El hijo del Jeque

Capitulo 21

"El almuerzo que lo cambió todo"

El viernes amaneció con un sol brillante, alto sobre el cielo impoluto de Dubái. El calor comenzaba a apretar desde temprano, pero Khloé ya se había acostumbrado a ese clima extremo. Despertó con un cosquilleo en el estómago que no supo definir. ¿Nervios? ¿Expectativa? ¿Ansiedad? Tal vez una mezcla de todo.
Se había arreglado con especial cuidado. Una blusa blanca sin mangas, fresca pero elegante, y un pantalón beige que combinaba con su delantal de cocina. Había recogido su largo cabello oscuro en una trenza para evitar que se interpusiera mientras cocinaba. Sus ojos verdes, como hojas nuevas después de la lluvia, brillaban con una emoción que intentaba disimular.

Era su tercer día en la mansión. Y, aunque seguía sin saber con exactitud para quién estaba trabajando, las señales comenzaban a alinearse de un modo inquietante. Algo en esa casa la hacía sentir vigilada... pero no con temor. Era una mirada que pesaba, que acariciaba desde las sombras.

Una parte de ella sospechaba. Pero no se atrevía a nombrarlo en voz alta.
¿Y si es Amir?

Entró por el portón lateral, como siempre, donde la esperaba Fátima con su sonrisa serena y su libreta entre manos.
—Buenos días, Khloé. La chef Sáhara ya está esperándote en la cocina. Hoy trabajarán juntas en la preparación del almuerzo.

—¿Del almuerzo? ¿No sólo postres? —preguntó Khloé, sorprendida.

—Así es. El jeque Amir ha solicitado que almorcemos todos juntos hoy —respondió Fátima, con una pequeña sonrisa misteriosa que encendió todas las alarmas dentro de Khloé.

—¿Todos?

Fátima asintió con suavidad y se alejó por uno de los corredores largos de mármol. Khloé respiró hondo. Su pecho se tensó, sus dedos apretaron con más fuerza la bolsa donde llevaba su recetario.

Caminó hacia la cocina, donde Sáhara ya estaba revisando una tabla de ingredientes.

—Buenos días, mi niña —saludó con voz grave y maternal—. ¿Estás lista para cocinar más que dulces hoy?

Khloé sonrió con un leve temblor en los labios.
—Estoy lista… creo.

—Hoy tenemos una ocasión especial —dijo Sáhara mientras se ponía su delantal—. Amir quiere compartir el almuerzo con nosotras. No me preguntes por qué. No lo hace desde hace años.

La mujer se detuvo un segundo, como si reflexionara sobre sus propias palabras.

—¿Nunca? —susurró Khloé, aún más nerviosa.

—Jamás con el personal. Él come en su sala privada, con los ministros o socios que lo visitan. Solo yo y Fátima hemos compartido una mesa con él de manera informal. Pero hoy… Hoy pidió que tú también estés. Así que… ¿tienes algo que me quieras contar?

Khloé bajó la mirada, sonrojada.

—No… no lo conozco. Solo lo he visto. En el restaurante.

Sáhara la observó en silencio, con una ternura que escondía un brillo travieso en los ojos.

—Ya veo. —Y agregó en voz más baja, como para sí misma—. Ya era hora de que ese muchacho se diera una oportunidad. Y si es contigo… mejor aún.

Khloé no supo qué responder.

Prepararon el almuerzo en silencio, aunque las miradas cómplices entre ambas creaban una atmósfera distinta. Khloé trabajó en una entrada fresca, con hummus y pan árabe tostado, y en una ensalada con dátiles y nueces. Sáhara cocinó un cordero suave con arroz especiado. Como postre, Khloé había preparado, con antelación, unos mini pasteles con crema de azahar y pistachos. Pequeñas joyas que despertaban sonrisas a primera vista.

Cuando todo estuvo listo, una asistente les indicó que debían llevar la comida al jardín interior, donde Amir ya los esperaba.

Khloé caminó tras Sáhara, con una bandeja entre manos, y el corazón golpeándole como tambor. Al entrar al jardín, lo vio.

Amir Al-Maktoum.

Sentado en uno de los sillones de madera tallada, bajo una pérgola cubierta de bugambilias violetas. Llevaba puesto su traje tradicional: túnica blanca perfectamente planchada, y su ghutra sujetada con un agal negro. Elegante, imponente, y sin embargo… relajado.

Al verla, se levantó.

—Bienvenida, Khloé —dijo con voz suave pero firme.

Khloé se quedó congelada. Nunca lo había visto así. No como cliente distante, ni como una sombra al fondo del restaurante. Esta vez, era él. Sin más barreras.

—Buenos días… —respondió, con la voz un poco trémula—. Es un honor.

—El honor es mío. Y gracias por aceptar venir. Tu trabajo ha sido impecable —añadió, guiándola con un gesto para que tomara asiento.

Sáhara los observó desde un costado con el corazón apretado de ternura. Se sentó junto a Khloé, como quien observa el inicio de una historia que vale la pena.

—¿Cómo te has sentido aquí, Khloé? —preguntó Amir una vez que todos estuvieron servidos.

—Bien… —respondió ella, evitando mirarlo de frente—. Al principio me sentí un poco fuera de lugar, pero la chef Sáhara ha sido muy amable. Y usted… bueno, no esperaba que hoy... compartiéramos mesa.

Amir esbozó una leve sonrisa.
—A veces hay que hacer excepciones cuando algo o alguien lo merece.

Sáhara no pudo evitar levantar una ceja, divertida.
Definitivamente le gusta.
Y se lo merece. Ya era hora de que su “niño”, como lo llamaba en su interior, se permitiera salir de su encierro emocional. Porque si alguien podía tocar ese corazón endurecido… era esa chica con ojos de verde esperanza.

—¿Cuánto llevas en Dubái? —preguntó Amir, mientras probaba un poco del arroz—. ¿Te adaptaste bien?

—Unos meses —respondió ella—. Al principio fue difícil. El idioma, la cultura, el clima… Pero necesitaba trabajar. Mi familia me necesita.

Él la escuchó con atención. Era la primera vez que oía su voz durante más de unos segundos. Su acento era dulce, su manera de expresarse honesta.

—¿Eres la mayor de tus hermanos? —inquirió.

Khloé asintió.
—Sí. Desde que mi padre murió, he sido como la segunda madre. Mi hermana pequeña me llama “mamá”, aunque sabe que no lo soy. También están mis otros hermanos máximo de 10 un niños muy alegre y risueño y Nicolás de 16 el segundo después de mi valiente y de un gran corazón y por supuesto como ya le comenté Emma la peque de la casa de 5 añitos la más amorosa de la casa. --al recordarlos khloé dio una sonrisa llena de amor a recordar a sus hermanos.




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