La mañana entró por las rendijas del ventanal roto, iluminando el polvo que flotaba como ceniza suspendida. Ashley despertó antes que Cherry, con la espalda adolorida y un frío que no se quitaba ni abrazando las rodillas. A su alrededor, la casa seguía en ruinas, pero algo en ella había cambiado. Tal vez porque ya no sentía que estaba huyendo. Ahora tenía un propósito.
Cherry se movió a su lado, murmurando algo en sueños, y luego abrió los ojos, alerta como un animal entrenado para sobrevivir.
—¿Dormiste? —preguntó Ashley, sin mucha esperanza.
Cherry negó con la cabeza, estirándose.
—Pero soñé. Eso basta.
Salieron de la casa en silencio, tomando rutas distintas para no llamar la atención. Quedaron de reencontrarse en el parque abandonado frente al colegio una hora después. Ashley usó una entrada trasera para colarse en el campus. No le sorprendió lo fácil que era entrar sin ser vista. El sistema solo vigilaba a los que no les servían.
A la hora pactada, Cherry ya la esperaba bajo el tobogán oxidado. Tenía una libreta en la mano, y los ojos más despiertos que nunca.
—Uno de los chicos mencionó un nombre, ¿te acuerdas? —dijo sin rodeos—. Érika Borrás.
Ashley asintió, apretando los labios.
—La presidenta del Consejo Estudiantil.
—Sí. Nunca ha tenido ni una sola queja en su expediente, ni una mala nota. Tiene el perfil perfecto de La Cúpula.
—Yo la conocí… Bueno, la admiraba. Es inteligente, carismática, siempre parece estar un paso adelante.
Cherry le lanzó una mirada seca.
—Justamente lo que buscan. Marionetas perfectas.
Se infiltraron en la sala de administración durante el receso. Cherry había conseguido una contraseña antigua de una exprofesora desaparecida. Ashley vigilaba la puerta mientras Cherry tecleaba con una precisión inquietante. En minutos, los archivos digitales estaban abiertos.
—Aquí está… Érika Borrás. Múltiples becas privadas. Una en especial resalta: Fundación Los Hijos del Laurel —leyó Cherry—. Qué conveniente.
Ashley sintió un escalofrío. El símbolo la seguía incluso en los nombres.
—¿Quién dirige esa fundación?
Cherry navegó entre documentos hasta encontrar una carta de recomendación firmada por un tal Mauro Téllez, ex director de una preparatoria clausurada por corrupción académica.
—Todo esto apesta.
—Y solo es la superficie —dijo Cherry—. Tenemos que seguirla. Ver con quién habla.
Esa noche, se escondieron en el ala este del edificio principal, justo frente a la salida de los sótanos. Ashley había recordado que Érika desaparecía cada jueves después del último periodo. Siempre sola. Siempre tranquila.
Y no se equivocó.
A las 7:12 p.m., Érika salió del salón de música con una carpeta en la mano y bajó las escaleras sin mirar atrás. Ashley y Cherry la siguieron, manteniendo distancia, sin emitir un solo ruido.
Los sótanos olían a moho y cables quemados. En el pasillo más oscuro, Érika se detuvo frente a una puerta metálica sin marcar. Tocó tres veces. Esperó. Luego dos golpes más.
La puerta se abrió. Solo un poco. Pero lo suficiente para que una figura alta, encapuchada, la dejara entrar. Ashley contuvo la respiración. Cherry le apretó el brazo.
—¿Viste eso? —susurró.
—Sí. No era un estudiante. Era personal del colegio.
El corazón de Ashley latía con violencia. El mundo se sentía más real en ese momento, más sucio, más despiadado.
—Tenemos que grabar esto —dijo Cherry, sacando su celular.
Pero justo entonces, una voz resonó detrás de ellas, suave como una serpiente deslizándose entre los ladrillos:
—Curioso lugar para una cita, chicas.
Ashley giró en seco. Un prefecto. No, el prefecto jefe. Marcos. Ojos helados. Sonrisa torpe. Pero lo peor fue lo que vio en su mano: una sortija negra con forma de laurel.
Cherry se congeló.
Ashley sintió que la sangre le bajaba a los pies.
—¿Van a entrar también? —preguntó Marcos—. Tal vez los de adentro estén… esperando nuevas candidatas.