de que salga mal.
—¿Cómo estás tan segura? —dijo él como si ella tuviera la verdad absoluta.
—Pues eres Alejandro Adán el hombre más perfeccionista que conozco, nada puede ir en contra de eso.
Vanessa sonrió suavemente y le acarició la mano a Alejandro mientras él terminaba el masaje en sus pies.
—Gracias. Esto era justo lo que necesitaba —susurró.
—Todavía no termino. ¿Qué te parece si te das un baño caliente para relajarte? Te prepararé todo —sugirió él con una mirada traviesa.
—¿"Preparar todo"? No sé si eso me emociona o me asusta —bromeó ella, aunque no puso objeción.
Alejandro se levantó, ayudándola a incorporarse con cuidado. Mientras ella caminaba al baño con pasos lentos, él se adelantó para llenar la bañera con agua tibia, añadiendo unas gotas de su aceite esencial favorito. El vapor comenzó a llenar el espacio, mezclado con el aroma relajante de lavanda.
—Listo. El spa está oficialmente abierto —dijo Alejandro con una sonrisa amplia, tendiéndole la mano para ayudarla a entrar.
Vanesa rió, disfrutando del esfuerzo que él ponía en hacerla sentir especial. Se despojó de su ropa con movimientos lentos, consciente de que Alejandro la observaba. Él, sin disimular, se apoyó en el umbral de la puerta con los brazos cruzados, estudiándola como si fuera una obra de arte.
—¿Puedo ayudarte con algo más? —preguntó, su voz baja y cargada de intención.
Vanesa, ya sumergida en la bañera, dejó que el agua caliente acariciara su piel. Sus ojos se alzaron hacia él con una chispa juguetona.
—Podrías meterte conmigo. Después de todo, tú también necesitas relajarte.
No tuvo que decírselo dos veces. Alejandro se deshizo rápidamente de su ropa y se unió a ella en la bañera, acomodándose detrás de Vanesa. El espacio era justo, pero la cercanía no era un problema; más bien, era parte del encanto. Ella se recostó contra su pecho, cerrando los ojos mientras él le pasaba suavemente las manos por los hombros y el cuello.
—¿Sabes qué es lo mejor de estos momentos? —preguntó Vanesa, con los ojos cerrados.
—¿El agua caliente?
—No. Que, por un rato, nada más importa. Ni el trabajo, ni las preocupaciones... solo nosotros.
Alejandro la abrazó más fuerte, dejando un beso en su hombro húmedo.
—Jamás pensé que diría esto, pero…, agradezco que me hayas hecho ver más allá de mis narices.
El ambiente fue transformándose lentamente. Los movimientos de Alejandro pasaron de ser relajantes a algo más intencionados, recorriendo su piel con caricias que enviaban escalofríos agradables por todo su cuerpo. Vanesa entreabrió los ojos y giró levemente la cabeza para mirarlo.
#1403 en Novela romántica
#540 en Chick lit
amor celos, hijos inesperados intriga pasion, ceo millonario humor intriga
Editado: 10.12.2024