– Un Nuevo Comienzo
Narrado por Khloé
Abrí los ojos lentamente. La luz tenue del amanecer se filtraba por las cortinas de la habitación de huéspedes, y por un instante olvidé dónde estaba. Entonces lo recordé: la mansión de Amir. Me incorporé despacio, sintiendo la tela suave de la camiseta negra que me había prestado y el pantalón ancho que me quedaba enorme. Me miré en el espejo y sonreí con timidez: jamás imaginé despertar en su casa, usando su ropa.
Me llevé la mano al pecho. Durante la noche, mis pensamientos no me dejaron tranquila. Recordé cada palabra de su confesión, cada mirada de ternura, cada gesto de apoyo. Lo pensé una y otra vez, y al final entendí que no quería huir. No quería seguir negando lo que mi corazón ya sabía: quería darle una oportunidad.
Un aroma delicioso me sacó de mis pensamientos. El olor cálido del pan recién horneado, las especias tostadas, el café fuerte… El desayuno. Mi estómago gruñó suavemente, obligándome a levantarme.
Salí de la habitación, bajé las escaleras y caminé hacia el comedor principal. Ahí estaba él. Amir, sentado en la cabecera de la larga mesa de madera, hojeando un periódico, impecable incluso en lo sencillo. Cuando me vio, dejó todo a un lado y se levantó al instante.
—Buenos días, Khloé —dijo con una sonrisa cálida que hizo que me olvidara de mi vergüenza por mi aspecto.
Yo, en cambio, bajé la mirada, apenada.—Buenos días… Perdona por mi… fachada. —Me señalé la camiseta amplia con las mangas arremangadas—. No es precisamente la mejor forma de presentarme a desayunar.
Él rió suavemente.—Para mí te ves perfecta. Pero si quieres, la próxima vez prometo incluir un desfile de modas en el paquete de hospitalidad.
Me hizo reír a pesar de mis nervios. Con un gesto elegante me invitó a sentarme a su lado.
En ese momento, la puerta del comedor se abrió y entró Sáhara, con su sonrisa maternal de siempre.—Buenos días, mis niños. Espero que hayan descansado muy bien.
—Buenos días, Sáhara —respondimos los dos casi al unísono, con la misma calidez.
La mesa estaba servida como un festín. Había pan árabe caliente (khubz), hummus cremoso, labneh con un toque de aceite de oliva, za’atar aromático para untar, ful medames (guiso de habas con especias), falafel crujiente, huevos shakshuka en salsa de tomate y pimientos, aceitunas frescas y queso blanco árabe. Para beber, té de menta servido en vasos pequeños y brillantes, y café árabe fuerte con cardamomo.
—Aquí tienen, que lo disfruten. Buen provecho —dijo Sáhara con ternura, acariciando con la mirada a Amir y luego a mí, como si fuéramos sus propios hijos. Después, se retiró en silencio, dejándonos el momento para nosotros.
Amir me miró con complicidad.—Buen provecho, Khloé.
—Buen provecho, Amir —contesté, y comenzamos a comer.
Cada bocado era una sorpresa. Probé un trozo de pan con hummus y za’atar, y mis ojos se abrieron de par en par.—¡Dios mío! Nunca había probado un desayuno árabe… Esto es una delicia.
Él sonrió, satisfecho.—Me alegra que te guste. Crecí con estos sabores, y para mí tienen algo especial: saben a hogar.
—Definitivamente son sabores que abrazan —respondí, saboreando el labneh fresco—. Es increíble cómo la comida puede transmitir tanto.
Conversamos mientras desayunábamos. Amir me contó que de niño detestaba el café árabe porque le parecía muy fuerte, pero que ahora no podía empezar el día sin él. Yo le confesé que, de pequeña, podía pasar horas en la cocina con mi abuela aprendiendo recetas sencillas, y que ahí nació mi pasión por la repostería.
Las risas surgían con facilidad, y cada palabra parecía acercarnos más. Pero en un momento, mientras él hablaba sobre una tradición familiar, me quedé en silencio, perdida en mis pensamientos.
Amir lo notó enseguida.—¿Qué sucede? —preguntó con suavidad, inclinándose hacia mí.
Tomé aire y bajé la mirada hacia mi taza de té. Era el momento de hablar.
—Estuve pensando en todo lo que pasó anoche —comencé—. En tu familia… en todo lo que me dijiste. Y me di cuenta de algo: tú realmente estás interesado en mí.
Él asintió, con los ojos fijos en los míos, en silencio, esperando.
—La verdad, Amir… yo nunca he tenido una relación antes. —Tragué saliva, sintiendo un nudo en la garganta—. Siempre me enfoqué en cuidar de mis hermanos, en trabajar, en sobrevivir… y dejé a un lado esa parte de mi vida.
Amir entrelazó sus dedos con los míos, dándome fuerza.—Sentia la empatía en su tacto en como quería apoyarme—
—Pero anoche pensé en ti. Pensé en lo que sufriste con tu prometida, en la traición que viviste… y entendí algo: que a pesar de ese dolor, tú me abriste tu corazón sin miedo. Eso… me conmovió más de lo que puedo explicar.
Él respiró hondo, y vi en sus ojos el recuerdo de esa herida que aún dolía, pero también la esperanza de algo nuevo.
—Yo no quiero herirte, Amir. No quiero ser alguien que te cause más dolor. Al contrario… quiero intentarlo contigo. Quiero darte la oportunidad que mereces, porque siento que lo que tenemos es real.
Un brillo intenso iluminó sus ojos, y su sonrisa fue como el sol después de una tormenta.
—Khloé… no sabes cuánto significan esas palabras para mí —dijo, apretando suavemente mi mano—. Te prometo que contigo no volveré a mirar atrás. Quiero construir algo verdadero, paso a paso, sin prisa pero con todo mi corazón.
Sentí cómo la emoción me desbordaba, pero esta vez no eran lágrimas de tristeza, sino de alegría.
—Entonces… intentémoslo.
Él inclinó su frente hasta rozar la mía, cerrando los ojos un instante.—Te prometo que nunca te arrepentirás.
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El silencio después de esa promesa no fue incómodo, sino todo lo contrario: era como si la casa misma contuviera el aliento, respetando aquel instante. Afuera la lluvia había cesado y apenas unas gotas golpeaban los ventanales, como un susurro lejano.
Amir no apartaba sus ojos de mí, y yo tampoco podía dejar de mirarlo. Era como si, después de tanto tiempo, ambos hubiéramos encontrado un lugar donde dejar reposar nuestras heridas.
Editado: 24.08.2025