– Gracias a Luci
Khloé
Nunca imaginé que dejar mi hogar doliera tanto.
No fue fácil. No lo fue cuando tuve que hacer las maletas con el corazón en la garganta, ni cuando besé por última vez la frente de mi madre antes de subirme al avión. Tampoco lo fue cuando abracé a mis hermanos como si fuera a perderlos para siempre. Y en el fondo, una parte de mí realmente temía eso.
Pero si estoy en Dubái ahora, es por una sola persona: Luci.
Mi mejor amiga. Mi hermana elegida. La que confió en mí más que yo misma.
Ella trabaja en una empresa que contrata camareras a tiempo completo para distintos hoteles y restaurantes de la ciudad. Fue ella quien me insistió que lo intentara, que mandara mi currículum, aunque yo pensara que nadie en un lugar como este querría a alguien como yo, sin estudios, sin títulos, sin nada más que muchas ganas de trabajar y un talento especial con los postres.
—Tú tienes algo que muchas no —me dijo un día—. No te rindes. Y eso vale más que un diploma.
Gracias a ella, aterricé en esta ciudad que brilla de día y deslumbra de noche.
Vivo en un piso compartido con dos chicas, Sara y Ana, ambas también camareras. Son buenas, respetuosas, pero no hemos llegado a conectar demasiado. A veces cenamos juntas, a veces nos cruzamos apenas en el baño. Nada más.
Hace unas semanas, hice la entrevista para el restaurante L’Emir Royale, el más exclusivo de Dubái. Aquel día estaba tan nerviosa que apenas pude desayunar. Pero me fui lo más presentable que pude. No tengo un mal físico —de hecho, muchas veces me han dicho que tengo lo mío—.
Soy trigueña, de ojos verdes claros que suelen llamar la atención, con el cabello oscuro, largo y rebelde. Mi sonrisa, según mamá, siempre fue mi mejor carta de presentación. Y yo solo intentaba que mi amabilidad hablara por mí.
Me puse mi mejor blusa —la que guardé solo para ocasiones especiales— y traté de parecer tranquila, aunque por dentro me temblaban las piernas. Caminé derecha, hablé con respeto y respondí con una voz firme aunque el corazón me latía a mil.
Ese restaurante es otro mundo. Ahí no come cualquiera. Las reservas se hacen con meses de antelación, y la clientela está compuesta por empresarios, figuras públicas, incluso miembros de la realeza. Solo entrar a ese lugar es como respirar otro aire.
Cuando me llegó el correo diciendo que me habían elegido para el puesto de camarera, lloré.
Lloré sola, sentada en el borde de mi cama, sin poder creerlo.
Ese trabajo no solo era un sueño, era una oportunidad para cambiar la vida de mi familia.
Ahora, cada vez que me coloco el uniforme y entro al salón brillante del L’Emir Royale, me repito que no puedo fallar. Que estoy aquí por ellos.
Por mamá. Por Nicolás, Máximo y mi pequeña Emma.
Y tal vez… solo tal vez… el destino me tiene preparado algo más.
Editado: 10.08.2025