Amir Al-Maktoum tiene 35 años y es el primogénito del jeque Hamdan Al-Maktoum, uno de los hombres más poderosos de Dubái. Pertenece a una de las ramas más influyentes de la familia real, con acceso directo a las decisiones políticas y financieras del emirato. Desde joven fue preparado para liderar, y su educación fue impecable: estudió Finanzas, Derecho Internacional y Relaciones de Estado en Londres, lo que lo convierte en un hombre brillante, culto y con una presencia imponente.
Habla árabe, inglés y francés con fluidez. Su manera de hablar es firme, pausada, y cada palabra que dice tiene un propósito.
Físicamente, Amir es imponente: mide cerca de 1.90, de complexión atlética, espalda ancha y porte regio. Tiene la piel dorada por el sol del desierto, el cabello oscuro perfectamente peinado hacia atrás y una barba pulida que resalta su mandíbula firme. Sus ojos —profundos, oscuros, enigmáticos— son capaces de intimidar o seducir con una sola mirada. Su elegancia es natural: trajes hechos a medida, telas finas, relojes exclusivos… Todo en él grita poder y control.
Sin embargo, lo más impactante de Amir no es su apariencia ni su fortuna, sino su presencia. Cuando entra a una habitación, el aire cambia. La gente se endereza. Las miradas se giran. Él no necesita hablar para ser escuchado.
En cuanto a su personalidad, Amir es un hombre frío, calculador y reservado. La traición de una antigua prometida —una mujer de la alta sociedad a la que amó de verdad— lo convirtió en alguien emocionalmente blindado. Desde entonces, desconfía profundamente de las mujeres y evita el apego. No es cruel, pero tampoco permite que nadie se acerque demasiado. Su mundo está hecho de límites, silencio y control.
Pero todo empieza a tambalearse con la llegada de Khloé. Desde la primera vez que la vio, algo en ella le descolocó. No entiende por qué no puede sacársela de la cabeza, y eso lo enfurece tanto como lo intriga. Su lado dominante quiere conocerla, poseerla… pero su parte herida teme volver a ser vulnerable.
Horas antes: Los ojos del león
Las puertas del LemmyRoyal se abrieron apenas unos segundos antes de que sus pies tocaran la alfombra principal. Amir Al-Maktoum no necesitaba anunciarse. Su sola presencia lo hacía.
Vestía su dishdasha blanca impecable y el agal negro sujetaba con elegancia su kufiyya. Caminaba con paso firme, como quien sabe que no debe pedir permiso para existir. Todo en él hablaba de poder contenido. Silencio afilado.
Apenas cruzó el umbral del restaurante, su mirada barrió el salón sin detenerse… hasta que se detuvo.
La vio.
Una de las camareras, de pie junto a una bandeja de copas, se giró y lo miró por un instante. Solo uno. Pero fue suficiente.
Cabello oscuro, piel trigueña, ojos verde claro.
No era parte del personal habitual. Lo habría notado antes.
Amir se detuvo un segundo más de lo habitual. No por descuido, sino por puro impacto. Luego siguió caminando hasta su mesa reservada, ubicada en la zona semiprivada del fondo. Su mirada, sin embargo, volvió a ella dos veces más antes de sentarse.
—Sheikh Amir —saludó un hombre ya esperándolo en la mesa, poniéndose de pie con respeto. Era un británico canoso, de traje oscuro, uno de los intermediarios con quien Amir llevaba negociaciones discretas sobre tierras en construcción cerca del puerto.
—Richard —respondió Amir con un leve asentimiento, y ambos tomaron asiento.
Hablaron en inglés, con voces bajas, mientras el restaurante seguía su ritmo. El tema: un proyecto hotelero encubierto, en terrenos aún no revelados al público, donde Amir tenía intereses silenciosos. El británico hablaba mucho. Demasiado para su gusto.
Pero Amir no lo escuchaba del todo.
—Hay dos inversores rusos interesados, pero quieren garantías —decía Richard mientras deslizaba una carpeta con números.
Amir no la abrió. En lugar de eso, volvió la vista hacia el salón. La joven camarera caminaba cerca. No lo había vuelto a mirar directamente, pero su postura era tensa, concentrada… como si supiera que estaba siendo observada.
—Quiero saber quién es ella —dijo, interrumpiendo la conversación, sin levantar la voz.
Richard parpadeó, confundido.
—¿Quién?
Amir levantó levemente el mentón, apenas señalando hacia Khloé.
—La camarera nueva. Averigua su nombre. Y dile a Omar que lo haga con discreción.
Aquel Richard no preguntó más. Sabía que cuando Amir ordenaba algo, la obediencia debía ser inmediata y sin debate.
La conversación continuó unos minutos más, pero Amir ya no estaba en la mesa. Estaba en ella. En su forma de moverse, en su manera de apartar la mirada, en esa luz que no había encontrado en ninguna otra mujer en mucho tiempo.
Cuando Richard se marchó, Amir hizo una seña a uno de sus hombres de seguridad. Un joven local, eficiente, silencioso. En menos de una hora, tenía lo que necesitaba.
—Se llama Khloé Martínez, latinoamericana. Aplicó hace un par de semanas. Aquí está el archivo del restaurante con su entrevista grabada.
Amir tomó el auricular con discreción y lo reprodujo en su teléfono personal.
La voz de ella llenó el silencio.
> —Me gusta trabajar bajo presión, soy responsable y me encantan los postres. Mi sueño siempre ha sido estudiar repostería, aunque por ahora eso ha tenido que esperar...
La voz era suave, pero firme. Había verdad en ella. Había historia.
Amir se quedó inmóvil, escuchando. No sonrió. No reaccionó. Solo absorbió cada palabra como si fuera un código que debía descifrar.
Luego, cerró la grabación. Miró una vez más hacia el salón, justo antes de marcharse.
Ella lo había trastornado.
Editado: 10.08.2025