El hijo del Jeque

Capítulo 13

"El sacrificio vale la pena"

[Narrado en tercera persona.]

Amir

El aire fresco de la tarde entraba por las enormes ventanas del palacio Al-Maktoum. El mármol blanco brillaba con los rayos dorados del sol que se ocultaba sobre Dubái. Amir estaba sentado en el patio interior, en silencio, frente a una taza de café árabe que se había enfriado sin que él la tocara.

—¿Otra vez pensando en lo mismo? —La voz de su hermana rompió el silencio con ternura.

Amina, su hermana mayor de veintiséis años, se acercó con pasos firmes. Aunque era solo un año mayor que él, solía tratarlo como si fuera menor. Tenía ese tono dulce que solo usan las hermanas que conocen los rincones que nadie más ve.

—No estoy pensando en nada —respondió Amir sin mirarla.

—Ese es el problema —replicó ella, sentándose a su lado con elegancia—. Llevas años sin permitirte sentir. Desde que Cintia te traicionó… te volviste una sombra de lo que eras.

Amir frunció el ceño, bebiendo un sorbo del café por compromiso. Sus ojos se perdieron en el reflejo de la fuente del jardín, donde el agua caía con una calma que contrastaba con su pecho agitado.

—No es algo de lo que quiera hablar, Amina. Sabes que no.

Ella suspiró y le tomó la mano por un momento. No había reproche, solo comprensión.

—Lo sé. Pero papá te quiere ver feliz. Mamá también. No quieren forzarte a nada, solo… —lo miró— solo desean que encuentres a alguien que te devuelva la paz.

Amir desvió la mirada. En su mente apareció, sin permiso, la imagen de Khloé: su expresión serena, sus ojos verdes como jade, su caminar humilde pero firme, su forma de sostener una bandeja con la delicadeza de quien sabe que no puede fallar.

Se odiaba por recordarla. Por buscarla con la mirada sin admitirlo. Por desear saber más de ella sin tener derecho.

—No tengo tiempo para eso —fue todo lo que dijo.

Amina no lo presionó más. Sabía cuándo detenerse.

—Te dejo, entonces. Solo… no te encierres. El mundo sigue ahí, Amir. Y a veces, la vida te manda una segunda oportunidad… incluso cuando no la estás buscando.

Cuando ella se alejó, Amir cerró los ojos y se quedó inmóvil, mientras en otro rincón de Dubái, la mujer que le rondaba el pensamiento también intentaba contener un torbellino de emociones.

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Khloé

El apartamento estaba en silencio. Solo se oía el zumbido de un ventilador viejo y el crujir de la madera en el suelo. Khloé se sentó en su cama, aún con el uniforme del restaurante. Se había quitado los zapatos y soltado el cabello, pero no tenía fuerzas para más. Recién había llegado de un turno doble.

El celular vibró, y al ver que era Nicolás, su hermano de dieciséis años, una sonrisa suave apareció en su rostro. Abrió el mensaje:

> Nico 💙
¡Hola, hermana! Ya pagué la inscripción del colegio con lo que enviaste. ¡Gracias, gracias, gracias! Voy bien en clases, y te prometo que voy a terminar con buenas notas. Ah, y Emma duerme abrazada a la mochila nueva que le mandaste. Dice que huele a ti.

Khloé no pudo evitarlo. Se tapó la boca con una mano mientras las lágrimas caían sin permiso. Eran lágrimas de alivio, de amor, de cansancio, de todo.

Le dolía el cuerpo, le ardían los pies, pero ese mensaje hizo que todo —cada noche sin dormir, cada comida que se saltaba, cada turno extra— valiera la pena.

Tomó aire, se secó las lágrimas, y marcó el número de su casa.

La voz de su madre, cansada pero dulce, llenó el auricular.

—Hola, mi niña.

—Hola, mamá —respondió con la voz temblorosa.

—¿Lloras? ¿Estás bien?

Khloé rió por lo bajo, limpiándose la cara con la manga del uniforme.

—Sí… son lágrimas buenas. Nicolás me escribió. Me dijo lo de la inscripción… lo de Emma.

—Esa niña no se la quiere quitar. Ni para bañarse —dijo Carolina, entre risas suaves—. Dice que la va a llevar al hospital cuando me acompañe. Dice que tú la proteges hasta en sus sueños.

—Ojalá pudiera estar ahí de verdad…

Hubo un silencio breve.

—Estás cumpliendo el papel de todos, hija. De hermana, de madre, de padre. Y lo haces con una fuerza que no sé de dónde sacas. Tu papá estaría tan orgulloso de ti...

Esas palabras terminaron de romperla.

—No sé si puedo seguir, mamá… —dijo en un susurro—. Estoy agotada.

—Claro que puedes. Porque tienes un corazón grande, y aunque te duela, estás sembrando algo que nadie más puede darte: el orgullo de saber que no te rendiste.

Khloé se abrazó a sí misma, sintiendo que por primera vez en semanas podía soltar un poco del peso. Después de colgar, se tumbó en la cama con los ojos fijos en el techo.

“Todo esto vale la pena… todo…”, se repitió en voz baja.

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Amir (de nuevo)

Esa noche, Amir caminó solo por una de las terrazas privadas del palacio. Desde allí, se veía la ciudad iluminada como un mar de diamantes. Se detuvo frente al ventanal que daba al restaurante L’Emir Royale, a la distancia.

Recordó la mirada de Khloé, su forma de no querer destacar, de esconderse incluso cuando el mundo la miraba.

No sabía nada de su vida, pero presentía que debajo de su silencio había una historia más fuerte que cualquier discurso. Y eso, sin entender por qué, lo conmovía.

Sin hacer ruido, sacó su teléfono y envió un mensaje a su asistente personal:

> “Quiero saber si sigue trabajando. Y en qué horario.”

Porque a veces, el destino necesita solo un paso.
Uno que se da en silencio, pero que cambia todo.

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Holi sorry por no publicar ayer estuve muy cansada y no me dio tiempo aquí les dejo otro capítulo del libro

De verdad mil disculpas.

Plis apóyenme con el libro comenten den me gusta síganme lo agradezco mucho




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