El hijo del Jeque

Capítulo 3

-El primer cruce de miradas.

La tarde caía sobre Dubái como una manta dorada, suave y silenciosa. Desde la ventana de su habitación, Khloé observaba el cielo anaranjado mientras se colocaba frente al espejo.

Su cuarto, aunque pequeño, era su refugio. Un espacio sencillo, con una cama individual, una mesa plegable que usaba como escritorio y un pequeño espejo pegado a la pared. Vivía en un apartamento compartido con otras chicas, pero esa habitación era solo suya, su único rincón privado en una ciudad que no perdonaba debilidades.

Tenía el uniforme recién planchado colgado con cuidado. Era elegante, de un blanco pulcro con detalles dorados, como todo en el restaurante de lujo donde ahora trabajaría. Lo miraba como si fuese un símbolo. Un boleto. Un paso más hacia el futuro que soñaba.

Respiró hondo.

Desde que llegó a Dubái, había enfrentado más de una dificultad, pero si algo se le había complicado de verdad era el idioma. Aunque dominaba el español —su lengua materna— y el inglés lo hablaba con fluidez, el árabe era otra historia. Entendía algunas frases básicas, saludos y expresiones comunes, gracias a un curso online que tomaba cada noche antes de dormir, pero aún se sentía insegura.

No quería parecer ignorante. No quería parecer invisible.

Tomó su cepillo y comenzó a peinarse. Su cabello oscuro caía en ondas naturales que le daban un aire dulce y elegante. No necesitaba maquillaje costoso; su piel trigueña lucía radiante, y sus ojos verdes claros brillaban con más vida que nunca. Se puso un poco de brillo en los labios, un toque de rímel, y sonrió al verse al espejo.

—Estás lista, Khloé —se dijo en voz baja—. No eres rica, pero tienes clase. No eres de aquí, pero tienes corazón.

Salió del apartamento con paso decidido. El calor era seco, pero el atardecer lo hacía más llevadero. El trayecto hasta el restaurante lo hizo en metro, como siempre, pero esta vez cada estación parecía llevarla más cerca de una versión mejorada de sí misma.

Al llegar al restaurante L’Emir Royale , uno de los más exclusivos de la zona, respiró hondo antes de empujar las grandes puertas de cristal. El aroma a jazmín, azafrán y especias la envolvió al instante. Las luces tenues, la música suave, y el murmullo discreto de los clientes creaban un ambiente de lujo contenido, sofisticado, como salido de un sueño caro.

La jefa de sala, una mujer árabe de rostro serio, le hizo una seña con la cabeza. Khloé caminó recta, con la espalda firme y los nervios escondidos bajo una sonrisa amable.

Las primeras tareas fueron sencillas: limpiar las copas, organizar las mesas del fondo, memorizar los nombres de algunos platos. Se movía con delicadeza, cuidando cada gesto, cada palabra, como si estuviera danzando. No quería destacar por torpe, pero tampoco pasar desapercibida.

Y entonces, ocurrió.

Las puertas del restaurante se abrieron de nuevo, dejando entrar una suave corriente de aire cálido. Pero no fue eso lo que llamó la atención de Khloé.

Fue él.

Un hombre alto, de presencia elegante, cruzó el umbral acompañado por dos guardaespaldas. Vestía ropa tradicional blanca, planchada con perfección. Su rostro era serio, de rasgos marcados, mandíbula fuerte, cejas oscuras y bien delineadas. Tenía el porte de alguien que sabía que el mundo le pertenecía.

Khloé no sabía quién era, pero algo en su interior pareció detenerse. Sus ojos se encontraron por una fracción de segundo. Los de él, de un color café profundo, se fijaron en los suyos con una intensidad que la dejó helada. Como si la hubiese reconocido. Como si la hubiese estado buscando.

Ella parpadeó, tratando de disimular el temblor en sus dedos. Bajó la mirada y volvió a colocar una copa en su sitio, aunque ya estaba perfectamente alineada.

Él caminó hacia su mesa habitual, sin apartar completamente la vista de ella. No sonrió. No habló. Solo la observó, como quien ve algo que no esperaba encontrar, pero que no puede ignorar.

Durante el resto de la noche, se vieron varias veces. Ella pasaba por su mesa sin hablarle directamente, pero sentía su mirada fija. Cada vez que él giraba la cabeza hacia ella, su piel se erizaba como si algo la tocara sin tocarla.

En una ocasión, al llevar agua a la mesa de al lado, lo vio hablar en voz baja con un hombre mayor. Parecían discutir, pero Amir —aunque aún no sabía su nombre— mantenía la compostura de un líder. Calmado. Seguro. Elegante. Intimidante.

Khloé no podía evitar mirarlo. Y él… tampoco parecía querer evitarla.

Al terminar el turno, mientras se cambiaba de ropa en la pequeña sala del personal, su mente aún seguía en esa mirada. No lo conocía, no sabía ni su nombre… pero sentía que esa noche algo había comenzado.

Un juego de silencios.

Una promesa sin palabras.

Un destino que acababa de ponerse en movimiento.




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