El Hilo Invisible

capitulo 2: "El encuentro inesperado"

Luna no planeó qué día ir a la librería. Esa mañana simplemente lo sintió. El cielo nublado, la llovizna insistente y el aroma a tierra mojada parecían invitarla a buscar refugio entre páginas. Pensó que un libro nuevo sería compañía en las noches donde el aire en su cuarto se volvía demasiado denso, cuando necesitaba respirar entre palabras y recordar que aún existían mundos por descubrir.

La librería estaba casi vacía, y el golpeteo de la lluvia contra los ventanales le daba un ritmo secreto al silencio. Caminó despacio entre los pasillos, rozando con la yema de los dedos los lomos de los libros, como quien busca respuestas ocultas en ellos.

Se detuvo frente a una estantería demasiado alta. Sus ojos se posaron en un volumen de tapas azules que parecía llamarla. Se estiró, poniéndose de puntas, pero el libro seguía inalcanzable. Dudó un momento antes de murmurar, casi en un suspiro:

—Perdón… ¿me alcanzas ese libro de la estantería alta?

Una mano apareció junto a la suya, firme y segura. Él lo tomó con naturalidad, como si la escena hubiese estado escrita desde siempre, y al girar hacia ella le entregó el libro con una sonrisa contenida, casi tímida.

—Claro, acá lo tenés. Qué buena elección… ¿te gusta la psicología?

Luna parpadeó, sorprendida. No solía compartir con nadie ese interés. Apretó el libro contra su pecho como si hubiese quedado al descubierto demasiado pronto.

—Sí… —dijo, y luego de un segundo de duda, agregó con honestidad—. Creo que los libros de psicología tienen un modo extraño de hablarte de uno mismo, ¿no?

Él asintió despacio, mirándola con una serenidad que la desarmó.

—Totalmente. A veces dicen lo que no nos animamos a confesarnos.

La lluvia repicaba como un telón de fondo. Entre ellos nació un silencio distinto: no incómodo, sino vibrante, cargado de algo que ninguno de los dos se atrevía a nombrar. Luna sintió que ese instante se alargaba más de lo normal, como si el tiempo quisiera darles una tregua.

Entonces lo miró bien. Su rostro le resultaba extrañamente familiar. Y de pronto, la certeza: esa no era la primera vez que lo veía. La silueta en la ventana, el que escribía de madrugada… era él.

Un escalofrío dulce le recorrió la piel. Él pareció notarlo y, con un gesto suave, señaló el cuaderno que ella llevaba en la mano.

—¿También escribís? —preguntó, con una curiosidad genuina.

Luna bajó la vista, nerviosa.

—Lo intento… pero las palabras no siempre me encuentran.

Él sonrió de un modo que no supo si era comprensión o complicidad.

—Entonces tal vez no se trata de forzarlas, sino de dejarlas venir. Como la lluvia.

Luna se mordió el labio, con el corazón latiendo más rápido de lo habitual. No entendía por qué un desconocido podía leerla con tanta facilidad.

Y en medio de la librería, bajo la lluvia y entre estantes infinitos, el azar comenzaba a tejer la historia que ambos habían esperado sin saberlo.




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