El hijo del Jeque

Capítulo 7

Sala privada, corazas rotas”

El ambiente en L’Emir Royale seguía impecable, pero la tensión flotaba invisible. Khloé se movía entre mesas con precisión, equilibrando copas, platos, y sonrisas como una acróbata invisible entre el lujo y el deber.

Estaba por llevar una orden de postres a la barra cuando uno de los supervisores —Yousef, siempre serio, siempre atento— se acercó a ella con una tablet en la mano.

—Martínez, cambio de zona. Desde ahora, trabajas en la sala privada. Nivel 2.

Khloé frunció ligeramente el ceño.

—¿Sala privada? ¿Por qué el cambio? Apenas llevo dos turnos…

Yousef bajó la vista a la pantalla y dijo con tono neutro:

—No es castigo. Tampoco promoción. Solo… instrucciones. No preguntes. Haz lo tuyo, como siempre.

Ella asintió, aunque algo en su pecho se apretó. Había escuchado rumores sobre esas salas. Clientes poderosos. Palabras medidas. Sonrisas entrenadas. Y propinas que podían pagar la renta de un mes.

Subió las escaleras lentamente, sintiendo cómo su uniforme impecable pesaba más de lo normal. El pasillo del segundo nivel estaba cubierto con alfombras oscuras y una fragancia floral sutil llenaba el aire. Frente a la puerta dorada, respiró hondo antes de entrar.

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Cuatro hombres. Trajes grises y oscuros, relojes caros, miradas evaluadoras.

—Buenas noches —dijo con voz firme—. Soy Khloé. Estaré a cargo de su atención esta velada.

Uno de ellos levantó una ceja. Tenía el cabello engominado hacia atrás, barba perfectamente recortada y una sonrisa torcida.

—¿Eres nueva?

—Segundo turno —respondió ella.

—Vaya, qué generosos están siendo aquí abajo últimamente —murmuró con sorna—. Espero que al menos sepas servir vino sin convertirte en espectáculo.

Khloé sonrió, contenida.

—Con gusto atenderé todo lo que necesiten.

Sirvió las copas con la misma destreza que había practicado durante horas. Pero mientras colocaba la botella en la mesa, el mismo hombre dejó escapar una risa forzada.

—Dime, ¿en tu país también sirven con esa postura? ¿O es que aquí se aprende por ensayo y error?

Los otros rieron. No con fuerza. Con desprecio.

Khloé sintió cómo el calor le subía al rostro.
Mantuvo la mirada baja.
Apretó los dientes.
No podía responder.
No debía.

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Lo que no sabía era que detrás de un ventanal oscuro, desde otra sala contigua separada por vidrio polarizado, Amir Al-Maktoum la observaba en silencio. Había ordenado que ella atendiera esa sala. No para probarla… sino para ver cómo reaccionaba bajo presión real.

No era un capricho. Era parte de su instinto.
Observaba a las personas en su estado más puro: cuando nadie cree que están siendo observadas.

Y Khloé...
Khloé no era como las demás.

Había dignidad en su forma de resistir. En su silencio. En sus ojos que parpadeaban más rápido para no llorar.

Amir entrecerró los suyos.
La curiosidad había mutado.
Ahora era otra cosa.

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—¡Ups! —exclamó el mismo cliente arrogante, dejando caer a propósito una copa de vino tinto sobre el mantel justo cuando Khloé pasaba—. Qué torpeza. Puedes limpiar eso, ¿verdad?

Ella se congeló por un instante.
Y luego se agachó.
Con calma.
Con una servilleta en una mano y un recogedor en la otra.

Nadie la ayudó.
Nadie pidió disculpas.
Porque para ellos, no era más que parte del mobiliario elegante.

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Minutos después, en la cocina trasera, Khloé se apoyó contra la pared. Nadie estaba cerca. El vapor de las ollas flotaba a su alrededor como una neblina silenciosa. Cerró los ojos. Solo un segundo. Solo para no quebrarse del todo.

Se sentó en el banco de metal junto al lavaplatos, escondida de todo y todos. Sus manos temblaban.

No por miedo.
Por impotencia.

Y sin embargo, no lloró.

Porque no podía.
Porque mamá necesitaba la diálisis.
Porque Nicolás esperaba el dinero para pagar la inscripción del colegio.
Porque Emma quería una mochila nueva con dibujos de gatitos.

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Desde la sala contigua, Amir la seguía mirando.

La distancia entre ellos era real, pero lo que él veía era más íntimo que cualquier palabra:
La forma en que una mujer decide no rendirse cuando tiene todas las razones para hacerlo.

No dijo nada.
No ordenó que detuvieran al cliente.
No intervino.

Pero al salir, se acercó al gerente de nivel privado, le entregó una tarjeta con el sello de su familia y susurró tres palabras en árabe:

> —La taqfiḍūhā.
No la pierdan.

Y entonces se marchó.

Pero Khloé…
Ya no saldría de su mente.

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Amir se paso realmente pero no me lo odien plis 💗🫶🏽




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