Alejandro se encontraba sentado en un sillón de cuero en la sala VIP que el hospital había puesto a su disposición, mirando con ojos cansados la lista interminable de llamadas perdidas en su teléfono. La pantalla brillaba con nombres que iban desde socios comerciales hasta empleados que pedían actualizaciones, pero su atención estaba en otro lugar, completamente ajeno al bullicio de su mundo empresarial.
Thomas tuvo que retirarse sin querer realmente por motivos laborales y Emma, quien había conseguido retrasar una entrevista importante para quedarse en el hospital, hojeaba una revista sin mucho interés, aunque lanzaba miradas constantes hacia Alejandro, intentando ofrecerle un apoyo silencioso.
De repente, un bullicio inusual interrumpió el ambiente controlado del área VIP. Alejandro levantó la cabeza, extrañado, mientras Emma se levantaba para asomarse a la puerta.
—¿Qué está pasando? —preguntó Alejandro con el ceño fruncido.
Emma volvió hacia él con una sonrisa confusa.
—Creo que están llegando… regalos.
Un par de enfermeras entraron en la sala, empujando carritos llenos de paquetes envueltos, globos de colores y arreglos florales. Un enorme globo plateado en forma de estrella llevaba un mensaje en letras doradas: “¡Felicidades, Alejandro y Vanesa, por su bebé!”
—Esto… ¿es para mí? —preguntó Alejandro, incrédulo, poniéndose de pie.
Una de las enfermeras asintió con una sonrisa.
—Sí, señor Adán. Todo esto ha sido enviado por el personal de su empresa. Nos dijeron que deseaban felicitarlo por el nacimiento de su hijo.
Emma observaba la escena con los ojos muy abiertos.
—¡Guau! No sabía que tus empleados eran tan detallistas —comentó con tono sorpresivo, aunque con una sonrisa genuina.
Alejandro pasó una mano por su cabello, todavía desconcertado. Había cambiado su forma de dirigir la empresa en los últimos meses, intentando ser un líder más empático y cercano, pero no esperaba este nivel de aprecio.
—Nunca imaginé que harían algo así —murmuró.
Una enfermera colocó un gran ramo de flores blancas en una mesa cercana, mientras otra dejó un paquete envuelto en papel azul con una nota que Alejandro recogió.
“Gracias por liderarnos con humanidad y firmeza. Felicidades por este nuevo capítulo en tu vida. Todo el equipo está contigo. —Gabriela y el equipo de la oficina.”
Las palabras lo conmovieron más de lo que esperaba. Alejandro apretó los labios, reprimiendo la emoción que lo embargaba.
En medio de la escena, la puerta de la sala VIP se abrió, y apareció el doctor con una expresión que mezclaba cansancio y satisfacción.
—Señor Adán, traigo buenas noticias.
Alejandro sintió que el corazón le latía con fuerza. Dio un paso adelante, dejando atrás los regalos y globos.
—¿Vanesa? ¿Está bien?
El médico levantó una mano.
—Ella sigue estable, aunque todavía no ha despertado. Pero he venido a hablarle sobre su hijo. Está completamente sano y ha respondido muy bien. Podrá ser dado de alta en unas horas si usted completa los papeleos correspondientes.
Las palabras tardaron un momento en asentarse en la mente de Alejandro.
—¿Eso significa que puedo llevarlo a casa? —preguntó, con la voz temblorosa.
—Así es. Solo necesitará llenar algunos formularios y coordinar los detalles con neonatología.
El doctor le ofreció una pequeña sonrisa antes de retirarse, dejando a Alejandro con un torbellino de emociones. Emma se acercó y puso una mano en su brazo.
—¿Lo ves? Las cosas están mejorando. Vanesa querría que estés fuerte para tu hijo.
Alejandro asintió lentamente.
Un momento después de haber sido convencido por Ernesto que, a pesar de su agotamiento intentaba darle fuerza a todos, Alejandro aceptó llevar a casa al bebé y luego de descansar unas horas se prometió regresar para cambiar de turno. Alejandro, que hasta ese momento había estado balanceando el peso de su ansiedad entre la espera y los trámites relacionados con su hijo, ya había firmado todo, pero lo que lo mantenía allí, era qué suplicaba para que le dejaran pasar a ver a su esposa antes de irse. De repente se enderezó tan rápido como escuchó su nombre salir de la boca de una doctora.
—Señor Adán, su esposa está estable. Hemos obtenido autorización para que la visite por unos minutos. Sígame.
Sin dudarlo la siguió.
Finalmente, llegaron a una puerta con una pequeña ventana de vidrio. La enfermera la abrió con cuidado, como si temiera perturbar la calma del interior.
—Está en esta habitación. Recuerde ser breve y hablarle con suavidad.
Alejandro entró, y el mundo pareció detenerse.
Vanesa estaba allí, acostada en una cama que parecía demasiado grande para su cuerpo. Su piel, normalmente de un tono cálido y saludable, estaba pálida, casi translúcida bajo la luz artificial. Su cabello brillante se extendía en mechones desordenados sobre la almohada, y un respirador apenas visible ayudaba a mantener el ritmo de su respiración. Una máquina al lado de la cama emitía pitidos suaves y rítmicos, marcando el compás de sus signos vitales.
Con pasos lentos, se acercó lentamente a la cama y tomó una silla que estaba a un lado. Al sentarse, miró su rostro, tratando de encontrar señales de la Vanesa que conocía.
—Hola, amor… —susurró, tomando su mano con cuidado. Su piel estaba un poco fría.
Fría al tacto, y el contraste con el calor de sus propias manos le hizo apretarla con delicadeza, como si de esa manera pudiera transmitirle algo de su propia fuerza.
—Aquí estoy —continuó, su voz temblando ligeramente—. Todo está bien. El bebé está bien. Es precioso, Vanesa. Tiene tu nariz, mis ojos… o al menos, eso creo.
Alejandro dejó escapar una risa nerviosa, pero sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas.
—Perdóname si estoy haciendo esto mal. Nunca pensé que tendría que verte así. Tú eres la fuerte, la que siempre sabe qué hacer, qué decir…
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Editado: 10.12.2024