El hijo del Jeque

Capitulo 15

El sabor del destino

El reloj marcaba las ocho y veinte de la mañana cuando Khloé salió del apartamento. Había dormido poco, entre los nervios y la emoción, pero su mirada estaba enfocada, decidida. En una bolsa de tela llevaba sus utensilios favoritos: sus boquillas, su espátula de confianza, una manga pastelera nueva que había comprado hace poco. Todo limpio, ordenado y envuelto con cuidado.

Era su tercer día libre, pero no le importaba. Aquel trabajo especial representaba un ingreso importante para su familia. Y si lograba dejar una buena impresión, tal vez podrían llamarla de nuevo. No sabía mucho, solo que era un pedido privado, en una residencia elegante, y que valoraban la discreción y la calidad.

Llevaba el cabello recogido con una trenza baja, el uniforme limpio, el maquillaje mínimo. Iba sencilla pero con esa dignidad silenciosa que la caracterizaba.

—Por favor, que todo salga bien —susurró mientras subía al vehículo que la asistente del restaurante dijo que la esperaría para llevarla.

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El trayecto duró poco más de veinte minutos. No estaban lejos, pero el lugar al que se dirigía parecía otro mundo. Al llegar, el chofer no pasó más allá de la reja principal. Un guardia con traje oscuro, auricular en la oreja y un iPad en la mano, se acercó a confirmar su nombre.

—¿Khloé…?
—Sí, Khloé Martínez —respondió con amabilidad.
—Perfecto. La estábamos esperando. Pase. El chef principal la recibirá en la entrada lateral. (dijo en inglés)

La residencia era imponente. Grandes muros blancos, jardines perfectamente podados, fuentes de agua que susurraban como en un oasis. No era un hotel ni un edificio institucional. Era una casa. Una mansión. De alguien muy, muy poderoso.

Khloé sintió un nudo en el estómago.

La puerta lateral se abrió, y una mujer de unos cincuenta años, con uniforme blanco impecable y gesto sereno, se le acercó.

—Bienvenida, señorita Khloé. Soy Sahara, la jefa de cocina. Gracias por venir.
—Gracias a ustedes por la oportunidad —respondió ella, bajando la cabeza en señal de respeto.
—Pase. Le mostraré la estación asignada. El cliente ha solicitado tres postres individuales, de los cuales usted tiene libertad creativa. Solo pidió que uno sea a base de dátiles. Le proporcionaremos todo lo necesario.

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La cocina era inmensa, más moderna y equipada de lo que Khloé jamás había visto. Había hornos industriales, refrigeradores que parecían armarios, y una alacena que parecía una boutique de ingredientes. Todo olía a limpieza, a orden.

Mientras Sahara la guiaba, le explicó:
—Trabajamos con absoluta discreción. Usted no verá al propietario ni debe preguntar por él. Solo cumplimos y nos retiramos.
—Entendido —respondió Khloé, con firmeza.
—¿Desea comenzar con a elaborar todo?

Khloé sonrió. Esa era su parte favorita. Puso sus cosas sobre la mesa de acero y empezó a organizar ingredientes: azúcar, mantequilla, crema, huevos, harina de almendras, especias, chocolate... Sus ojos brillaban. Ahí, en ese rincón de lujo prestado, volvía a sentir la pasión que la impulsaba desde niña.

Mientras trabajaba, murmuraba para sí misma.

—Primero uno con textura ligera… algo cítrico…
—Luego uno más tradicional, dulce y profundo… dátiles, cardamomo…
—Y el tercero… algo cremoso, fresco. ¿Quizá pistacho y agua de rosas?

Los dedos se movían como si bailaran. Sus ojos recorrían los utensilios con amor.

Lo que ella no sabía…
Era que desde un monitor en otra sala, a través de una cámara discreta ubicada en un rincón, Amir la observaba en silencio.

De pie, con los brazos cruzados y el ceño sereno, él la veía como si estuviera mirando algo sagrado.

—¿Quiere que le lleve uno de los postres para probar, señor? —preguntó discretamente Fátima.
Amir negó con la cabeza.
—No. Solo quiero verla trabajar.

Había algo hipnótico en ella. No solo por su belleza, que era evidente. Sino por la dedicación, la pasión, la forma en que cada pequeño movimiento tenía un sentido.

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Pasaron tres horas. Los postres estaban listos. Tres obras de arte:

Una tartaleta con mousse de limón y merengue suave.

Un pastelito tibio de dátiles y nueces, con salsa especiada.

Y una copa de crema de pistacho con gelatina de rosas y frambuesas.

Khloé los dispuso con cuidado en una bandeja de porcelana blanca.

—Ya están listos, chef Sahara.
—Excelente trabajo, señorita Khloé. ¿Le gustaría quedarse a probar un té antes de irse? Le pregunto ella muy amablemente.
—No, gracias. Prefiero regresar. Pero… —dudó por un instante— ¿puedo saber si quedaron conformes con el trabajo?
Samira sonrió con amabilidad.
—Si no le vuelven a llamar, será porque la contrataron en otro lugar mejor. Créame.

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De regreso, Khloé sintió una extraña mezcla de emoción y vacío. Había sido un trabajo rápido, sin contacto humano real, pero algo en esa casa le dejó una sensación distinta.

Como si el destino la estuviera observando.

Y no se equivocaba.
Amir, aún frente al monitor, murmuró:

—Esa chica… no es como las demás.

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Amir

Mi chef de cocina Sáhara una señora de muy buen corazón que me conoce desde niño trajo a mi oficina en la cual estaba vigilando lo que mandé a elaborar con Khloé.

Observé detalladamente a Khloé como se esmeraba por qué todo le saliera bien como lo hacía con amor y mucho cariño, se esmero verlo por camra no es lo mismo a como lo observo como me lo trae Sáhara.

--Señor aquí tienes lo que preparo la joven Khloé, de verdad le apasiona lo que hacer y tiene mucha vocación. Dijo Sáhara

Amir sonrió muy agusto ya que Sáhara pensaba igual que el.

Sáhara se retiro y dejó solo a Amir

Amir sujeto la cuchara que tenía en la bandeja y lo primer que le llamo la atención fue el mousse de limón corto un pedazo de el y se llevó la cuchara a la boca lo probó y fue como sentir el amor y cariño de khloé al preparar el postre era exquisito no tenía palabras para describir el postre. Amir probó los demás y obtuvo el mismo sentimiento que con el primero.




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