El Hilo Rojo De Seul

Capítulo 3: Confesiones y Fideos Instantáneos

¡Perfecto! Aquí tienes una versión más desarrollada del Capítulo 3, basándonos en el esquema que creamos.

Capítulo 3: Confesiones y Fideos Instantáneos

El pequeño apartamento de Carla olía a caldo de kimchi, a vapor de arroz y a la agridulce fragancia de la victoria incierta. El espacio, aunque diminuto, era un reflejo de ella: ordenado a la fuerza, con estanterías llenas de libros de segunda mano y un par de plantas luchando valientemente por sobrevivir junto a la única ventana que daba a un callejón de ladrillos. Era su santuario, el primer lugar que podía llamar verdaderamente "suyo" desde que dejó la Casa del Sol.

Sentados en cojines en el suelo, alrededor de una mesa baja, estaban Min-jun y Soo-min, su ancla y su faro. Eran la única familia que conocía, un lazo forjado en los dormitorios compartidos y los sueños susurrados del orfanato.

—¡Fue una auténtica pesadilla! —exclamó Carla, gesticulando con sus palillos y haciendo que un fideo de ramyeon se balanceara peligrosamente. Finalmente lo sorbió con más ruido que elegancia—. La entrevista era para un único puesto. ¡Uno! Pero resulta que es un proceso de dos fases, y la primera es un proyecto en equipo. ¿Y adivináis quién es mi compañero de tortura? ¡El chico del café!

Soo-min, siempre la pragmática del grupo, arqueó una ceja perfectamente delineada mientras masticaba un trozo de rábano encurtido. —¿Es competente? Olvida el café, Carla. ¿Sabe lo que hace?

—Más que competente, es brillante —admitió Carla con un suspiro que desinfló parte de su frustración—. Sus ideas... eran increíbles. Me daba rabia lo buenas que eran. Pero es... intenso. Es como mirarse en un espejo distorsionado. Tiene la misma hambre que yo, la misma necesidad desesperada de demostrar que vale algo.

—Eso puede ser bueno o malo —reflexionó Min-jun, con su habitual aire despreocupado. Empujó un trozo de kimchi hacia el plato de Carla—. Puede que os hundáis juntos en un mar de estrés o que seáis un equipo tan imparable que la empresa no tenga más remedio que contrataros a los dos. —Hizo una pausa, sus ojos brillando con picardía—. Y bien, ¿es guapo?

Carla casi se atraganta con el caldo. —¡Min-jun! ¡Es mi rival! ¡El enemigo!

—Un rival guapo. Anotado —dijo él con una sonrisa pícara, tecleando algo en su teléfono—. Categoría: K-drama de oficina. Protagonistas: enemigos a amantes. Lo apruebo.

Carla rodó los ojos, pero no pudo evitar que una pequeña sonrisa se dibujara en su rostro. Solo ellos podían convertir su crisis existencial en el guion de una serie de televisión.

Mientras tanto, a varios kilómetros de distancia, en un barrio repleto de estudiantes y sueños apretujados, la realidad de Justin era mucho más solitaria. Su mundo se reducía a las cuatro paredes de un gosiwon, una habitación diminuta que apenas contenía una cama, un escritorio y una silla. Era un espacio temporal, una medida de austeridad autoimpuesta hasta que consiguiera la estabilidad que anhelaba. La única ventana daba a un muro de hormigón.

En la pantalla de su portátil, el rostro sonriente de su mejor amigo, Leo, iluminaba la habitación.

—Leo, te juro que no sé qué hacer —dijo Justin, pasándose una mano por el pelo—. Es brillante. Carla... es rápida, inteligente y tiene una pasión que casi asusta. Siento que si parpadeo, me adelantará y ni siquiera veré por dónde se ha ido.

—¿Y es la misma chica que te bautizó con café con leche esta mañana? —preguntó Leo, su risa resonando metálica a través de los altavoces.

—Sí, pero esa no es la cuestión —insistió Justin, apoyando los codos en el escritorio—. La cuestión es que tengo que trabajar con ella durante dos semanas en este proyecto. Al final del camino, solo uno de los dos conseguirá el trabajo. ¿Cómo se supone que voy a competir contra alguien que entiende perfectamente por lo que he pasado? Me miró a los ojos y supe que ella también conocía el sabor del miedo.

Hubo un silencio en la línea, y la sonrisa de Leo se suavizó, convirtiéndose en una mirada de profunda comprensión.

—Tal vez no tienes que competir contra ella —sugirió con calma—. Tal vez, por primera vez en tu vida, tienes la oportunidad de colaborar con alguien que está en tu misma trinchera. Piénsalo, Justin. ¿Cuándo fue la última vez que dejaste que alguien viera quién eres de verdad, sin la armadura?

La pregunta quedó flotando en el aire viciado de la pequeña habitación, mucho después de que la llamada terminara. Justin se giró para mirar por la ventana el trozo de muro que era su única vista. Las luces de neón de los carteles de la calle de abajo se reflejaban, pintando tenues franjas de color en el hormigón. Por primera vez en mucho, mucho tiempo, no se sentía completamente solo en la inmensidad de Seúl. Había otra persona ahí fuera que lo entendía.

Y eso, más que la feroz competencia por el trabajo, era lo que realmente le aterrorizaba.




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