El Hijo del Ceo

045 |FIN|

Dos días habían transcurrido desde que Vanesa despertó. Fueron días de calma y cuidados, donde todo parecía girar en torno a su recuperación y la atención al recién nacido. Alejandro apenas se había separado de ella, permaneciendo a su lado cada minuto, asegurándose de que no le faltara nada. Ahora, el momento que tanto habían esperado había llegado: el alta médica.

Vanesa salía del hospital en una silla de ruedas, tal como indicaba el protocolo, con su bebé envuelto en una manta azul entre los brazos. Su mirada, aunque todavía reflejaba algo de cansancio, irradiaba una paz que no había tenido en días. Alejandro caminaba junto a ella, una mano sobre el respaldo de la silla, guiándola con cuidado, mientras Roger, su hombre de confianza, los esperaba fuera con un auto lujoso.

Cuando las puertas automáticas se abrieron, Vanesa se preparó para el posible caos que siempre parecía rodear sus vidas públicas. Pero, para su sorpresa, no había cámaras, ni reporteros, ni siquiera un grupo curioso de personas mirando desde la distancia.

—¿Cómo…? —empezó a preguntar, pero se detuvo al notar la expresión satisfecha de Alejandro.

—Me encargué de todo —dijo él con una sonrisa tranquilizadora—. Sabía que no querías enfrentarte a ese ruido ahora, y mucho menos con el bebé en brazos.

Vanesa lo miró, agradecida, mientras Roger abría la puerta trasera del auto.

—Gracias, Alejandro. De verdad, gracias. No sabes cuánto necesitaba esto… solo tranquilidad.

Él inclinó la cabeza en un gesto humilde y ayudó a colocarla cuidadosamente en el asiento, asegurándose de que el bebé estuviera cómodo y seguro. Antes de entrar al vehículo, Alejandro miró hacia atrás. Ernesto, Thomas, Emma, y Andrea. estaban a una distancia respetuosa, dándoles su espacio.

—Los seguiremos en nuestros autos —dijo Ernesto con una sonrisa cálida—. Nos vemos en casa.

Vanesa asintió, emocionada de verlos allí, pero también agradecida de que comprendieran la necesidad de un momento íntimo para su nueva familia. Poco después, los vehículos emprendieron la marcha, con Roger al volante y Alejandro sentado al lado de Vanesa, sosteniendo su mano.

Durante el trayecto, Vanesa no podía apartar la vista del pequeño en sus brazos. Sus ojos brillaban cada vez que él hacía un gesto, por mínimo que fuera.

—¿Te das cuenta de que este es nuestro primer viaje juntos como familia? —susurró ella, mirando a Alejandro.

—Me doy cuenta. —Él sonrió y apretó su mano suavemente—. Y quiero que sea el primero de muchos.

La puerta del departamento se abrió lentamente, dejando entrar a Alejandro y Vanesa con el bebé dormido en brazos. El lugar estaba en total calma, envuelto en una serenidad que parecía haber sido diseñada especialmente para ellos. La suave iluminación cálida y el silencio absoluto los recibieron como un abrazo. Era su hogar, el espacio donde comenzaba su nueva vida como familia.

Vanesa cruzó el umbral con cuidado, como si cada paso marcara un nuevo inicio. Alejandro iba detrás, cargando la pañalera y el monitor del bebé, sin apartar la vista de su esposa y su pequeño hijo. Cerró la puerta con suavidad y dejó escapar un suspiro contenido, como si al hacerlo también liberara el peso de los últimos días.

—Estamos en casa —susurró Alejandro.

Vanessa miró alrededor y sus ojos se llenaron de lágrimas. No eran lágrimas de tristeza ni de cansancio, sino de una emoción tan pura y abrumadora que apenas podía contenerla.

—Nunca pensé que un lugar pudiera sentirse tan… lleno de vida —dijo con voz entrecortada mientras observaba a su bebé, que descansaba tranquilamente en sus brazos.

Alejandro dejó las cosas a un lado y se acercó, envolviendo a Vanessa con un brazo mientras acariciaba la cabecita del bebé con la otra mano.

—Este lugar no es lo que lo hace especial —respondió, susurrándole al oído—. Es lo que tú trajiste aquí. A ti, a él… Ustedes son mi hogar.

Vanessa levantó la mirada hacia él y, por un instante, solo existieron ellos tres. Era como si el mundo entero se hubiera detenido para darles ese momento único, perfecto.

—Gracias, Alejandro. Por todo. Por no dejarme caer, por creer en nosotros. Por esto —dijo, mirando al bebé—. Nunca imaginé que podría ser tan feliz.

Él sonrió, con ese brillo en los ojos que siempre la hacía sentir segura.

—Y apenas estamos comenzando.

Caminaron juntos hacia la habitación del bebé. Cada paso era un pequeño ritual, un acto de amor que sellaba su unión como familia. La puerta estaba ligeramente entreabierta, y cuando Alejandro la empujó suavemente, el cuarto se llenó con la tenue luz de la lámpara de la esquina.

La habitación parecía sacada de un cuento. Las paredes en tonos crema, decoradas con suaves dibujos de nubes y estrellas, daban una sensación de calma. La cuna, en madera clara, estaba perfectamente preparada, con sábanas blancas y un móvil colgando, con pequeñas lunas y planetas que giraban lentamente.

Vanessa se acercó a la cuna, con el corazón latiéndole fuerte en el pecho. Sentía que este momento era algo más que simbólico. Era el comienzo de algo hermoso, algo que había deseado profundamente, aunque jamás lo hubiera admitido.

Con infinita delicadeza, inclinó su cuerpo y depositó al bebé en la cuna. El pequeño apenas se movió, acomodándose en el mullido colchón mientras seguía durmiendo. Vanessa no pudo evitar acariciar su mejilla, sintiendo la suavidad de su piel y grabando en su memoria cada detalle de ese instante.

Alejandro, que había estado observándola en silencio, se acercó por detrás y rodeó su cintura con sus brazos. Apoyó el mentón en su hombro y, juntos, miraron al bebé dormir.

—¿Sabes algo? —dijo Vanessa, rompiendo el silencio en un susurro.

—¿Qué cosa?

—Por primera vez en mi vida, siento que todo está bien. Que no falta nada.

Alejandro le dio un suave beso en el cabello.

Ella cerró los ojos, permitiéndose sentir el momento en toda su intensidad.




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