El hilo del destino

El hilo del destino

 

Dice una vieja leyenda oriental, que las personas que están destinadas a conocerse están unidas por un hilo rojo.

Lo llaman el hilo del destino, este puede tensarse o enredarse, pero jamás romperse, las almas que están destinadas a encontrarse, tarde o temprano lo harán, en esta vida o en las siguientes.

 En eso pensaba Carolina, sentada en la cocina, desayunando una gran taza de café y sosteniendo en su mano una tostada un poco quemada, pero que podia comerse, por lo menos la manteca y la mermelada ocultaban el sabor a pan quemado. Levanto la mirada y vio los hermosos ojos azules que la miraban del otro lado de la mesa. Esa vieja leyenda siempre venia a su mente cada vez que miraba a su dulce Martin. Su historia de amor era mágica, ella siempre creyó en las almas gemelas y más en el famoso hilo rojo, sus raíces orientales la hacían una fiel creyente de aquella historia que su abuela le contaba de niña, y que había alimentado su corazón durante su infancia. Soñaba con aquel joven que estaba destinado a ella(la hacía reír que el hilo del destino estuviera unido a través del dedo), y siempre le preguntaba a su abuela como se daría cuenta ella cuando por fin apareciera el elegido, aquel que completaría su alma y su corazón. Su abuela reía por el alma enamoradiza de su nieta, era muy pequeña y sus preguntas la llenaban de una ternura increíble. Carolina había perdido a su abuela siendo casi una adolescente, después de una larga y dura enfermedad, su abuela había partido a otro lugar mejor, de eso ella estaba segura. Las últimas palabras de su abuela, fueron que nunca se rindiera en su búsqueda porque el hilo del destino era muy fuerte y jamás se rompería, tarde o temprano ella encontraría a su alma gemela pero que debía estar muy atenta a las señales del universo. Carolina sostenía la mano de su moribunda abuela, mientras escuchaba esas palabras, las lágrimas rodaban por sus tiernas mejillas. Y desde aquel triste día ella se prometió no darse por vencida y buscar su mitad.

Un día, Carolina paseaba por un parque cerca de su escuela. Solía ir allí a leer mientras veía a las parejas sentarse en las bancas tomadas de la mano, mostrándose cariño. Y siempre fantaseaba con que un día ella estaría así con su otra mitad. Estaba inmersa en sus fantasías cuando de pronto sintió un fuerte golpe en su rostro, fue tan fuerte que sintió que se desmayaba del dolor. Estuvo unos instantes mareada, tal vez unos minutos. Unas risas se escuchaban a lo lejos, mientras que a su alrededor ella escuchaba una dulce y melodiosa voz que le preguntaba si estaba bien, le pedía perdón y la sostenía de la mano esperando que reaccionara.

Cuando por fin el mareo ceso, Carolina pudo erguirse y levantarse del suelo. Alguien la ayudaba a incorporarse, y seguía pidiendo disculpas mientras del otro lado del parque unos jóvenes gritaban.

-Martín ya esta, ni que la hubieras matado. Trae la pelota que en un rato tenemos que entrar a clases.

-Dejen de comportarse como unos idiotas, que poca empatía tienen.

El joven devolvió la pelota con una patada fenomenal, aunque la tiro al otro extremo del parque en la dirección contraria de donde se encontraban sus amigos. Escucho unos insultos pero no les prestó atención, solo se concentro en la joven que estaba frente a él, con la cara colorada y los ojos llenos de lágrimas, por suerte la pelota había impactado cerca de su frente y eso había sido mejor que golpearla en los ojos o incluso en la nariz.

-¿estas bien? ¿No necesitas ir a un hospital? Lamento mucho lo sucedido, realmente no suelo tener tan mala puntería. ¿Soy Martín y vos?

-Carolina; dijo con voz entrecortada todavía afectada por el dolor del golpe.

-Mucho gusto, estudias en esta escuela?

-Sí, pero voy a la mañana. Me gusta venir a este parque aunque nunca pensé que sería una zona peligrosa.

Carolina pronuncio estas palabras y soltó una risa nerviosa. Solo ella sabía lo que estaba pasando por sus cabeza en ese momento. Era el, si realmente el hilo del destino era cierto, su abuela tenía razón, tarde o temprano todos conocemos a nuestra alma gemela. Se quedo observándolo de una manera tonta. Era un joven alto, de cabello castaño claro. Tenía un físico bien trabajado, calculaba que tendrían la misma edad aunque parecía más maduro que los idiotas de su clase.  Aunque lo que realmente la perturbo, fueron sus bellos ojos, de un azul profundo como el mar, sintió deseos de nadar y conocer ese profundo mar que tenía en frente suyo. Se sonrojo de solo pensar las cosas que haría por ese chico que acababa de conocer solo hacia 5 minutos.

La voz de Martín la saco de su burbuja romántica, le conto que acababa de mudarse y que hoy empezaba las clases en su misma escuela solo que por la tarde. Que había vivido en el barrio hace unos años con sus padres en la casa de su abuela materna pero que al separarse sus padres se había mudado al interior con su papa y su madre se marcho del barrio para irse con un fulano y nunca más le vio la cara.

Parecía que se conocían desde hacia mil años porque no dejaba de hablar y le contaba cosas muy intimas como si ella fuera su más fiel confidente, no estaba equivocada, Martín era su otra mitad sin duda alguna. Mientras seguía escuchándolo, supo que su padre murió y su único familiar vivo dispuesto a hacerse cargo de el era su abuela materna, por eso retorno al barrio donde se reencontró con sus viejos amigos, aunque reconoció que se habían vuelto unos idiotas totales. Martin de golpe miro su reloj y se dio cuenta que hacia 20 minutos tendría que haber entrado a la escuela, se disculpo con ella nuevamente por el pelotazo y la saludo con un beso en la mejilla, aunque realmente fue casi en la boca. Lo vio alejarse así como si nada y se sintió una idiota por no poder pronunciar una sola palabra, decirle que podrían volver a verse o tomar un helado o quién sabe qué tontería, en ese momento que empezaba a darse cuenta lo cobarde que fue escucho la voz de Martín que de lejos le decía.




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