Las luces de emergencia parpadeaban en lo alto, lanzando destellos rojos sobre las paredes sucias del sótano. Ashley no podía apartar los ojos del anillo que Marcos llevaba: el mismo símbolo, la misma maldita hoja de laurel.
—No queremos problemas —dijo Cherry, intentando sonar firme.
Marcos dio un paso hacia ellas. Su sombra se estiraba como un monstruo entre los tubos oxidados.
—¿No? Porque parecería que los buscan. ¿Saben lo que pasa con los curiosos aquí abajo?
Ashley se puso delante de Cherry, como por reflejo. El corazón le retumbaba en las sienes, pero no podía mostrar miedo. No ahora.
—No estamos aquí por ti —espetó.
Marcos soltó una carcajada, seca, sin humor.
—Oh, Ashley… Te ofrecieron una salida elegante, ¿no? Un lugar en algo más grande. Y la rechazaste para acabar vagando con esta chica. Qué desperdicio.
Cherry frunció el ceño.
—¿Así que tú también formas parte?
—¿"También"? —repitió él, ladeando la cabeza como un cuervo curioso—. ¿Te refieres a ella? —señaló a Ashley—. ¿Todavía no te contó todo?
Ashley apretó los puños. El aire parecía espesarse a su alrededor.
—Cállate.
—¿O qué? ¿Vas a gritar? ¿A correr? No hay nadie aquí que pueda ayudarlas.
En un instante, Cherry sacó un spray pimienta del bolsillo de su chaqueta y lo apuntó directo a los ojos de Marcos. Él se cubrió con el brazo, maldiciendo, mientras las chicas se lanzaban al pasillo, retrocediendo entre puertas oxidadas y tubos de gas.
—¡Corran, idiotas! —gritó él detrás de ellas, a ciegas.
Cherry jaló a Ashley de la mano y tomaron una salida lateral que daba a una escalera de mantenimiento. Subieron a trompicones, respirando polvo, óxido y miedo.
—¿Estás bien? —preguntó Cherry mientras cerraba la puerta tras ellas con un golpe seco.
Ashley asintió, aunque su mente iba a mil por hora. Marcos sabía. Y no estaba solo. Érika estaba ahí dentro. El símbolo estaba por todas partes. La Cúpula los vigilaba a todos.
Salieron al patio trasero del colegio, aún oscuro y desierto. Ashley se apoyó contra una pared y soltó una carcajada nerviosa.
—Cherry… si no hubiera sido por ti, estaríamos muertas allá abajo.
Cherry la miró, seria.
—Todavía no estamos a salvo.
—¿Crees que nos vieron las cámaras?
—No lo sé. Pero si lo hicieron, ya estamos marcadas.
Ashley alzó la mirada al cielo. Una nube cruzaba la luna como un velo. Todo parecía más frágil, más sucio, más urgente.
—Entonces no hay vuelta atrás.
—No —dijo Cherry—. Ahora es personal.
Ambas sabían que la escuela era solo la superficie. Que debajo, en esos túneles, alguien estaba orquestando algo más grande. Y que Érika Borrás no era el centro… solo una pieza más.
Pero si querían avanzar, tendrían que jugar más sucio. Más inteligente. Porque La Cúpula no perdonaba errores.
Y ellas acababan de cometer uno enorme.