Sabores que no se olvidan
Khloé
El restaurante L’Emir Royale estaba particularmente silencioso aquella mañana. Era como si el aire mismo esperara algo.
Khloé ajustaba el delantal con manos ocupadas y mente aún más cargada. Había dormido poco, como siempre, pero ese día sentía una energía distinta en el cuerpo. No era cansancio. Era... ansiedad.
—Martínez —llamó Yousef, el supervisor, desde la barra—. Cambio de rutina. Hoy no servirás. Vas a la cocina.
Khloé frunció el ceño, sorprendida.
—¿Perdón?
—Hay una solicitud especial. Quieren que prepares un postre. Tú eliges cuál. Pero debe ser algo tuyo. Algo... especial.
Ella parpadeó. Su corazón dio un pequeño salto.
—¿Y para quién es?
—Confidencial.
Khloé bajó la mirada, incómoda. Su estómago se encogió de duda, pero también de curiosidad.
—¿Tengo acceso a los ingredientes?
—Todo lo que necesites. Solo... haz lo mejor que puedas.
Ella asintió en silencio. Caminó hacia la cocina con el delantal bien ajustado y las ideas corriendo desordenadas por su cabeza.
¿Por qué yo? ¿Quién podría haberlo pedido?
Y, sin saberlo, empezó a crear algo más que un postre. Algo con memoria.
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Amir
Desde una sala privada del segundo piso, Amir se mantenía en su sitio habitual, cerca de un ventanal con vista al salón principal. No necesitaba mirar directamente. Sabía exactamente cuándo ella entraba.
Había llegado temprano. Más temprano de lo necesario. Su chofer apenas lo miró por el retrovisor cuando preguntó:
—¿L’Emir Royale otra vez, señor?
Amir solo asintió.
Se lo había repetido más de una vez: esto debía detenerse. Observarla no cambiaría nada. Ella no era para él. No podía serlo.
Y, sin embargo…
—¿Confirmó lo del postre, señor? —preguntó Fátima por el intercomunicador.
—Sí. Que lo prepare ella. Pero que no sepa para quién es.
—¿Desea que lo reciba en persona?
—No. Solo quiero probarlo.
Fátima dudó.
—¿Quiere saber cómo se llama?
—No. Si me dice el nombre, me arruinará la magia.
Colgó la llamada y cerró los ojos. Por un segundo imaginó algo absurdo: a Khloé riendo con una espátula en la mano, cubierta de harina, como en uno de esos recuerdos que jamás vivió.
Pero Amir no creía en dulzuras. Solo en realidades.
Y la suya era amarga desde hace mucho.
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Khloé
Las manos de Khloé temblaban ligeramente al sacar los ingredientes. Harina, huevos, azúcar, cacao, frutos secos, un toque de café. Pensó en un bizcocho húmedo, con capas de ganache y un detalle de frutas frescas por encima.
—Haz algo que hable de ti —se dijo a sí misma—. Pero sin decirlo todo.
Cada capa que colocaba era un recuerdo: las tardes horneando con su abuela, la cocina improvisada en su casa con Nicolás lamiendo las cucharas, el primer pastel que vendió para pagar una medicina de su madre.
Era más que un postre. Era su historia en azúcar y cacao.
Y cuando terminó, respiró hondo. Lo dejó sobre una bandeja blanca de porcelana y llamó al supervisor.
—Listo.
Yousef la observó por un momento más largo de lo habitual.
—¿Nombre del postre?
Ella dudó.
—“Esperanza”.
Él asintió y se lo llevó.
Khloé se quedó sola, en silencio, con los dedos aún llenos de chocolate y los ojos brillantes. Como si acabara de desnudar el alma frente a alguien sin saber quién estaba al otro lado.
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Amir
El postre llegó a la sala con la delicadeza de una ofrenda. Amir lo observó como si pudiera leerlo, descifrar algo escondido en cada capa.
—¿Lo preparó ella? —preguntó.
—Sí, señor.
Probó un bocado.
El sabor era suave al principio, luego profundo, y finalmente dejaba un rastro amargo… pero dulce. Como una verdad difícil de aceptar.
Amir cerró los ojos un instante.
“Esperanza”, había dicho el supervisor antes de irse.
Él no creía en esa palabra.
Y sin embargo, allí estaba. Servida en porcelana blanca. Con aroma a algo que no debería permitirse sentir.
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Khloé
Terminó su turno con la sensación de haber entregado algo que no podía recuperar. Una parte suya se quedó en ese plato.
Ya en el vestuario, mientras se cambiaba para volver a casa, no pudo evitar preguntarse por qué alguien había pedido algo preparado por ella. Por qué justo ella. Por qué ese día.
—Quizás fue casualidad —murmuró.
Pero no lo creía.
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Amir
Desde el ventanal, Amir vio a Khloé cruzar el pasillo rumbo a la salida. Llevaba el cabello recogido, la mochila en la espalda y el paso firme, como si el mundo no pesara tanto sobre sus hombros.
Y aún así, él sabía que pesaba.
—Fátima —dijo con voz baja—. Que la cocina reciba una donación esta semana. Material nuevo. Herramientas. Y que esa receta quede archivada. Que sea el postre de la semana. Con su nombre.
—¿Y el crédito?
—Ninguno. Que solo digan que es de la casa.
—¿Desea enviarle algo más?
—No. Ya le envié lo único que realmente cuenta.
—¿Y qué fue eso, señor?
—Mi atención.
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Khloé
Esa noche, mientras horneaba panecillos para su casa y hablaba con Emma sobre sus dibujos, el aroma a cacao llenó el lugar.
Y sin saber por qué… sintió que alguien, en algún rincón del mundo, la había escuchado sin que ella hablara.
Y eso… eso se sentía más peligroso que cualquier palabra.
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Oh oh creo que Amir se está enamorado de Khloé
Me encanta de verdad creo que khloé se sintió mejor después de tanto tiempo al preparar el postre que pasará en el siguiente capítulo..
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Es la forma en la que me sigues incentivándo a escribir sin más que decir nos vemos en el próximo capítulo.
Editado: 29.07.2025