"Confecciones sentimentales"
*Narrado por Amir*
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La brisa nocturna del desierto aún acariciaba su piel cuando Amir se subió a su auto que estaba frente al apartamento de Khloé. No se escuchaban autos, ni voces, solo el susurro suave del viento arrastrando polvo dorado en la distancia.
El había bajado del coche con una sonrisa y me abrió la puerta del coche le tendió la mano para que ella bajara, ella le dio las gracias una vez más con un beso en su mejilla, y luego desapareció tras las puertas de vidrio sin mirar atrás. Pero él se quedó allí un momento más, con las manos sobre el volante, observando el edificio como si esperara verla asomarse por una ventana.
No lo hizo.
Y quizás eso fue lo que más le gustó de ella.
No buscaba más. No esperaba nada. Le había dado su gratitud sin adornos ni coqueteos, y eso, en un mundo saturado de intereses disfrazados, era como encontrar agua pura en medio del desierto.
Apretó el volante con suavidad, encendió el motor del Bugatti y se alejó sin hacer ruido, como una sombra. Condujo sin dirección clara, permitiéndose el lujo de perderse un poco en las avenidas silenciosas de Dubái, donde las luces de neón bailaban sobre el asfalto como espejismos modernos.
No era normal en él, improvisar. No era normal dejar que alguien entrara tan rápido. Pero había algo en Khloé que lo había movido, algo que no tenía nombre, pero sí un eco: humanidad.
Y eso… eso lo descolocaba.
Cuando llegó a su residencia, se dirigió directamente a su terraza privada, esa que siempre estaba vacía aunque tenía la mejor vista del mar. Se quitó la camisa, desabrochó el reloj, se sirvió un poco de agua con hielo y se dejó caer en uno de los sofás, mirando la ciudad a lo lejos, como si en alguna torre pudiera hallar respuestas.
—No deberías dejar que te afecte tanto… —murmuró para sí mismo.
Pero no lo decía convencido.
Sacó su móvil. Una notificación de mensajes entrantes: reuniones al día siguiente, propuestas diplomáticas, un recordatorio de la cena con inversionistas en Abu Dhabi. Todo parecía… lejano. Como si ya no perteneciera del todo a esa rutina impecable.
Suspiró. Y entonces marcó un número.
—¿Amir? —respondió la voz femenina al otro lado, con sorpresa—. ¿Estás bien?
—Layla… ¿puedo hablar contigo un momento?
Un segundo de pausa.
—Claro. ¿Pasa algo?
—Estoy confundido —admitió, sin adornos.
Layla guardó silencio. Ella lo conocía demasiado bien. Sabía que él jamás decía cosas como esa si no era grave.
—¿Es por el trabajo… o por una mujer?
Él cerró los ojos, dejando que el viento le despeinara el cabello.
—Por una mujer.
—Ya veo… —dijo Sáhara con tono suave—. ¿Puedo saber quién?
—Una joven latina. Trabaja en el restaurante. Es dulce, reservada, trabajadora. No tiene idea del efecto que causa. Ahora está trabajando aquí en mi casa haciendo postres y trabajando de la mano de Sáhara.
—¿Te atrae?
—No es eso —respondió él de inmediato, casi a la defensiva—. Claro que me atrae, pero no se trata solo de eso. Me intriga. Me desarma. Cuando habla, la escucho. Cuando calla, quiero entender su silencio. Cuando sonríe, siento que el día cambia de forma.
—Eso suena bastante grave —bromeó ella, pero sin burla.
—Lo es. No me gusta perder el control. Y ella… Layla, ella me lo quita sin proponérselo. Como si tuviera un imán que no puedo evitar. Y lo peor… es que no quiere nada de mí. No espera regalos, ni poder, ni lujo.
—Entonces… ¿por qué te confunde?
—Porque no sé si puedo permitirlo —respondió con sinceridad—. No sé si estoy preparado para confiar otra vez.
La línea quedó en silencio unos segundos.
—¿La comparas con ella?
Amir no necesitó preguntar a quién se refería.
—Sí. A veces. Pero luego… todo se borra. Khloé no tiene nada de Cintia. Y eso me asusta aún más. Porque no sé cómo protegerme de alguien que no juega con las mismas reglas.
—Tal vez, por una vez, no deberías protegerte —susurró Layla con voz tranquila—. Tal vez esta vez se trate de sanar, no de escapar.
Amir cerró los ojos.
—No sé cómo hacer eso.
—Empieza por no arruinarlo. No juegues con ella si no estás listo para sentir de verdad. No le abras la puerta si no vas a dejarla entrar.
—No pienso jugar —dijo con voz baja—. Pero… ¿y si ella no quiere entrar?
—Entonces te quedarás con la certeza de haber sido honesto.
Amir respiró hondo, reconociendo que su hermana tenía razón. Layla era la única capaz de leerlo incluso entre líneas, la única que podía tocar sus grietas sin que él se cerrara.
—Gracias, hermana.
—Cuida tu corazón, Amir… pero no lo entierres —respondió ella, antes de colgar.
Amir bajó la vista. Se sirvió un poco más de agua. El hielo tintineó suavemente, como un eco lejano de la conversación.
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Pasaron las horas. En algún momento se quedó dormido en el sofá, con el mar como única compañía. Al despertar, aún era de madrugada. El cielo estaba comenzando a teñirse de azul oscuro.
Entró a su habitación, se duchó, se vistió con ropa cómoda y caminó hacia su biblioteca. Una mesa baja guardaba algunos objetos personales: una caja de madera antigua, un viejo libro de poesía en francés, y una pequeña libreta de cuero donde, muy rara vez, escribía pensamientos que no podía decir en voz alta.
Tomó la libreta y, por primera vez en años, escribió:
> “Su voz no me persigue. Me acompaña.
Sus ojos no me atrapan. Me leen.
Y cuando calla… siento que por fin he encontrado un lugar donde no necesito demostrar nada.
¿Eso es el amor?
O tal vez… solo el principio de él.”
Cerró la libreta.
Y por primera vez, desde aquel compromiso roto que lo había dejado vacío, no sintió miedo.
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Narrado por khloé
"Noche anterior"
Amir me había dejado frente al edificio me había ayudado a bajar de auto y me había tendido la mano le agradeci por la salida y no sé de dónde saqué impulso y le di un beso en la mejilla y entre en el edificio, y cuando crucé la puerta del departamento, sentí que una ráfaga de aire frío me golpeaba la cara. No era por el aire acondicionado. Era otra cosa. Una especie de oleaje interno que todavía no sabía cómo nombrar.
Editado: 24.08.2025