El hilo de las apariencias

Capítulo 4 "Donde Muere el Silencio"

Después de salir del pabellón y prometerse destruir “La Cúpula”, Ashley y Cherry sabían que no podían regresar al colegio como si nada hubiera pasado. Ya no eran simples estudiantes atrapadas en una intriga escolar: estaban dentro de algo más grande, más sucio y más peligroso.

Caminaron sin hablar, dejando atrás el campus, las luces artificiales y la fachada de normalidad. La ciudad dormía, pero ambas sentían que algo —o alguien— las seguía desde la sombra. Cada farol parpadeante era un ojo. Cada crujido en la calle, una amenaza.

Cherry las guió hacia un barrio que parecía arrancado de una pesadilla de infancia. Casas abandonadas, techos vencidos por la humedad, árboles retorcidos que se mecían con un viento que no sonaba natural. Ashley no preguntó nada. No hacía falta.

—Aquí es —dijo Cherry, deteniéndose frente a una casa que parecía a punto de derrumbarse.

Ashley la miró con incredulidad.

—¿Estás segura?

—La descubrí cuando buscaba un lugar donde esconderme, hace unos meses. Nadie se atreve a entrar aquí. Ni la policía.

La puerta colgaba de una bisagra oxidada. El aire que salió al empujarla estaba viciado, con ese olor espeso de lo muerto y lo olvidado. Entraron sin encender luces. Todo lo que las rodeaba estaba cubierto de polvo, telarañas y silencio. Era como si el tiempo hubiese decidido abandonar ese sitio.

Subieron por una escalera que crujía bajo su peso y llegaron a una habitación sin muebles, con un ventanal roto por donde se colaba la luz de la luna. Ashley se sentó en el suelo, con las rodillas al pecho. Cherry revisó rápidamente que no hubiera señales de intrusos y luego se dejó caer a su lado.

No hablaron. No aún. Solo respiraron. Como si necesitaran permiso para procesar todo lo que habían visto.

Ashley pasó los dedos por el suelo sucio, dibujando líneas sin sentido. La textura áspera de la madera podrida la mantenía despierta.

—¿Y si ya estamos marcadas? —preguntó de pronto—. ¿Y si aunque destruyamos a La Cúpula, algo de nosotras ya forma parte de ellos?

Cherry la miró, seria, pero sin asomo de duda.

—Entonces quemamos eso también. Lo arrancamos de raíz.

Ashley cerró los ojos. Quiso creerle. Pero había algo dentro de ella —una parte pequeña, envenenada— que seguía recordando el anillo de laurel que giraba en su dedo aquel día. Esa parte la odiaba.

El silencio se hizo más denso por un momento. El viento golpeó las ventanas con fuerza, y un ruido metálico retumbó en la planta baja. Ashley se sobresaltó, pero Cherry solo chasqueó la lengua.

—Las ratas —murmuró—. O el viento. Ya no me asusta nada.

Ashley la miró de reojo, en parte admirada y en parte perdida. La imagen de Cherry —despeinada, ojerosa, decidida— no se parecía en nada a la niña perfecta que conoció meses atrás. Algo en ella había cambiado. Algo también se había roto.

—¿De verdad no tienes miedo? —preguntó Ashley.

—Claro que tengo. Pero estoy cansada de dejar que ese miedo me dicte qué hacer.

Ashley asintió despacio. Por primera vez, sintió que estaban del mismo lado. Que la enemistad entre ellas había sido una distracción fabricada, un juego sucio impuesto por un sistema que siempre necesitaba dividir para gobernar.

Cherry se levantó y se acercó al ventanal. La luna iluminaba las casas fantasmas a su alrededor.

—No podemos solo escondernos —dijo sin girarse—. Tienen que saber que estamos aquí. Que no nos vamos a callar.

Ashley respiró hondo. Se puso de pie, aunque sus piernas temblaban.

—Entonces hay que hacer ruido —dijo con la voz ronca—. Y destruir esa mierda de una vez por todas.

Ambas se miraron. En sus ojos había cicatrices nuevas, pero también una llama que antes no existía.

Aferradas a esa promesa compartida, comenzaron a trazar el plan. No sabían a quién debían enfrentar primero ni cuán profundo estaba podrido el sistema. Pero sí sabían esto: estaban juntas.

Y la guerra acababa de comenzar.




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