El hijo del Jeque

Capítulo 1

“Antes de la tormenta, estaba ella”

Khloé Martínez tenía apenas veintiún años, pero sus ojos oscuros ya sabían demasiado sobre el sacrificio, el cansancio... y la esperanza. Desde pequeña había aprendido que en la vida no siempre se puede elegir, pero sí se puede resistir.

Había nacido en una familia humilde de un país latinoamericano que nunca mencionaba con nombre, porque dolía más. Donde crecieron ella y sus hermanos, la vida no era fácil: calles de tierra, techos de lámina, abrazos en lugar de regalos. Su padre, Ernesto, era mecánico, de manos fuertes y sonrisa amplia. Fue su héroe, su ejemplo, su primer amor. Pero la muerte le llegó sin aviso, cuando Khloé apenas tenía dieciséis años.

Un accidente en la carretera. Un camión. Un adiós.
Desde entonces, todo cambió.

Su madre, Carolina, se vino abajo emocionalmente, y poco después comenzó a enfermar físicamente. Se sentía débil, se le hinchaban los pies, y las visitas al hospital se volvieron cada vez más frecuentes hasta que llegó el diagnóstico: insuficiencia renal crónica.

Sin acceso a buenos médicos ni dinero para pagar la diálisis regular, el reloj comenzó a correr.
Khloé no lo dudó. Abandonó la escuela y empezó a trabajar.

Ya no importaban sus sueños.
Ya no importaba su edad.
Solo importaban ellos: sus hermanos.

Nicolás, el mayor, con apenas dieciséis años ahora, era tranquilo, inteligente, y maduro para su edad.
Máximo, de diez, era el travieso de la casa, el que siempre la hacía reír incluso cuando quería llorar.
Y la pequeña Emma, con solo cinco años, era la luz de la familia. Tan inocente, tan dulce, tan frágil.

Khloé se convirtió en madre, hermana, hija y sostén.
Todo al mismo tiempo.

El dinero no alcanzaba. No en su país, no en su barrio, no en su mundo.

Fue Luci, su mejor amiga, quien le habló de una oportunidad en Dubái. Una ciudad donde los sueños se mezclaban con el lujo, donde el oro brillaba hasta en los techos, donde todo parecía posible… para quienes sabían resistir.

—No es fácil, Khlo —le advirtió Luci aquella noche—. Pero si aguantas, si trabajas duro, puedes enviar dinero, ayudar a tu mamá… y quién sabe, tal vez cumplir ese sueño tuyo de hacer postres como los de los hoteles cinco estrellas.

Khloé lo pensó. Lo lloró. Y lo hizo.

Viajó a Dubái con un contrato de camarera en uno de los restaurantes más exclusivos de la ciudad: L’Emir Royale. Un lugar donde las paredes brillaban como espejos y los clientes pedían botellas de vino que costaban lo mismo que una casa.

Allí, entre bandejas, vajillas de porcelana y jefes exigentes, ella sirvió platos que jamás podría pagar, sonrió a personas que jamás la verían realmente... y soñó.

Soñó con tener su propia pastelería.
Soñó con el día en que su madre pudiera recibir un trasplante.
Soñó con volver a abrazar a sus hermanos y decirles: “Ya no tienen que preocuparse por nada”.

A veces, cuando le tocaba el turno de noche y se quedaba sola limpiando, horneaba galletas con sobras de la cocina. Las guardaba con ternura en un frasco pequeño y se las enviaba a Emma con las cartas que nunca se atrevía a leer en voz alta.

Y aunque el dinero era justo, vivía en un pequeño apartamento con otras dos latinas, compartiendo baño, cocina y una ilusión común: sobrevivir.

Pero Khloé no sabía que todo estaba a punto de cambiar.
Que su vida, hasta entonces llena de lucha y rutinas, estaba por chocar con alguien que venía de un mundo opuesto al suyo.
Un hombre de desierto, de poder, de silencios y secretos.
Un hombre que, sin saberlo, pondría un hijo en su vientre…
Y un conflicto en su corazón.




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