El hijo del Jeque

Capítulo 10

"Luces, dinero y silencios"

La mañana en L’Emir Royale comenzó como siempre: con el aroma del café recién hecho, los cubiertos alineados milimétricamente y el sol colándose a través de los ventanales altos. Khloé llegó puntual, con el uniforme impecable, lista para otro día de servicio. No imaginaba que ese turno sería distinto.

Poco después de las 11:00 a. m., uno de los supervisores se le acercó con una expresión distinta en el rostro.

—Martínez, tienes un minuto.

Khloé dejó la bandeja y lo siguió hasta un rincón discreto. El hombre sostenía una tablet y, tras revisar algo, le dijo:

—Se te ha depositado un bono por rendimiento, puntualidad y desempeño. Es parte de un incentivo nuevo. Varios lo recibirán, pero el tuyo es el más alto.

Ella frunció el ceño, confundida.

—¿Un bono? ¿De verdad?

—Revísalo tú misma.

Khloé sacó su celular con manos temblorosas. Al abrir la aplicación bancaria, su corazón dio un vuelco.

La suma era más de lo que esperaba ganar en tres semanas completas.

—¿Esto… es real?

—Totalmente. Llegó desde dirección general. No preguntes demasiado. Solo disfrútalo.

Khloé apenas podía hablar. Sonrió con el corazón palpitando. Ese dinero podía marcar una diferencia real para su familia.

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Ya en casa, agotada pero emocionada, hizo una videollamada a su madre mientras preparaba una caja con alimentos no perecederos, productos de aseo, suplementos y un par de cosas que había comprado para cada uno.

En la pantalla, el rostro de su madre apareció. Se notaba cansada, pero sonriente.

—¡Mi niña!

—Hola, mamá… perdón por no llamar antes. He estado muy cansada. Llego, me ducho y apenas me da tiempo de dormir.

—Lo importante es que estás bien —respondió Carolina, con esa voz que calmaba todo.

Khloé tomó una lata y la metió en la caja con cuidado.

—Hoy me dieron un bono. Ya transferí dinero. Y esta caja sale mañana. Viene con cosas para todos.

Desde el fondo, se escuchó la voz emocionada de Nicolás:

—¡Gracias, hermanita! Ya podré pagar la inscripción del colegio.

Y la pequeña Emma, con voz chillona y adorable, apareció en la pantalla.

—¡Mamá! ¿Me mandaste la mochila con gatitos?

Khloé sonrió dulcemente.

—Sí, mi amor. La más bonita que encontré.

Carolina la miró por un segundo, con los ojos húmedos.

Emma no recordaba a su verdadero padre. Solo a Khloé y a sus hermanos. Desde que tenía uso de razón, Khloé era como una segunda madre para ella. Con la situación de salud por la que estaba pasando Carolina, Khloé hizo todo por cuidarlos. Y aunque esa verdad dolía a veces, también la llenaba de una ternura infinita. Ella la amaba como si realmente lo fuera. Y la protegería con uñas y dientes.

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Esa tarde, Luci le escribió:

> —¡Khloé! Hoy no me escapas. Vamos al centro comercial. Te hace falta distraerte.

Khloé dudó por unos segundos, pero pensó que un descanso no le vendría mal. Se vistió con algo cómodo y sencillo, y salió.

El centro comercial era un mundo brillante de lujo: luces cálidas, pisos relucientes, tiendas que parecían museos. Desde que entraron, Khloé no dejaba de asombrarse.

—¿Todo esto existe en serio? —dijo, entre asombrada y abrumada.

—En Dubái todo es una exageración —respondió Luci con una risa—. Pero hay que disfrutarlo aunque sea con la vista.

En una tienda de zapatos, Khloé se quedó hipnotizada frente a un par de zapatillas rosadas, llenas de brillo, con unos detalles muy definidos y bonitos alrededor.

Luci la observó con ternura.

—¿Te gustan, Khloé?

Khloé asintió lentamente, sin despegar los ojos.

—Sí, Luci. Son las más bonitas que he visto.

Luci se acercó y le susurró:

—¿Y por qué no las llevas?

Khloé bajó la mirada y suspiró lentamente.

—Porque no puedo. No ahora. Tengo otras prioridades.

Luci la miró tristemente, sabiendo que no podía ayudarla. Estaban en situaciones similares, y aunque pudiera hacerlo, Khloé no aceptaría un regalo así por pena.

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A unos metros, alguien más las observaba.

Amir Al-Maktoum. Silencioso, vestido con su tradicional kandura, acompañado por uno de sus asistentes, se encontraba casualmente en el mismo centro comercial. Desde la distancia, había reconocido a Khloé. No se acercó. No hizo un gesto. Solo observó.

Vio la forma en que miraba los precios con cautela. Cómo evitaba dejar que Emma se ilusionara demasiado. Cómo, a pesar de todo, mantenía la cabeza erguida.

Y algo en su pecho se apretó.

Una chica tan joven.
Con tantas responsabilidades.
En una ciudad tan despiadadamente cara.

No necesitaba saber más.

—Compra esas zapatillas. Las que estaba mirando la chica —dijo en voz baja a su asistente—. No importa el precio. Hazlo discretamente. Que se los entreguen, pero sin decir quién los compró.

—¿Algún límite?

—Ninguno. Solo… que ella no se entere.

El asistente asintió, se marchó, y Amir dio media vuelta sin mirar atrás.

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Khloé seguía recorriendo la tienda con Luci cuando una trabajadora se les acercó con una pequeña sonrisa y una caja entre las manos.

—Disculpe, ¿podría decirme su talla de calzado?

Khloé la miró confundida.

—¿Perdón?

—Alguien ya ha pagado los zapatos que usted estaba viendo. Solo necesitamos su talla para entregárselos.

—¿Qué? —susurró Khloé, helada—. Pero… ¿quién?

—No nos dieron el nombre. Solo dejaron instrucciones claras para que fueran suyos. Si no desea aceptarlos, está en su derecho…

—No, no… solo que… no sé qué decir.

—Solo su talla, por favor.

Luci dio un pequeño saltito de emoción.

—¡Tienes un admirador secreto!

Khloé sintió un leve escalofrío. Había una mezcla rara en su pecho: gratitud, nervios y… incomodidad.

¿Quién podía haber hecho algo así?
¿Quién gastaría tanto sin conocerla?
¿Quién la había visto… sin que ella lo supiera?




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