El hijo del Jeque

Capitulo 18

"Secretos entre sabores y silencios"

Khloé se despertó con el murmullo suave de la ciudad que apenas amanecía. El sol aún no tocaba los ventanales del apartamento que compartía, pero una tenue luz azulada comenzaba a delinear los contornos de su habitación. Se sentó lentamente sobre la cama, dejando que sus pies descalzos tocaran el suelo frío. Aún podía sentir la tensión sutil en su pecho. La noche anterior se le había quedado grabada en la piel, como un perfume que se resiste a desaparecer.

La voz de aquel hombre seguía rondando su mente. Era grave, elegante, serena y poderosa, pero lo que más la había estremecido era la sensación de haberla escuchado antes. Esa sola palabra que él pronunció: —Gracias—, había calado hondo en su alma.

—No puede ser él...—susurró, llevándose una mano al corazón. Pero ¿y si lo era?

Se vistió sin demasiada prisa. Khloé había hablado con el gerente del restaurante para saber qué tal con su empleo y el le comentó que siguiera asististiendo al trabajo del cliente que la había contratado que igualmente se le pagaría su sueldo con sus bonos que si el cliente pedía otro cambio se le informaria y podia seguir teniendo más días libres, y había planeado para visitar el mercado, hacer una videollamada larga con Emma y su madre, y quizá cocinar algo con Luci. Pero su celular vibró. Un mensaje de Fátima:

Buenos días, Khloé. El señor ha pedido una segunda degustación del postre que preparaste anoche. Si tienes disponibilidad para acercarte, la Chef Sáhara te recibirá.

La boca se le secó. ¿El mismo hombre? ¿Querría verle de nuevo? ¿O simplemente había sido casualidad?

Una hora después, Khloé se encontraba nuevamente en el umbral de aquella majestuosa residencia. La Chef Sáhara la recibió con una sonrisa más cálida esta vez, y Khloé notó que había una especie de respeto en su mirada, como si algo en su primera visita hubiese dejado huella.

—Bienvenida, Khloé. El postre de anoche ha sido un éxito inesperado. El señor desea probar nuevas variantes. Si estás de acuerdo, podrías trabajar junto a mí hoy. Será informal, pero quiero ver qué más puedes hacer.

Khloé asintió, con las manos ligeramente temblorosas. Entraron juntas a la cocina. El lugar era amplio, con ventanales enormes y aromas que hablaban de oriente y occidente. Sáhara le mostró los ingredientes disponibles y le dejó elegir. Khloé se decantó por algo suave y elegante: mousse de pistacho con naranjas confitadas y un toque de agua de rosas. Mientras trabajaba, notó que varios empleados cruzaban miradas discretas hacia ella, como si ya supieran algo que ella no.

Sáhara, mientras supervisaba la preparación, se acercó y le dijo en voz baja:

—Sabes, no todas las personas logran impresionar al señor Amir. Y menos con algo tan sencillo como un postre. --le comentó ella muy amablemente--

Khloé sintió un escalofrío. Esa confirmación le cayó como un baldazo de agua helada. El nombre. Amir. El mismo que escuchó murmurar entre los pasillos del restaurante. El que parecía mover hilos invisibles, el que había estado en aquella sala a oscuras. Era él.

Sin embargo, no tuvo tiempo de detenerse a pensar demasiado. Sáhara la guió con firmeza y ternura. Horas después, cuando el postre estuvo listo, Sáhara misma lo llevó a la sala principal.

Desde las sombras, Amir esperaba. Vestía informalmente, algo poco habitual en él. Una camisa blanca de lino y pantalones oscuros. Su porte seguía siendo imponente. La sala estaba perfumada, silenciosa. Cuando Sáhara le dejó el plato frente a él, hizo una pequeña reverencia y se retiró en silencio, no sin antes dedicarle una última mirada cómplice a Khloé, que aguardaba desde la cocina.

Amir probó una cucharada. Cerró los ojos.

El sabor era sublime. Cremoso, delicado, con el perfume exacto para recordar las noches del desierto y los jardines de su infancia. Pero lo que más le sorprendía no era el sabor: era la sensación de que algo en su interior, algo dormido, se estaba despertando.

—Tiene un talento que no se puede enseñar—comentó en voz baja. Estaba solo. Sus dedos jugaban con la cuchara, pero su mente estaba lejos.

—Khloé...—pronunció su nombre como si lo estuviera probando por primera vez. En su voz había una mezcla de respeto, curiosidad y deseo contenido.

Se levantó y caminó lentamente hacia el ventanal. Desde allí se veía una parte de los jardines internos, silenciosos y cuidados. Se permitió pensar sin restricciones.

—Ella no es como las otras. No habla más de lo necesario. No busca mi atención. No teme a mi silencio. Es... diferente.

Pensó en los años que había pasado encerrado en su propia armadura. En las mujeres que se le habían acercado buscando su apellido, su fortuna, su posición. En todas aquellas conversaciones vacías que había sostenido. Y luego pensó en ella. En la forma en que temblaban apenas sus dedos al dejar la bandeja, en la mirada esquiva pero genuina. En la manera en que no lo había tratado como un príncipe, sino como a un hombre más.

Una sonrisa se le dibujó lentamente. Había algo en Khloé que lo hacía sentir joven de nuevo. No solo en el deseo físico, sino en una necesidad más profunda: la de confiar, la de abrirse, la de imaginar una vida con alguien real.

Volvió a sentarse. Pidió por intercomunicador que Fátima se presentara.

Cuando ella entró, él no se dio vueltas.

—Organiza una nueva sesión para ella. Quiero ver hasta dónde puede llegar su talento. Y...

Hizo una pausa.

—Dile a Sáhara que la entrene personalmente. Sin presiones. Quiero ver a Khloé crecer en lo que ama. Sin que sepa nada de mí.

Fátima asintió, ocultando su leve sorpresa. Sabía que algo había cambiado en su jefe, pero era la primera vez en mucho tiempo que lo veía ilusionado con algo que no fuera un negocio, una inversión o un tratado internacional.

Amir volvió a mirar la bandeja vacía. Se inclinó ligeramente hacia ella, como si susurrara un secreto:




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